András Schiff. Concierto. Madrid

Andras Schiff

EL SABOR DEL PIANO BIEN HECHO

Ciclo de Grandes Intérpretes. Fundación Scherzo. Pianista: András Schiff

Auditorio Nacional de Música. Madrid. 3 de junio de 2014

He aquí una leyenda. Para algunos de nosotros, András Schiff representa la máxima categoría como pianista, músico y artista. Sus grabaciones de Bach, Beethoven o Schubert han sido proclamadas por aficionados y profesionales como las mejores, las más contextualizadas, las más fidedignas, traduciéndose no sólo en una correcta interpretación de la partitura – que no es poco – sino convirtiéndose en referentes de perfección técnica y lo que parece imposible siguiendo las instrucciones del genio compositor: la transferencia de una emoción propia y auténtica.

Schiff elaboró un pianismo sin pretensiones, sin gesticulaciones extravagantes, sin delirios de grandeza. La sonata nº 62 en mi bemol mayor de Haydn animó la tarde con tono cómico e incluso infantil. Los dedos seguros del pianista ejecutaron terceras con la claridad de una escala monódica y proclamaron cada frase con ataques cuidados y bien diferenciados. El piano se tornó oscuro, vacilón, angelical. András Schiff extrajo a la sonata todas las personalidades impregnadas en el papel y sin darse importancia exhibió virguerías al alcance sólo de un maestro.

Hay escépticos que afirman convencidos la incapacidad del piano para producir un vibrato, pero el pasado martes fuimos testigos de este milagro físico con la sonata opus 111 de Beethoven, el primer plato fuerte de la noche. Esta sonata fue compuesta en do menor, tonalidad de gran relevancia dentro del espectro tonal de Beethoven pues acude a ella con frecuencia y generalmente para aludir a un sentimiento de gravedad e introspección que Schiff supo plasmar con peso, seriedad y apabullante resistencia. El pianista le dio al público una visión cercana al mismo tiempo que global de la sonata, una perspectiva muy necesaria al tratarse de una obra monumental en cuanto a duración y complejidad. No obstante, si hubo algo realmente extraordinario fue la pedalización, acogiendo la resonancia de todos los armónicos que puede producir el gran instrumento y creando una esfera sonora espléndida.

La sonata nº 18 en re mayor de Mozart abrió la segunda parte con su característico humor, devolviéndonos a un estado jovial y risueño. Sobra comentar nuevamente que la técnica de András Schiff es descaradamente perfecta, sin brechas. Su continuidad y fluidez en el fraseo son indescriptibles, cada nota, cada sonido está ligado como cosido con hilos al siguiente, nunca se pierde ni se interrumpen las líneas melódicas. Pero aún siendo una formidable ejecución, no pudimos presagiar lo que a continuación iba a suceder.

Schubert descubrió al intérprete creador. András Schiff creó a base de acompañamientos perfectamente imposibles, melodías repletas de nostalgia y armonías desbordantes de luces y sombras, la naturaleza moderada de la sonata nº 21 en si bemol mayor de Schubert. Schiff capturó el más íntimo carácter schubertiano, desde el inicio hasta el final de la sonata no fue posible soltar el aliento. Es ese carácter contenido y templado el que proporciona esa pequeña sensación de insatisfacción, pues Schubert nunca pierde el control, incluso en los momentos de mayor clímax, y es precisamente esa insatisfacción bien sujeta la que nos produce esa sensación de permanente anhelo. Como la vida misma.

Para concluir, disfrutamos de dos bises: el Aria de las Variaciones Goldberg y un impromptu de Schubert, para terminar de deshacernos.

Bravo maestro.

Esther Viñuela Lozano