Anna Lucia Richter, pureza y naturalidad en el Ciclo de Lied

Anna Lucia Richter, pureza y naturalidad en el Ciclo de Lied Por Germán García Tomás

Teatro de la Zarzuela, 13 de octubre de 2020. XXVII Ciclo de Lied.

Se trataba de una cita musical esperadísima por el público madrileño por la sucesión de cancelaciones con que se vio afectada. El abortado debut de la joven mezzosoprano Anna Lucia Richter (Colonia, 1990) en abril de 2018 por enfermedad dentro del Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela (y que el barítono Florian Boesch tuvo que salvar in extremis por la intermediación del director del certamen, Antonio del Moral) se ha producido finalmente en estos tiempos de pandemia, tras otra fecha para su presentación prevista para mayo que tuvo que ser igualmente cancelada en pleno confinamiento. El colmo del embrollo es que en esta “a la tercera va la vencida” Richter venía a sustituir a la soprano inicialmente prevista Julianne Banse. Hace tan sólo unos pocos meses (mayo pasado incluido) la joven alemana se nos anunciaba aún como soprano, y en esta ocasión definitiva el coliseo de la calle de Jovellanos la ha recibido en su sorprendente y algo desconcertante cambio de tesitura con un refinado recital de lieder de Mahler, Wolf y Schubert, todo un recorrido por la canción alemana a la inversa que contó con el acompañamiento pianístico del israelí Ammiel Bushakevitz.

Anna Maria Richter y Ammiel Bushakevitz. pureza y naturalidad en el Ciclo de Lied
Saludos del pianista Ammiel Bushakevitz y Anna Lucia Richert, pureza y naturalidad en el Ciclo de Lied.

Abría el recital una selección de Des Knaben Wunderhorn, y en concreto todo un pequeño universo de emociones como es Urlicht, que Gustav Mahler insertó como cuarto movimiento de su Sinfonía nº 2, Resurrección. De entrada pudimos apreciar toda la pureza del material vocal de Richter, con sus tonos tornasolados y su leve registro oscuro, que aun así, a un oyente no experto no le harían pensar en el timbre de una mezzo propiamente dicha. Porque la tesitura podría apuntar a una soprano lírica plena, pese a las pasadas credenciales ligeras de su luminoso instrumento, y que el que escribe tuvo la oportunidad de disfrutar en el Auditorio Nacional en noviembre de 2018 en una misma selección del Wunderhorn junto a Boesch y bajo la batuta de Teodor Currentzis. Fue un encantador espectáculo escuchar las cambiantes expresiones que preparaba la joven cantante para cada uno de estos lieder mahlerianos que beben en todo momento del folclore, que apuestan en general por la melodía sencilla, y que la alemana hizo propias, con su canto de gran naturalidad, destacando su sensacional manejo del canto melismático, de enorme pulcritud en “Wo die schönen Trompeten blasen”, y su carácter despierto y risueño materializado en la expresión facial, brindando deliciosamente canciones como “Lob des hohen Verstandes” o “Rheinlegendchen”.

Llegó luego un bloque de mayor hondura emocional, pues Hugo Wolf, contemporáneo y de la misma quinta que Mahler, es el autor con más aristas de los convocados. Un ejemplo de esa experimentación en el campo del lied es Abendbilder de 1889, tres canciones escritas sin solución de continuidad que requieren de una especial habilidad en el teclado para la continuidad narrativa, un caudaloso discurso que se enfrenta al declamado de la voz y que desplegó sobresalientemente Bushakevitz como un perfecto tapiz sonoro para los acentos cambiantes del texto. Vino después un pequeño rosario de canciones más ligeras del compositor, que sirvieron de nuevo para demostrar la variedad de registros expresivos de la joven mezzo, así como su equilibrado desparpajo, que sedujo al público por su gran naturalidad.

Pero con Franz Schubert terminó de metérselo en el bolsillo, otro microcosmos de emociones. Abría el bloque el hermosísimo romance “Der Vollmond strahlt” de la pieza incidental Rosamunda, en cuya melodía estrófica exhibió todo su aquilatado canto legato. Pero el momento culminante de la noche llegó de la mano de “Margarita a la rueca”, donde Richter nos condujo hacia niveles insospechados de hondura emocional. O con ese dulcísimo canto a media voz que podría haber dormido a cualquier niño en su cuna en “Wiegenlied”. Después de un primer bis schubertiano, en la segunda de las propinas, perteneciente al Italianisches Liederbuch de Wolf, Richter adoptó respecto a su acompañante un toque pícaro, diríamos cuasi cabaretístico. Tras un amplio arco de emociones a flor de piel, cerraba así su debut esta gran promesa de la canción alemana, a la que esperamos próximamente en este ciclo.