Dos compositores tan indisolublemente unidos en el devenir de la música romántica alemana como lo constituyen Schumann y Brahms se convocaban en el undécimo concierto de abono de la Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE, unos conjuntos que, manteniéndose fieles a sí mismos, continúan en su encomiable afán e iniciativa de redescubrir un repertorio musical poco o nada explorado, como es el caso de las dos obras del primero de ambos genios que se pudieron escuchar en la primera parte del presente concierto. Quizá el máximo atractivo del mismo recaía en la presencia del maestro granadino Pablo Heras-Casado como director debutante con la orquesta de RTVE, una meteórica batuta que a sus casi 40 años se ha convertido en un ídolo musical al que hoy por hoy no sólo sigue de cerca con sincero entusiasmo tanto el curioso aficionado como el severo y razonado juicio de la crítica musical, sino el de otros campos periodísticos tan habitualmente rayanos a la frivolidad y no menos carentes de curiosidad como las crónicas de Sociedad.
Ya es infrecuente de por sí hallar composiciones sinfónico-corales de Robert Schumann en las salas de concierto, un creador hoy en día casi exclusivamente alabado (y programado) en su faceta de compositor de piezas pianísticas, de sinfonista o de liederista, nunca como cultivador de lo que podríamos llamar música incidental, algo que sí es en cambio mucho más recordado en su contemporáneo Mendelssohn. En este caso nos encontramos con un par de rarezas basadas en sendos poemas de Friedrich Rückert, a cuya lírica tan asiduamente acudió en sus memorables ciclos de lieder.
El Adventlied (Canción de Adviento) Op. 71, y la Neujahrslied (Canción de Año Nuevo) Op. 144 (obras para coro mixto y presencia de varios solistas vocales compuestas en 1848 y 1849, respectivamente, que aluden al periodo final del año, la primera -de carácter sacro-, y al periodo inicial, la segunda, -un tanto más profana-), revelan a un compositor académico, firme conocedor de las formas y recursos musicales heredados, que se mueve con holgura en el campo de las voces corales (Schumann fue un consumado director de coros), pero que se atreve a introducir innovaciones armónicas o rítmicas en la orquestación, siendo la primera de las obras más breve y sencilla en cuanto a estructura musical (diálogo de soprano y tres solistas más con las voces del coro), reservando para la segunda siete secciones sin solución de continuidad, como si de una cantata se tratase; en ambos casos siempre revestidas de un subyugador lirismo romántico que remite al creador de El sueño de una noche de verano.
En la interpretación ofrecida en el Teatro Monumental, participó una apasionada y efusiva dirección de Pablo Heras, que, dirigiendo en todo momento sin batuta, se apoyó únicamente en sus manos para rubatear, presentando una cuidada imbricación entre la base orquestal, cargada de una profusa densidad armónica, y la marmórea presencia coral del Coro de RTVE, que, en una perfecta uniformidad y empaste entre sus secciones (que aúnan nobleza y vigor canoros), consiguió combinarse y alternarse en un aseado discurso, a la vez plástico y compactado, a través de múltiples pasajes fugatos y en homofonía, con los solistas vocales participantes en cada una de las piezas, que con mayor o menor fortuna prestaron su voz a las mismas. A este respecto, es reseñable el grato timbre de la soprano Blanca Gómez, primeramente en solitario en la Op. 71, y en un desventajoso diálogo con la voz mucho más contundente de la contralto Ekaterina Antipova en la Op. 144, el tenor Federico Teja, y especialmente el bajo Juan Manuel Muruaga, de gran adecuación al estilo, aunque de escasa proyección, como la voz principal en la última mitad de la Neujahrslied. Ambas recreaciones sirvieron para descubrir al respetable unas obras que, distando mucho de ser maestras, son susceptibles de una escucha atenta y curiosa, para lo cual se han visto felizmente materializadas por medio de una exquisita sensibilidad y gusto románticos.
Algo que continuó en la segunda parte del concierto, con una auténtica piedra de toque orquestal como supone la Cuarta Sinfonía de Johannes Brahms, una obra que representa el cúlmen del sinfonismo romántico tal como fue heredado por el hamburgués. Un movimiento como la Passacaglia final representa por sí mismo el dominio absoluto de las técnicas y formas musicales del Barroco, moldeadas por unos medios expresivos de genuino cuño romántico.
La lectura ofrecida por Pablo Heras, rigurosa y llena de musicalidad, poseyó una inteligente concepción unitaria y la necesaria coherencia interna que requieren obras tan sólidamente estructuradas como esta arquitectura sinfónica brahmsiana. Fue la suya una versión con garra, arrebato y furor, que puso el acento en la impulsividad y el dramatismo de la obra, plagada de ataques incisivos y enérgicos, de gran fraseo y nunca escasa en matices, muy medida en cuanto a balances y volúmenes, sin descuidar esa sonoridad y profundidad orquestal tan característica del compositor, que se hizo especialmente patente en el siempre complejo Allegro non troppo inicial, donde la tensión dramática supo mantener la atención del oyente desde el sencillo motivo interválico de tercera que da inicio al movimiento hasta la contundente nota final. Tras una generosa pausa para alivio de la tensión acumulada, en el subsiguiente tiempo lento, de un tempo espléndidamente marcado, el maestro granadino realizó un vistoso trabajo de tímbrica instrumental, destacando la cálida textura de las maderas brahmsianas (oboe, fagot, flautas y clarinete), la nobleza de las trompas y un límpido fraseo de las cuerdas, que demostraron su tersura, brillantez y gran flexibilidad durante el transcurso de toda la sinfonía.
Destacó el cambio que supuso el Allegro giocoso, cuyo tempo fue llevado a un ritmo frenético, casi cercano a un Presto, y como si de un moto perpetuo se tratase; aunque su velocidad no hizo decaer el discurso (que fue mucho menos agitado en la parte central de este “scherzo-sonata”), quizá rompió un tanto el equilibrio general de la sinfonía, conseguido en los movimientos precedentes. La chacona final (Allegro energico e apassionato) volvió a mantener el interés y la pulsión dramática, sobre todo en la parte final, tras los bellos solos centrales que Brahms depara a las trompas y a los vientos madera, y que sirvieron para demostrar una vez más la finura y otras excelentes cualidades sonoras en esta sección de la orquesta de RTVE, desembocando todo en un clímax de gran efecto, que llevó a la obra a su final épico y que hizo traslucir su mayor halo trágico, para coronar así una actuación que Pablo Heras-Casado ha rubricado con sumo éxito y que ha puesto de manifiesto su absoluta communio con el espíritu romántico alemán.