En dos días seguidos he asistido a dos representaciones de otras tantas óperas de Verdi, ambas pertenecientes a los llamados años de galeras. Me estoy refiriendo a Il Corsaro visto en Valencia y al Attila de ayer noche en el Liceu. El resultado no ha podido ser más dispar. De la mediocridad de Valencia hemos pasado a la brillantez de Barcelona, donde todo ha funcionado perfectamente, desde una estupenda dirección musical hasta un reparto muy adecuado y brillante en prácticamente los 4 principales cantantes del reparto.
El primer pilar en el que se ha basado el éxito de este concierto de Attila en el Liceu ha sido la dirección musical de Speranza Scappucci, que hacía su debut en el Liceu.. Si el día anterior asistimos en Valencia a un Verdi de la primera época donde primó el ruido y la monotonía, aquí hemos tenido el reverso de la medalla. La dirección de la italiana ha sido siempre vibrante, llena de energía, cuidando perfectamente a los cantantes y sacando un excelente partido tanto de la Orquesta como del Coro del Liceu. No se ha equivocado la Staatsoper de Viena al ponerla en el foso de tan prestigioso teatro desde hace dos años, como tampoco se equivocó Valery Gergiev al hacerla dirigir en el Mariinsky hace un par de años precisamente Attila. Tuve la suerte de verla dirigir en el Teatro Arriaga de Bilbao una ópera de Rossini, cuando era una perfecta desconocida. Ya entonces me produjo una impresión positiva, ahora mucho más que confirmada. Espero que volvamos a verla pronto en nuestro país dirigiendo ópera.
El reparto reunido por el Liceu ofrecía intérpretes de interés indudable, especialmente en lo que se refiere a los dos auténticos protagonistas de la ópera (Attila y Odabella) y puedo decir que hemos asistido a una auténtica fiesta belcantista, ya que esta ópera a ese género pertenece, aunque el sello de Verdi le da sus propias peculiaridades.
Attila fue interpretado por el bajo-barítono ruso Ildar Abdrazakov, que tuvo una espléndida actuación. No tengo duda de que es hoy en día el mejor intérprete posible del Rey de los Hunos y auténtico sucesor en este trono del gran Samuel Ramey de los años 80 y 90. Conoce muy bien la partitura, no en balde la viene cantando casi todos los años en el Mariinsky, y su actuación fue muy buena. Evidentemente, el punto álgido de su actuación fue, como siempre en esta ópera, el aria y cabaletta del primer acto, donde consiguió una de las mayores ovaciones que recuerdo en el Liceu, prácticamente al nivel de la que consiguió el mes pasado Sondra Radvanovsly en Andrea Chenier. Las ovaciones y gritos le llevaron a bisar el último verso de la mencionada cabaletta, lo que pocas veces ocurre en este teatro. La voz es muy bella, canta con gran expresividad, tiene unas grandes facultades y me atrevo a decir que no le falta sino un pelín más de volumen en el centro para llegar a la altura del mencionado Samuel Ramey, para mí el gran Attila de los últimos 40/50 años.
Odabella es uno de los personajes más comprometidos escritos por Verdi, que necesita una auténtica soprano dramática de agilidad, que además tiene que alcanzar el DO sobreagudo en su intervención en el Prólogo, aparte de hacer frente a una dificilísima aria en el primer acto. Ha sido su intérprete la italiana Anna Pirozzi, que venía de triunfar en las representaciones de Aida en el Teatro Real hace unas semanas. En las notas al programa Jaume Tribó recuerda el éxito de Ghena Dimitrova en las últimas representaciones de esta ópera en Barcelona en 1984 y hace un encendido homenaje de la soprano búlgara, que fue efectivamente un auténtico referente en el personaje. Tendría que decir que lo que fue la Dimitrova en Odabella lo es hoy Anna Pirozzi. Su entrada fue espectacular, sin problemas para alcanzar un poderoso sobreagudo, brillando en su gran escena del primer acto, donde cantó recogiendo la voz con un gusto exquisito. En los concertantes brilló de manera especial. En suma, una gran Odabella.
No había vuelto a ver al barítono ruso Vasily Ladyuk desde que ganara el Concurso Operalia en Madrid y de eso han pasado ya casi 13 años. Aquel muy prometedor joven barítono no ha tenido el recorrido que cabía esperar, por lo que me llamaba la atención el hecho de que el Liceu lo incluyera en este reparto. Debo decir que ha sido una muy agradable sorpresa, ya que su interpretación del general romano Ezio ha tenido una indudable calidad como cantante e intérprete. Brilló de manera muy especial en su aria del tercer acto, en la que arrancó una gran ovación del público, de las que no son habituales en este teatro. La voz ofrece atractivo indudable y es un más que notable cantante, al que espero que volvamos a ver pronto por aquí, Foresto fue interpretado por José Bros, que volvió a lucir sus cualidades de siempre como excelente fraseador y poseedor de una dicción impecable. Su mejor momento fue su escena del primer acto, quedando a mi juicio un tanto corto en los momentos más dramáticos, donde se echa en falta un mayor peso vocal.
En los personajes secundarios lo hicieron perfectamente el bajo Ivo Stanchev como Papa Leone y el tenor Josep Fadó como Uldino.
El Liceu ofrecía un aspecto un tanto desolador, ya que la ocupación no pasaría del 70 % de su aforo. Espero que el boca a boca ayude a mejorar esta cifra en el concierto que se repite el próximo domingo, ya que merece la pena. El público se mostró entusiasmado durante y al final del concierto.
El concierto comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 32 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 hora y 52 minutos. Nueve minutos de aplausos. Me permito señalar que los aplausos a escena abierta pasaron en total de 6 minutos, lo que es una cifra extraordinaria.
El precio de la localidad más cara era de 223 euros, habiendo butacas de platea entre 117 y 160 euros. La localidad más barata con visibilidad costaba 42 euros.
José M. Irurzun