Barenboim teme la frase “tendrías que haberle escuchado hace diez años”
“La verdad es que ya no me siento como un joven de 28 años”, reconoce con falsa modestia Daniel Barenboim en su 70º aniversario. “Más bien me siento como si tuviera… 29”, bromea. Desde la perspectiva de su edad, y esta vez con modestia sincera, no considera haber conseguido muchos logros en su papel de apóstol de la reconciliación entre israelíes y palestinos, a la vista de la situación y tras 13 años de andadura de la orquesta de Diván Este-Oeste, pero sí hace un balance muy satisfactorio de una vida entregada a la música
Resulta curioso que Barenboim haya fijado su vida en Berlín, donde dirige desde 1992 la orquesta de la Staatsoper. Hoy recuerda con una sonrisa cuando, a los diez años de edad, su padre le obligó a rechazar una invitación para tocar con la Filarmónica de Berlín porque, solo nueve años después del final de la II Guerra Mundial, la corrección política judía impedía a uno de los suyos volver a pisar Alemania. No fue hasta 1964, cuando ya se habían cumplido diez años de la muerte de Furtwängler, cuando pudo tocar su primer concierto de piano en Berlín. Para entonces, ya había empezado a dar forma a su segunda carrera musical, la de director.
A pesar de su bien ganada condición de divo, no tiene reparos en desvelar su secreto para mantenerse en forma: “la música, hacer lo que quiero hacer, es lo que mantiene mi entusiasmo”, ha dicho recientemente en Berlín, aunque admitía que trata de cuidarse. “Quiero sentirme saludable e intento mantener claridad en la mente. Quiero evitar que llegue ese momento en que alguien salga de uno de mis conciertos y diga: ha estado muy bien, pero tendrías que haberle escuchado hace diez años…”.
Barenboim se muestra abiertamente crítico con la visión impuesta por la crisis y considera “contradictorio” que se intente salvar Europa al mismo tiempo que se asfixia económicamente la práctica de la música clásica, retirándole apoyo institucional y subvenciones. “La música ha dejado de ser considerada parte de la cultura de los pueblos de Europa”, se lamenta, advirtiendo el grave error y la irrecuperable pérdida.
Hábilmente interrogado, reconoce que sólo ha comprado un disco de música pop a lo largo de su vida, uno de los Beatles, y alega en su defensa: “pero solamente porque les acababa de conocer en Londres, en casa de unos amigos, y sentí curiosidad”. Pero la música actual suena en su casa, “¡y a qué volumen!”. Su hijo David, un rapero que se ha ganado por méritos propios una posición en la exigente escena berlinesa, creció escuchando a Wagner. “Y todavía lo sigo haciendo, pero mi concentración no suele superar las dos horas”, sonríe. “Yo no acabo de entender por qué esa música mueve a la gente, la verdad”, tercia el padre. “Pero cuando escucho lo que hace David y lo comparo otros en ese género, en su música hay mucha más experiencia y originalidad”, advierte sin disimular su orgullo. “La música pop tiene una energía que a veces falta en la clásica porque, por inhibición o por respeto, suena en ocasiones un poco sosa”, dice el maestro.
Por su 70º cumpleaños, Barenboimn se ha regalado a sí mismo un concierto, un libro y una academia. Esta última, pensada para músicos de Oriente Próximo e inspirada en su orquesta West-Eeastern Divan, será inaugurada en 2015, acogerá principalmente a jóvenes intérpretes árabes e israelíes y permitirá al director continuar con la labor de conciliación a través de la música de forma más estable en el espacio que hasta ahora ocupaban antiguos almacenes de la Staasoper de Berlín.
El proyecto costará 28,5 millones de euros y será financiada con 20 millones de euros por el gobierno alemán y otros ocho millones de donantes privados. Contará con una sala de conciertos con aforo de 800 espectadores y será construido por el prestigioso arquitecto Frank Gehry -autor entre otras obras del Museo Guggenheim de Bilbao y el Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles. El diseño artístico estará a cargo del nipón Yasuhisa Toyota.
Será ese mismo complejo arquitectónico el que albergue el parvulario musical de la Styaatsoper unter den Linden, otro proyecto al que el director dedica gran energía y cariño. Su gran preocupación por la pérdida de la formación musical en Europa está detrás de la decisión de celebrar su cumpleaños con un concierto benéfico, en el que toca el piano dirigido por su amigo Zubin Mehta, y cuyos ingresos serán destinados a las guarderías musicales, especializadas en la estimulación temprana de los talentos musicales y que trabajan con el lenguaje musical tanto o más que con el lenguaje hablado, lo que convierte su 70º aniversario en una llamada a la sociedad europea sobre la importancia y necesidad de recuperar su cultura musical y su tradición.
Pero el proyecto en el que Barenboim nos deja como legado sus pensamientos acerca de la música es el libro en el quereflexiona sobre el poder de la composición y la interpretación, «La música es un todo. Ética y estética», que acaba de ser publicado en Italia por Feltrinelli y busca editor en otros países europeos. Su tesis es que la música, la ética y la estética dialogan continuamente en diversos niveles. «La relación entre ética y estética o, para dar un ejemplo más concreto, entre la comprensión de la vida y la comprensión de la música, tiene consecuencias terribles para una sociedad que sufre cada día más por los efectos alienantes de la especialización», escribe. Y se pregunta: «¿Cómo se explica que monstruos del calibre de Hitler y Stalin se conmovieran hasta las lágrimas escuchando música? Claramente habrán asociado la emoción humana con algún aspecto de la música, omitiendo al mismo tiempo establecer un vínculo entre la esfera ética y estética», concluye.
Con toda una vida dedicada a la música a sus espaldas, Barenboim está convencido de que “no hay límite para lo que puede enseñar la música, si estamos dispuestas a conocerla en lo profundo y a no segregarla fuera de nuestra esfera intelectual. La música fue confinada por largos años a un reino remoto de placer y evasión, partiendo del supuesto de que no tiene nada que decir a nuestras áreas cerebrales dispuestas al pensamiento o la vida de todos los días. Algo triste para todos los interesados», subraya, en lo que sin duda formará parte para la posteridad del testamento de Barenboim.