Hay que reconocer que no era sencillo adaptar la novela homónima de Manuel Mujica Láinez al lenguaje musical, más teniendo en cuenta que el libreto lo hizo el propio escritor; más difícil aún es, teniendo en cuenta esta música, ofrecer una propuesta escénica que adapte de forma conveniente. La espléndida música del compositor Ginastera nos ofrece una visión contemporánea de lo literario y triunfa por sus texturas y contrastes, también por exuberancia.
El montaje de Pierre Audi funciona como un círculo, termina de la misma manera que nos muestra al comienzo: el final de la prolepsis que representa el envenenamiento de Pier Francesco Orsini. Los decorados se desplazan y articulan para mostrar esta idea de un círculo que se tiene que cerrar desde la oscuridad inicial al reflejo intermedio de aquellos momentos que rememora antes de morir. Los decorados aparecen y desaparecen pero desvelan de manera onírica lo que surge de la mente del moribundo. Delirio tras delirio encauzado por un juego de luces que acentúa con sus claroscuros la fuerza de lo que sucede en el escenario. Sinceramente, es lo suficientemente sugestivo para mantener al espectador atento a los avances de una trama sencilla de seguir a pesar de tantas imágenes que se van superponiendo de una manera quizá excesiva. Aun así, el conjunto es razonable.
En esta coyuntura es necesario tener un director firme que sea capaz de desgranar la música de Ginastera y la figura de David Afkham sobresale por encima de este castillo; espléndido pulso musical y atención a todos los detalles, resaltando hasta la extenuación una obra intrincada a la hora de ser interpretada. En sus manos la orquesta titular del Teatro sonó empastada, estridente cuando era necesario, minimalista cuando se exigía. Grandísimo trabajo sin lugar a dudas. Es conveniente resaltar el trabajo de los pequeños cantores de la Orcam y el coro del Teatro en una partitura exigente en cuanto a afinación.
Entre los solistas hubo un poco de todo, ligeramente irregular; me quedo especialmente con John Daszak que, a pesar una dicción un poco deficiente, acometió vocalmente su monólogo a lo largo de las dos horas y media sin ningún tipo de debilidad (que no es poco), uniéndolo a una fantástica puesta en escena teatral; muy interesante el trabajo de Nicola Beller Carbone como Julia, su voz se adaptaba a la perfección a su papel; buenas creaciones de Milijana Nikolic, Germán Olvera y Damián del Castillo como Pantasilea, Girolamo y Maerbale, respectivamente. Lo mismo se podría decir del Silvio de Oliemans; insuficiente en lo vocal la Diana de Hilary Summers aunque lo equilibró de manera teatral.
Interesante propuesta la vivida con este Bomarzo aunque, como de costumbre en las óperas contemporáneas, no todo el mundo se quedó para comprobarlo. El público asistente aplaudió, como era lógico, el trabajo de Daszak, omnipresente, y la dirección musical de Afkahm, verdadero artífice de la consecución. Lo literario se vuelve música.
Mariano Hortal