«Borís Godunov» temporada 2022-23 Scala Por Bernardo Gaitán
No es casualidad que para la tradicional apertura de temporada, la noche del 7 de diciembre, el Teatro alla Scala haya elegido la ópera Borís Godunov. La obra maestra de Modest Músorgski, incomprendida al momento de su creación, cuenta con muchos elementos comunes con en el título verdiano del año pasado (Macbeth). En palabras de Riccardo Chailly, director musical del teatro, la programación de este título «se buscaba crear una línea de continuidad shakesperiana».
Para la emblemática noche se eligió la primerísima versión de 1869, esa que fue vilipendiada por la comisión del Teatro Mariinski de San Petersburgo cuando un Músorgski de 29 años la envió como propuesta para estrenarla. De la comisión conformada por siete personas, salvo el director de orquesta del teatro, todos votaron en contra argumentando la carencia de fórmulas escénicas usualmente utilizadas en las partituras de la época. Justamente, Borís Godunov no tiene una estructura de ópera italiana, ni grand opèra francesa, ni ópera alemana. No tiene arias, no tiene conjuntos (dúos, tríos), no es un tenor o una soprano quien tenga el rol protagónico sino un bajo, no tiene un personaje femenino central ni mucho menos un triángulo amoroso; elementos presentes en prácticamente todos los títulos del repertorio lírico mundial. Paradójicamente, el punto fuerte de Boris es justo ese: no es una ópera con las características clásicas del siglo XIX, si no la magnificencia rusa del drama homónimo de Aleksandr Pushkin perfectamente bien impresa en la insólita partitura musorgskiana. La versión original pone al centro de la historia en el ascenso y caída del zar Borís Godunov de manera concisa; enmarca en 7 cuadros el discurso histórico y humano de los personajes de manera concreta. Cuatro años después el compositor revisó la partitura recortando algunos cuadros, agregando el acto polaco, añadiendo un personaje masculino y uno femenino para equilibrar los requerimientos de la comisión lo cual dio como resultado la versión de 1872, la más representada hoy en día.
La nueva producción del teatro milanés fue concebida por Kasper Holten quien presentó una versión profunda e inquietante. Cadáveres de niños muertos, golpes por doquier e igual que Macbeth veía gente muerta, Borís era constantemente seguido por espíritus ensangrentados, primero por el del zarevich Dmitri, seguido por el de sus dos hijos. El regista danés cuidó la actuación de los personajes en las escenas individuales, pero sobre todo en las grupales que crearon un enorme impacto en los asistentes. Una propuesta políticamente correcta para los tiempos actuales, pues a pesar de que el libreto indica lugares específicos de Moscú como la explanada del Kremlin o la explanada de la Catedral de San Basilio, con la ayuda de la escenógrafa Es Devlin las escenas en exteriores fueron sustituidas por espacios abstractos con mapas gigantes colgantes de la Rusia antigua. Una idea que visualmente funciona, pero podría haber sido aún más imponente. Lo que es imperdonable, es el agregar una muerte diferente a la establecida en el libreto; al final de la ópera Borís es asesinado por un golpe de cuchillo por la espalda en lugar de enloquecer y extinguirse privado de la razón. Mención aparte requieren los vestuarios de Ida Marie Ellekilde que engalanaron la majestuosa escena de Boris aceptando el trono y conviertendose en zar; trajes dorados tradicionales que emanan ese imaginario común de lo ruso tan antigua y tan presente que impresiona e intimida hoy en día. Por su parte, el diseño de iluminación de Jonas Bøgh fue certero y cuadrado con las ideas de Holten, que te hacía sentir frio o miedo dependiendo el juego de luces.
En el foso de la orquesta el maestro milanés Riccardo Chailly, como ya es tradición, propuso una versión diferente a las habituales en cartelera, en este caso la original de 1869. Igualmente tradicional es su batuta reservada, sobria y académica. Chailly no fue generoso en los matices fuertes o fortissimi, característicos de los concertantes y corales rusos. Escenas de gran importancia como la coronación o el anatema en San Basilio del III acto podrían haber tenido mucha más potencia, pues una emoción comprimida y dosificada en un producto ruso, no van de la mano. Por otra parte, el “fuerte” (valga la ironía) de Chailly son los matices piano y pianissimi de los que desde hace décadas ha demostrado ser un referente. Arrancó suspiros la escena de los monjes en el monasterio y naturalmente la muerte de Borís, donde un volumen bajo pero siempre audible fue decisivo para obtener el resultado óptimo. Es incuestionable que Borís Godunov es una ópera donde el coro tiene mucho más peso que algunos personajes, en esta producción vale la pena hacer una mención al trabajo de Alberto Malazzi y Bruno Casoni, directores del Coro del Teatro alla Scala y del Coro de Voces Blancas de la Academia del Teatro alla Scala respectivamente, por su extraordinaria labor con la voz de las masas .Modulaciones correctas y una pronunciación perfecta y unísona del ruso aunado a su soberbia interpretación escénica hicieron que el pueblo ruso tuviera el peso e importancia que el drama señala.
El rol de Boris fue encomendado al bajo de casa Ildar Abdrazakov, quien ha protagonizado ya cuatro estrenos «della Scala». El cantante ruso encarnó un zar introspectivo y sincero. Vocalmente cumplidor, sabe cubrir sus carencias vocales y discreto volumen con su impecable interpretación histriónica. El soliloquio en sus aposentos y la escena de su muerte fueron de lo mejor de la noche: agonizando de cabeza en el suelo y cantando por más de 10 minutos a mezza voce… y hacerlo impecable es digno de admirar.
Los tenores rusos fueron superiores al resto del elenco. Dmitry Golovnin como el monje Otrépiev o “El falso Dimitri” sorprendió por sus agudos potentes y brillantes, así como con su excelente interpretación; mientras su colega Yaroslav Abaimov muy seguro en el pequeño rol del Inocente igualmente bien ejecutado actoral y vocalmente, hubiera fungido mejor en un rol más importante como el del Príncipe Vasili Shuiski, ya que el tenor austriaco Norbert Ernst a quien se le encomendó, por momentos fue inaudible y calante en entonación. La familia Godunov, con la mezzosoprano de voz obscura Lilly Jørstad como el hijo Fëdor y la soprano de voz aterciopelada Anna Denisova como la hija menor Ksenia fueron convincentes y cumplidoras demostrando siempre ternura e inocencia. La voz grave del bajo estonio Ain Anger como Pimen, así como de Stanislav Trofimov y Alexander Kravets como los borrachos Varlaam y Misail fueron ejecutados con bravura y simpatía.
Esta producción de Boris Godunov es la última del año (2022) y la primera de la temporada (2022-2023), no se presentaba en la Scala desde 2002 (5 funciones bajo la batuta de Valery Gergiev y Ferruccio Furlanetto alternando con Paata Burchuladze en el rol protagónico). Increíblemente no fue hasta 1964 que se representó por primera vez en lengua original (ruso), pues todas las versiones precedentes se realizaron en italiano.
13 de diciembre de 2022, Milán (Teatro alla Scala). Boris Godunov Drama musical popular en cuatro actos (Versión 1869). Música y libreto: Modest Músorgski.
Dirección musical: Riccardo Chailly. Director de escena: Kasper Holten. Escenografía: Es Devlin. Vestuario: Ida Marie Ellekilde. Iluminación: Jonas Bøgh. Video: Luke Halls.
Solistas: Ildar Abdrazakov, Lilly Jørstad, Anna Denisova, Agnieszka Rehlis, Norbert Ernst, Alexey Markov, Ain Anger, Dmitry Golovnin, Stanislav Trofimov, Alexander Kravets, Maria Barakova, Yaroslav Abaimov, Oleg Budaratskiy, Roman Astakhov, Vassily Solodkyy.