Borja Quiza. Concierto. Coruña

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Una noche con las verdaderas estrellas

Que los puristas no se rasguen las vestiduras. Mucho antes que Borja Quiza, otras voces graves de la lírica ya habían explorado el vasto repertorio que las elegantes melodías de los Porter, Berlin, Weill o Rodgers & Hart supieron poner al servicio de las voces de algunos de los más inspirados fraseadores. Ahí está el disco de standards americanos de Cesare Siepi, el más grande Don Giovanni, inmejorable compañía para una isla desierta; la estremecedora versión que George London, Boris Godunov de referencia, nos legó de “If I loved you”, o las encantadoras interpretaciones que el supremo rossiniano Sam Ramey ha grabado de Gershwin. Y uno de los más excelsos liederistas de hoy, Thomas Quasthoff (que se pagó la universidad cantando jazz por los bares) aún alterna, sin aspavientos de sus admiradores, a Wagner con Duke Ellington. La buena música prevalece siempre.

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Así que Borja Quiza ha hecho bien en darse el gusto de ponerse ahora ante un micrófono para pasárselo en grande y hacer disfrutar al público de María Pita, que acabó puesto en pie y bailando (en este caso sobraban las sillas). El joven barítono de Ortigueira se trabajó al máximo su espectáculo para evocar aquellos shows televisivos de los años 50 o 60 en los que las estrellas de EE UU (los Sinatra, Darin, Martin, Bennett y por ahí) cantaban, bailaban y contaban algún chiste. En ese sentido, todos los detalles estuvieron cuidados, desde la puesta en escena hasta la selección musical, en la que Quiza, más que recrearse en versiones personales, pareció querer retratar a su modelos: la versión de “Volare” llevaba el sello inconfundible de Dean Martin, en “La garota de Ipanema” recordó la colaboración entre Sinatra y Jobim.

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Si el emocionado público supo apreciar los destellos de intimidad en los que surgió el Quiza más expresivo, como en “You and I” (posiblemente más propicio para un ámbito recogido), el entusiasmo se desbordó en los números más populares, un exuberante “New York, New York” (aunque Carey Mulligan nos descubriera en “Shame” su disfrazada melancolía)  y el himno inmortal de “My way”, tributos finales a Sinatra, uno de los dos o tres artistas vocales esenciales del siglo XX. Soberbia la orquesta, que se lució en sus números en solitario, como el impagable “Night and day”, y muy oportuna la colaboración de la bailarina Verónica Torres.

César Wonenburger