El director Srboljub Dinić sacó lo mejor de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, que sonó francamente muy bien, respondiendo sin problemas a una dirección con tempi relajados, que buscó el efecto dramático en los detalles sin llegar a perder tensión. Ello fue especialmente notorio en el “Te Deum”, parsimonioso y a la vez ligero. El coro titular lució en todo su esplendor en este brillante pasaje. El barítono Genaro Sulvarán supo sobrellevarlo con su robusto instrumento, ajustado en el fiato, aunque sin ofrecer muchos matices en su construcción canora de Scarpia. El tenor Carlos Galván luce una voz potente, de agudos brillantes, buen empaque y caudal sonoro. Convence como Cavaradossi. La triunfadora de la noche, con toda justicia, fue la soprano búlgara Svetla Vassileva. Las características teatrales del personaje epónimo de la obra le van como anillo al dedo. Como actriz efectúa un trabajo muy meritorio, delineado con esmero. Su voz a ganado mucha proyección y peso específico, aunque sin llegar a tener los graves deseados para una Tosca. La cantante recurre a golpes de glotis para conseguir efectos dramáticos. La solución quizá no es la adecuada pero el resultado parece logrado. Fue muy aplaudida con el bonito y concentrado “Vissì d’arte” que nos ofreció. En el resto del reparto sobresalieron el sonoro Spoletta del tenor Héctor Valle y el Sciarrone de suficiente relieve del barítono David Echeverria.
La nueva producción lleva la firma de Luis Miguel Lombana, que sin salirse de un acercamiento tradicional nos ofreció una atractiva y hasta original propuesta. La manera tan cinematográfica, sin recurrir a videos o sofisticada maquinaria escénica, con la que consiguió que los espectadores pasemos de una capilla lateral de la iglesia (Sant’Andrea della Valle en el libreto) a la nave central para el “Te Deum”, fue maravillosa. La bella escenografía (Laura Rode y Adrián Martínez) pecó de excesivo celo en el tercer acto, incluyendo una reproducción de la escultura del San Miguel Arcángel que corona el castillo romano. Una silueta del mismo hubiese causado un efecto similar y habría costado mucho menos dinero. El vestuario (Tolita y María Figueroa), apegados a las formas históricas, utilizaban dos tonalidades en la ropa de los personajes malvados, como para exhibir esa característica de personalidad dual en ellos. La verdad es que algo tan obvio podría haber sido recalcado de otra manera. Con el vestuario daba la sensación de que esos personajes eran bufos. La iluminación (Víctor Zapatero) fue muy valiosa para la construcción y recreación de los espacios escénicos. De forma global el espectáculo gustó a todos y los que comparecieron a los saludos finales fueron aplaudidos con mucho entusiasmo.
Federico Figueroa