
Concluye la 50ª Temporada de Amigos Canarios de la Opera con un Massenet desigual y difícil, exento del efectismo teatral de sus obras anteriores, melancólico y trágico. Goethe habìa escrito la novela a los 25 años, inspirado en parte por un amor juvenil imposible. Su vivencia de la pasión amorosa, que desenlaza en suicidio entre prejuicios sociales y convenciones religiosas, fue el aldabonazo precursor del romanticismo europeo. El operista francés describe la sofocante atmósfera burguesa en los dos primeros actos, bastante anodinos, para cargar en los dos finales toda la intensidad del erotismo «culpable». El excelente maestro Giuseppe Sabatini planifica muy bien ambos climas en esta producción de Las Palmas, con la -sin duda álguna- mejor prestación de temporada de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y sus solistas. Unidad, precisión y belleza sonora en el nexo con la escena y admirable sinfonicidad en las dos páginas orquestales: el Preludio y el Interludio entre los actos 3º y 4º.
La producción escénica (del Communale de Bolonia) migra de finales del siglo XVIII a mediados del XX. Sencilla y esquemática pero eficaz en la planificación espacial, la iluminación y los símbolos visuales. Todo es elocuente en manos de la regista Rosetta Cucchi, que identifica el esplendor del asunto amoroso con el de la Naturaleza, siempre alegórica en Goethe, así como su decadencia con la frustración pasional. Es como el fracaso del mundo asociado al del amor. Los poderosos tilos del jardín, inseparables de la esperanza de Werther, aparecen abatidos en su agonía. Buen espectáculo, a veces perturbado por la cursilería de las escenas con niños y la rancia gestualidad de algunos buenos cantantes que son malos actores.
El tenor venezolano Aquiles Machado, tan «nuestro» por muchos conceptos, afronta el exigente rol titular con infatigable entrega y presencia escénica constante. Los cambios que el tiempo y el trabajo imprimen en su lìrica voz aparejan una nueva intensidad del canto, riqueza en los matices, apianamientos refinados y un dramatismo creible. La mezzo aguda Silvia Tro Santafé, debutante en la plaza, canta una Charlotte muy convincente en medios vocales y teatrales, impecables en el tercer acto que es la cumbre de su personaje. La soprano Marina Monzó despliega con ligereza y encanto la Sophie, y el barítono Rodolfo Giuliani da perfecto carácter al Albert. Ambos debutan el rol y la plaza. Todos los comprimarios son buenos: Stefano Palatchi -otro amigo de siempre-. Carmen Esteve, Manuel García, Fernado García-Campero y Octavio Suárez. Seguros y en punto los niños del Como Infantil de la OFGC que dirige Marcela Garrón.
Buen broche para la temporada del medio siglo, rica en excelencias sobre la indesplazable memoria de Alfredo Kraus, su dedicatario.