Camarena pone en pie el Palau de Valencia

Javier Camarena
Javier Camarena

El tenor Javier Camarena arrolló en un concierto de la programación del Palau de la Música, en la sala de ópera en el Palau de les Arts de Valencia. Gran parte del público que estaba entregado desde el momento en que el mexicano pisó el escenario se puso de pie para despedirle entre interminables ovaciones, tras ofrecer tres bises al finalizar el concierto en los que hubo de todo lo que entusiasma a la galería, una canción de Agustín Lara dedicada a Valencia («Valencia mía»), que por cierto no es ni mucho menos de lo mejor del flaco de oro, para vincularse más con la gente y el territorio de actuación y tres canciones mexicanas, una la que inmortalizara Jorge Negrete «Cielito lindo» otra el huapango «Malagueña salerosa» asimismo de Elpidio Ramírez, que hizo glorioso el falsete de Aceves Mejía y otra «El rey» de José Alfredo Jiménez que glorificó a Vicente Fernández y que coreó el respetable , hasta que ya el piano moduló a una tercera mayor y el público no pudo seguir la tesitura.

En el concierto el cantante demostró su facilidad para los agudos, que es asombrosa al extremo de que parece que está más a gusto cuanto las notas sobrepasan el la agudo que en el centro y en el grave, también sus smorzaturas, pianos y falsetes con un uso de los portamentos y el fiato interminables  (en la quinta mayor de la frase «que eres linda y hechicera» de «Malagueña salerosa»)  de casi ocho compases.

La verdad es que el territorio de las propinas tuvo un cierto punto de trivialidad ligado con el compadreo que el «manito» exhibió en sus numerosas intervenciones habladas para ganarse el  beneplácito de una asistencia que ya solo por verle en escena estaba resueltamente entregada a su arte.

Sin duda la segunda parta de la audición es la que tuvo mayor interés, por más que en el programa no se recató de exhibir su portentosa tesitura superior, que es lo que ha rendido a los públicos de los más grandes coliseos del planeta. Pese a que según confesó su faringe no estaba en las mejores condiciones el do sobreagudo de «Où se devine la présence» de «Salut demeure chaste pure» del segundo acto de «Faust» que fue para ponerle cirios (solo hubiese faltado que lo hubiese apianado como hacia Di Stefano en 1950)  demostró que el cantante iba a poder con todo lo que se le pusiera por delante. Su emisión era natural, clara y corría ampliamente por la sala con una plenitud absoluta. Con todo este comentarista se queda con la frase conclusiva («inocente et divine en la que hizo uso de una filatura que demuestra una exquisita escuela de canto. El aria de «Mylio» del tercer acto de «Le roi d’Ys» , fue una demostración de bien decir y de embeleso sentimental en el melódico cantábile de la primera parte y en el fragmento mas jovial de la segunda. A destacar el uso de los pianísimo en la línea de los que estableció Fleta aunque no cantó con la carnosidad del tenor baturro.

En la dificilísima aria que confluye el segundo acto de «Dom Sebastien» no tuvo dificultad con los tres Do, por más que estuvo tal vez una coma o dos calante en el primero. Sin embargo solventó con eficacia el valseado a·3/8 de «Ah mes amis» de «La fille du regiment», con sus nueve Do desde el «Pour mon àme» al «Militaire» final en que como es habitual omitió el Mi de pentagrama para traducirlo en un Do sobreagudo octavando los dos anteriores.

En la segunda parte llevó a cabo dos cambios: uno sustituyendo el aria de «Ricciardo et Zaide» por la de «La cenerentola», en la que aparte de las increíbles ascensiones al Do, de una limpieza y claridad inestimables (por cierto presentes en la partitura) cabe elogiar sus pianos y medias voces , que revelan un cantante de sensibilidad incuestionable. En la casi desconocida aria de «Betly» de Donizetti, extrañamente rozó unas notas centrales, en «Nell’ecceso del piacer» tal vez por la descolocación de la sempiterna posición de su importación en la región más alta de emisión. Si bien anduvo falto de emotividad y vehemencia en la bellísima aria de «Martha» de Flotow  y se desfiató levemente en el «Io moriró» final, la versión no dejó por ello de ser correcta. Tal vez la obra más interesante del programa fue el vivido lamento de Federico de «L’arlesienne» de Cilea, cuadrado en el preciso compasillo con una métrica sensitiva en los tresillos del acompañamiento y un Si emitido con toda la intensidad y un vehemente y atormentado «ahimé» en la conclusión».

Correcto y muy pendiente de la intención del canto, el pianista acompañante Ángel Rodríguez, fue dueño de una indudable sensibilidad en la articulación aunque tal vez pecó de un exceso exagerado en la acción declamatoria de las manos y los antebrazos.

Antonio Gascó