Con las voces de Mariola Cantarero y Simón Orfila, noche de fiesta en el Auditorio de Santiago de Compostela el 23 de septiembre para la inauguración de la temporada de la Real Filharmonía de Galicia, bajo la batuta de Oliver Díaz, con la colaboración de los Amigos de la Ópera de la capital gallega. El recital, previsto para el jueves 19, se había pospuesto por un súbito catarro de Orfila, pero dada la permanencia de los cantantes en Santiago para la grabación de un CD pudo retrasarse sin excesivos problemas.
Abordaron los cantantes un repertorio muy exigente, sin pieza alguna de relleno, con una entrega, una técnica y unos resultados sobresalientes. Tras una obertura de Don Giovanni con algún ligero desajuste entre cuerda y viento, pero que subrayó bien el carácter de dramma giocoso de esta ópera, Mariola Cantarero se estrenó con el aria de Donna Anna Crudele… Non mi dir. Abrir un recital con una pieza de esta envergadura da buena idea de su nivel. La soprano se mostró a un alto nivel, anunciando lo que iba a ser el resto de la noche, una vez calentada la voz. Recitativo muy expresivo, noble y elegante, exhibiendo su magnífica respiración, su control del volumen y su capacidad para el piano.
Sin cambiar de ópera, Simón Orfila inició su participación con el aria del catálogo de Leporello, un papel que tiene en su repertorio desde hace tiempo y cuyos mecanismos teatrales domina a la perfección. No se atisbó resto alguno del catarro y tanto vocal como escénicamente el aria fue una presentación excelente. En un guiño a otro tiempo, emitió el último “quel che fa” nasalmente, sin cantarlo
Cerrando la parte dedicada a Mozart, los dos cantantes interpretaron Là ci darem la mano, donde se puso de manifiesto la excelente química, musical y teatral entre ambos. Porque es algo que merece ser destacado de esta noche: la magia del teatro que ofreció este recital, muy superior a muchas anodinas representaciones despojadas de cualquier condimento actoral. Con simples gestos, posturas, miradas, Cantarero y Orfila añadieron ese plus a sus prestaciones vocales que eleva al género lírico a su mejor estadio. Seductor él, coqueta ella, se vio a Cantarero más cómoda como Zerlina que como Anna.
Pero este dúo no era más que el preludio de uno de los momentos cumbres de la noche. La campesina dio paso a la reina de Babilonia con el Bel raggio lusinghier de Semiramide. Con la voz ya en su nivel óptimo, Cantarero ofreció una interpretación majestuosa, matizada, coloraturas impecables, dominio del volumen y la respiración, que fue acogida con auténtico entusiasmo por el público. En definitiva, un perfecto dominio de la parte, que lleva a desear cuándo se podrá ver a esta cantante en el papel completo.
El listón había quedado alto para Simón Orfila, que sin embargo con una poderosa Calunnia cumplió de sobra su prestación. Exhibió una voz poderosa y sólida, combinada con una irónica concepción del personaje, muy bien acompañado por la RFG, que dibujó a la perfección el ruido creciente de las insidias de don Basilio.
La primera parte se cerró con el dúo entre Semiramide y Assur Se la vita ancor t’è cara. Puro teatro y exhuberancia musical.
La segunda parte se abrió con una eficaz obertura del Barbero de Sevilla, superior en su ejecución a la inicial de Don Giovanni, con algún destello de las trompas. A continuación, Orfila abordó el aria de don Alfonso en Lucrezia Borgia Vieni, la mia vendetta. En ella puso de manifiesto unos graves rotundos y un frase a la altura de la dignidad del personaje, con toda su vileza impregnando la interpretación. Incluyó interesantes variaciones en la repetición de la caballetta, que coronó con un agudo firme y resonante, perfectamente emitido.
Le siguió Cantarero con su debut en la piel de Anna Bolena a través de las páginas del Piangete voi… Al dolce guidami. La impresión, vocal y dramática, fue excelente, exhibiendo una voz de lírica plena, alejada de la lírica-ligera que fue en sus inicios. Destacaron particularmente unas medias voces llenas de belleza y sutileza, sostenidas con un fraseo y un control del aire soberbio, con unas messe di voce acertadísimas. Los diálogos con la flauta y después con el fagot empastaron de forma particularmente apropiada con su voz. El trino con el que remató su intervención fue de gran calidad. Queda la duda de saber si la caballetta Coppia iniqua, con la que remata la obra, no estaba prevista de antemano en el programa o fue abortada por la salva de aplausos y bravos que siguió al trino antes mencionado y que detuvo por completo la acción.
El final oficial del programa volvió a Lucrezia Borgia, con el dúo Soli non siamo… Oh, a te bada. De nuevo la compenetración entre ambos, vocal y teatral, fue excelente, sin manifestar cansancio alguno a pesar de lo exigente del programa. Por el contrario, ofrecieron al público un número magnífico, coronado con soberbios agudos.
La propina, contraste de comedia frente a tanto drama, fue un divertidísimo dúo (con bailecillo incluido por parte de la soprano) entre Dulcamara y Adina del Elisir d’amore, que hizo las delicias del respetable.
El éxito de este concierto inaugural de la Real Filharmonía de Galicia debe hacer reflexionar sobre el excelente funcionamiento de los recitales con orquesta. En ellos, la potencia de la ópera se siente de una forma mucho más intensa que en los hoy tan habituales (y mucho más baratos) recitales acompañados de piano. Un acierto, pues, de la programación compostelana, que ha sabido elegir a dos cantantes perfectos para un evento como éste. Si a eso se añade la grabación de un CD con el contenido del concierto, una noche redonda en el Auditorio de Galicia.
E. P.