
Ha regresado al Festival de Peralada con Acosta Danza, cuyo estreno en España fue en este mismo escenario, en 2017
Cristina Marinero
Seguro que Carlos Acosta recordará 2019 con especial cariño, un año que le ha traído no sólo la película Yuli, basada en su autobiografía -por la que fue nominado al Goya como mejor actor revelación-, sino también el nombramiento como director del Birmingham Royal Ballet, cargo que iniciará el próximo mes de enero de 2020. «¿Que cómo compaginaré las dos compañías? Formando buenos equipos y delegando», nos aseguraba el ex astro del Royal Ballet, tras la función del Festival gerundense.
La pregunta era obvia, sobre todo porque durante esta temporada, además, el que ha sido primer bailarín negro en la historia de la compañía de Covent Garden, y residente en Londres, continúa afianzando su agrupación privada, cuya sede está en La Habana y cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura de Cuba desde su creación hace cuatro años.
La escuela que ha creado en paralelo para nutrirse de bailarines, por su parte, está respaldada por su Fundación, con sede en Londres, según nos subrayó en esta breve charla, durante la cual también señaló que sus bailarines cobran sueldos según el baremo de la sociedad cubana, pero que, al ser bajos, él les paga un poco más.
Organizar la estructura económica de esta escuela desde la figura jurídica de una fundación es lógico. Sobre todo como ciudadano de Reino Unido, pues puede aprovechar la facilidad y beneficios que las leyes de mecenazgo británicas proporcionan a particulares y empresas para sacar adelante proyectos artísticos, con beneficios fiscales excelentes para todos.
Esta segunda actuación en el Festival de Peralada de Acosta Danza ha sido con un programa que coproduce con el teatro Sadler’s Wells, donde ya se vio. Carlos Acosta ha bailado de nuevo el solo Two, de Russell Maliphant, y, junto a Marta Ortega, el estreno de Mermaid, de Sidi Larbi Cherkaoui, donde él porta a la bailarina, artista excelente y con una personalidad de movimiento magnética.
También ha mostrado por partida doble el refrendo de su confianza en el español Goyo Montero, ya que le ha sumado a su proyecto de forma más fija, nombrándolo coreógrafo residente a finales del año pasado.
Sus obras Imponderable y Llamada han encabezado, respectivamente, cada una de las dos partes en que se divide el programa presentado en el Festival de Peralada, en su segunda cita, ya luminosa y en paz, tras aquel debut del 17 de agosto de 2017, día marcado por los atentados de Barcelona y que nos sumió en una gran tristeza a artistas y público allí congregados.

Montero va a ser quien marque una de las facetas del estilo de Acosta Danza con su rico vocabulario de movimiento y su energía siempre permeable a nuevos argumentos, ritmos y fórmulas escénicas. En Imponderable se inspira en el cantautor cubano Silvio Rodríguez, al que el compositor Owen Belton -colaborador asíduo- trocea con su música original para subrayar la premisa de la obra: la imposibilidad de medir las emociones.
Con la belleza y sensación de fugacidad que el humo extendido en escena por los bailarines proporciona, el coreógrafo madrileño y director del Ballet de la Opera de Núremberg vuelve a constatarse como un hábil diseñador de formas y recorridos con la unión de los bailarines en un solo ente.
Así lo constata también en Llamada, estrenada hace apenas dos semanas en el Teatro Nacional de La Habana y donde la composición de Belton tiene como «compañeras» a las voces de Miguel Poveda y Rosalía, cantando a Walt Whitman y por alegrías, respectivamente. Con su ya habitual subrayado coreográfico a lo que escuchamos en las letras de las canciones -quizás demasiado evidente-, Montero continúa abundando en su personal estilo, ya extendido en los escenarios de medio mundo, que requiere de bailarines con sólida técnica clásica y ductilidad corporal a raudales.
Muy distinto es el trabajo del otro español, – y también madrileño-, que ha elegido Carlos Acosta para cerrar la velada. Jorge Crecis -instalado en Londres desde hace tiempo, y maestro en famosos centros, como The Place-, apuesta por unir lo atlético con lo dancístico, en Twelve.
Con música de Vincenzo Lamagna, los bailarines deben lidiar con sus contínuos lanzamientos de botellas de agua con marca fluorescente en el interior. Es una coreografía más cercana al imaginario publicitario, a una atmósfera muy de street-dance y con reminiscencias ochenteras. Eso sí, nos tiene en vilo esperando que los lanzamientos de botellas no causen accidentes y bajas inesperadas…