Pagliacci en la Ópera de Bilbao Por Joaquín Ferro
El sábado 20 de noviembre se estrenó en el Euskalduna un tradicional doblete de óperas, Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni y Pagliacci de Ruggero Leoncavallo, una producción de ABAO Bilbao Opera. Este montaje “rústico” reconcilia al espectador con los aspectos más clásicos de la ópera: escenas claras, buena música y una selección de voces óptima.
Se puede considerar esta producción una buena clase práctica para iniciarse en el mundo lírico, gusta y agrada. Encierra fragmentos musicalmente arrebatadores como el ‘intermezzo’ compuesto por Mascagni, que deleita a cualquier público. En esta ocasión, la Euskadiko Orkestra siguió la batuta de Daniel Oren. Este director consiguió muy buenos momentos musicales; los pianos de contrabajos y cellos, el buen hacer del viento madera y un arpa delicadamente afinada respondieron a sus demandas permitiendo disfrutar sin ambages del trabajo melódico de los dos compositores representados.
El Coro de Ópera de Bilbao en esta ocasión fue más comedido en sus intervenciones, quizás convendría continuar trabajando en esa línea para que pudiesen responder correctamente en los pianos. No obstante, el esfuerzo realizado dio sus frutos y sonó equilibrado en sus intervenciones. No quiero dejar de destacar la intervención de Coro infantil de la Sociedad Coral de Bilbao que, una vez más, dejó claro el buen hacer del veterano José Luis Ormazabal con las voces blancas.
Últimamente en las producciones nos están mostrando escenografías en las que nos perdemos entre simbolismos, efectos y proyecciones, por lo que ver tras el telón la propuesta de Gabriele Moreschi, con una disposición clásica y en cierto modo ‘reciclada’, puede dar la idea de cierta pobreza, pero prestemos atención, ya que con la iluminación de Alberto Rodríguez el efecto que se consigue no es sino el de resaltar lo que se representa.
Muy acertada la dirección de Joan Anton Rechi, que estructuró la escena para que tanto coro como solistas se encontrasen en la posición más favorable para poder cantar en plenitud. En esta misma línea, Mercè Paloma viste al elenco de algodones, punto y viscosa, tejidos tan ligeros que se diría traen aroma de manzanilla, y digo viste, porque no disfraza, ni tan siquiera a los personajes de la comedia del arte que llegan con el circo.
La magia es absoluta cuando Ekaterina Semenchuk comienza a cantar, su maestría no se acomoda a un diminutivo como Santuzza. La relajación en su emisión y su proyección de sonido hacen que cada uno de los matices desgranados en su interpretación corran por todo el auditorio. Ekaterina es capaz de acariciar el oído del espectador con sus filados, lástima que tenga que “asentar sus reales” en ciertos momentos en los que la compañía que la rodea no muestra ningún tipo de delicadeza.
El público de ABAO siempre ha sido exigente y debo añadir que goza, además, de una memoria excelente. Las personas que se sentaban en las butacas cercanas recordaban que en el año 1976 el tenor que ocupaba la posición que en esta ocasión pertenecía a Jorge de León recibió un sonoro abucheo debido a algún problema con su voz, no fue este el caso. Jorge de León aún no sufre de este problema. No dejó de enseñarnos su instrumento durante toda la representación, lástima que no pudiéramos escuchar lo que promete más allá de su voz.
La reacción del público ante Rocío Ignacio en su papel de Nedda fue fría, no hubo ‘fiamma’ en su interpretación. Aunque en los quintetos finales consiguió dotar a su canto de una intensidad emocional palpable, la competencia vocal con sus compañeros tampoco permitió apreciarlo. Esperemos escucharla en otras producciones que se puedan ajustar a sus cualidades y nos permitan apreciar su valor.
Algo similar sucede al escuchar a Carlos Daza, la tendencia a imponer una voz sobre una interpretación debería comenzar a reorientarse. Se puede epatar al público en algunos momentos con la cualidad de un instrumento, pero acaba siendo tedioso al poco rato. Este comportamiento acaba siendo contagioso e incluso en su pequeño papel, Gexan Etxabe canta fuera de orden. Este no fue el caso de Mikeldi Atxalandabaso, que consciente de sus posibilidades ajustó estas a la demanda de su rol.
Entre los papeles femeninos no podemos dejar de reseñar el papel de Elena Zilio, que cuando abandonaba el registro de pecho mostraba una voz bien timbrada y de gran emisión. Su papel de Mamma Lucia, aunque adecuado, supo a poco. Belén Elvira vocalmente no tenía la frescura de una Lola pimpante, su vibrato y amplitud quizás debieran enfocarse en otro tipo de roles acorde a sus cualidades. Ambrogio Maestri nos da una lección de canto con su prólogo en Pagliacci pero su brillo se empaña cuando el aria que interpreta requiere de un tempo más ágil.
Todo el trabajo volcado en esta producción se vio recompensado por la actitud del público, que mostró claramente su agrado y, aunque también fue duro en alguna ocasión, innegablemente, disfrutó hasta el final. Una producción propia como esta se adapta a la práctica de ciertos escenarios que ofertan un segundo elenco que alterna representaciones con el primero. Sería una gran ocasión para dar paso a nuevas voces y salir de la zona de confort que supone contar con agencias y colaboradores. Por otro lado, ofrecer representaciones en otro horario permitiría abrir a un público nuevo la lírica.
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Palacio Euskalduna, Sábado 20 de noviembre de 2021. Programa doble Cavalleria rusticana / Pagliacci, producción de ABAO Bilbao Opera. Jorge de León (Turiddu / Canio), Ekaterina Semenchuk (Santuzza), Ambrogio Maestri (Alfio / Tonio), Rocío Ignacio (Nedda), Carlos Daza (Silvio), Belén Elvira (Lola / Mamma Lucia), Mikeldi Atxalandabaso (Beppe), Gexan Etxabe (un contadino), Euskadiko Orkestra, Coro de Ópera de Bilbao, Boris Dujin (director del coro), Coro infantil de la Sociedad Coral de Bilbao, José Luis Ormazabal (director del Coro infantil), Daniel Oren (dirección musical), Joan Anton Rechi (dirección de escena), Albert Estany (director de la reposición). Pagliacci en la Ópera de Bilbao