Behind the lines. Anna Prohaska (soprano), Eric Schneider (piano). Canciones de Beethoven, Eisler, Wolf, Rachmaninov, Traill, Ives, Quilter, Cavendish, Schubert, Rihm, Liszt, Schumann, Poulenc, Mahler y Weill. Deutsche Grammophon, 2014.
Prohaska y los cantos de guerra
En el año del centenario de la Gran Guerra, la soprano austríaca Anna Prohaska rinde un atemporal homenaje discográfico con este Behind the lines a las millones de jóvenes víctimas que perdieron la vida no sólo en la guerra del 14, sino en los innumerables conflictos bélicos que han sembrado la historia de tragedias. Este caleidoscópico e imaginativo viaje musical a través de 25 canciones, en su gran mayoría desconocidas, escritas en cuatro lenguas (alemana, inglesa, francesa y rusa) que abarcan desde la época del Renacimiento hasta nuestro cercano siglo XX, arroja luz en diferentes aspectos de la vida de un soldado, ya sea en el frente de batalla o desde detrás de las líneas de fuego, como titula el propio disco.
A través de la desnudez y concisión de la canción tradicional alemana con que abre el disco, el piano de Schneider (incondicional compañero de viaje de Prohaska por este trágico deambular por la muerte) se adentra sin solución de continuidad en “Die Trommel gerühret” de Beethoven, canción perteneciente a la música incidental para la tragedia goëthiana Egmont, con una contrastante transición rítmica entre cada estrofa vocal.
Los saltos a las vanguardistas canciones del siglo XX son continuos, principalmente de compositores alemanes que abrazaron el dodecafonismo de la Segunda Escuela de Viena, desde Hans Eisler y su Hollywooder Liederbuch con textos de Bertold Brecht hasta nuestro contemporáneo Wolfgang Rihm y la primera canción de su op. 1, la escalofriante y expresionista “Untergang” de Gesänge. Entre medias encontramos al genio del eclecticismo musical con apego a la música cabaretística, Kurt Weill, del que se ofrecen dos de sus canciones menos célebres en lengua inglesa, basadas en poemas de Walt Whitman (la enajenadora y machacona “Beat, Beat! Drums!” y la jazzística, aunque fúnebre, “The two veterans”).
La música inglesa está representada, desde las tonadas renacentistas de Thomas Traill (la bella “My Luve’s Germany”) y Michael Cavendish (“Wandring in this place”), hasta la música del padre de la música moderna británica, como fue Charles Ives, con dos de sus Three Songs of the war, amén de su aforística y ambigua canción “1, 2, 3”. Del desconocido compositor inglés Roger Quilter se recoge la primera de sus cinco canciones basadas en Shakespeare.
A excepción de una pequeña concesión a la música rusa, mediante una romántica canción de Sergei Rachmaninov extraída de sus Seis Romanzas op. 8, y dos a la música francesa con los pentagramas que el Franz Liszt más asceta destinó para los versos de Alexandre Dumas en la plegaria que entona Juana de Arco en la hoguera; así como el marcial “Le retour du sergent” de las Canciones villanescas de Francis Poulenc, son prácticamente las canciones del Romanticismo alemán (tan propenso a la expresión de sentimientos patrióticos y a la descripción bélica) las que dominan este paseo musical por los campos de batalla.
Prohaska y Schneider han querido, y muy justamente, que Schubert y Schumann, los compositores casi definidores del lied alemán, comparezcan por medio de su arrebato romántico, el primero con su desoladora “Kriegers Ahnung” de su postrero ciclo El canto del cisne y la más narrativa “Ellens Gesang” op. 52 nº 1, basada en Walter Scott, una canción con varios cambios de registro de la soprano a lo largo de sus 8 estrofas, llegando a una duración de más de 7 minutos, algo casi insólito para un lied del músico vienés. Robert Schumann, por su parte, realiza un guiño musical al periodo de la Revolución Francesa citando explícitamente los compases del himno nacional francés, “La Marsellesa”, en labios de la cantante, en su “Die beiden Grenadiere” de Romanzas y baladas op. 49, complementado por “Der Soldat”, de sus desconocidos Fünf Lieder op. 40, según una historia del dramaturgo Hans Christian Andersen, cuyo título retoma posteriormente Hugo Wolf en su brevísimo lied perteneciente a los Eichendorff-Lieder. Por último, el Mahler del Knaben Wunderhorn se brinda bajo el revestimiento mucho más íntimo del acompañamiento únicamente pianístico en la dulce y armoniosa canción “Wo die schönen Trompeten blasen”.
La voz cálida de amplio centro de la joven soprano se adhiere como un guante al estado de ánimo de cada una de las historias individuales que va abordando (esperanzas amorosas frustradas por la irremisible obligación del soldado, el incesante fragor de la contienda, la desolada descripción de un campo de batalla…). Prohaska, por medio de su perfecta dicción y cuidado fraseo, sabe suministrar el nivel de expresión justa que encierran los versos de cada una de las canciones (más mundanas o más poéticas, más terribles o más esperanzadoras), mostrando una elevada capacidad para hacer suyos estilos y cadencias radicalmente opuestos, desde la sobriedad de las dos canciones renacentistas pasando por la susurrante dulzura con que imprime a Schubert o Mahler, hasta la aspereza de las más modernas y expresionistas canciones alemanas.
Aunque en los textos y los pentagramas de estas canciones se encuentren inmersas la dureza y la tragedia de cualquier contienda bélica, merece mucho la pena este recorrido musical que Anna Prohaska nos sugiere “detrás de las líneas” en el año del centenario de la conflagración mundial que cambió la historia de la humanidad en todos sus órdenes.
Germán García Tomás
@GermanGTomas