Celebramos 100 años de El sombrero de tres picos con el hijo de su creador, el coreógrafo Lorca Massine, junto a Blanca del Rey y el baile de Jesús Carmona, en El Corral de la Morería

De izda a dcha, Inés Rubio, Estela Alonso, Jesús Carmona, El Ñoño, Juan Triviño, Blanca del Rey, Manuel Segovia, Cristina Marinero y Lorca Massine
De izda a dcha, Inés Rubio, Estela Alonso, Jesús Carmona, El Ñoño, Juan Triviño, Blanca del Rey, Manuel Segovia, Cristina Marinero y Lorca Massine

Ha venido invitado por José Carlos Martínez a la Compañía Nacional de Danza a montar la coreografía original de Leonide Massine, que cumple un siglo de su estreno. Ávido de ver buena danza española, como le sucedía a su padre, llevamos a Lorca Massine al famoso tablao, el gran templo de nuestro arte. Se convirtió en una celebración de su famoso apellido en la que el pasado y el presente se encontraron, recordando a Félix Fernández y el baile de Carmona.

Cristina Marinero

Lorca Massine ha ensayado con la Compañía Nacional de Danza la coreografía original del ballet que su padre, el famoso bailarín y coreógrafo de los Ballets Russes de Serge Diaghilev, Leonide Massine, creó en 1919 junto a Falla y Picasso. La recreación de este título histórico de estilo español estrenado hace un siglo se verá únicamente en el Festival de Música y Danza de Granada, en julio.

El sombrero de tres picos es parte de la vida de Lorca Massine (Nueva York, 1944) desde que nació.  Cuando falleció su padre, en 1979 -ahora se cumplen cuarenta años-, consiguió organizar el difícil tema de los derechos del ballet y, desde entonces, es quien lo monta a las mejores compañías del mundo. Bailarín con Béjart y coreógrafo desde sus veintipocos, con el New York City Ballet, Lorca se hizo famoso en Europa con su ballet Zorba, el griego, que también sigue reponiendo por el mundo.

En la noche del lunes 8 de abril, celebramos por adelantado con Lorca Massine el Centenario de El sombrero de tres picos, que se cumplirá en julio. Lo que iba a ser su asistencia al espectáculo Camino, de Jesús Carmona, en El Corral de la Morería, junto a su mujer, el coreógrafo Manuel Segovia y quien esto firma, se convirtió en una velada que ha calificado de “muy especial y verdaderamente emocionante”. La gran dama de nuestra danza, Blanca del Rey, directora artística del prestigioso escenario, hizo que quien iba como ilusionado espectador, se convirtiera en homenajeado, dedicándole unas palabras hacia él y su padre, desde el escenario, con el aplauso de los asistentes.

Lorca Massine nos confesó que había estado en Morería hacía medio siglo. Y pudo llevar su memoria hasta allí, cuando su padre venía a Madrid para estudiar con La Quica, la famosa maestra de tantos grandes artistas, como nuestro profesor de flamenco en el conservatorio de danza del Teatro Real, Paco Fernández

Porque Leonide Massine (1896-1979) adoptó el baile español no sólo como el gran Arte que es, sino que se impregnó absolutamente del poder expresivo y casi catártico que posee el flamenco. Esa pasión auténtica que nace de dentro para comunicarse con el público a través del movimiento le dejó huella. Y el pantalón de talle alto fue su ropa de ensayo desde que lo vistiera por primera vez, incluyendo la práctica de la danza española en su clase diaria.  

En Camino vimos también a una estupenda Estela Alonso, interpretando un solo estilizado de Escuela Bolera de gran dificultad. Porque si el flamenco adquiere su verdadera dimensión visto en la cercanía del tablao, los rigores de la técnica de nuestro baile clásico deben ser mucho mayores aún, cuando tienes a los espectadores a un metro de distancia.

Si la danza, como decía Antonia Mercé, es Verdad, se duplica cuando tienes que ejecutar saltos, piruetas y trenzados, sabiendo que no puedes relajar ni un momento los empeines y que los seis metros de escenario no te permiten ni un paso en falso. Bailó también con grandeza Inmaculada Aranda, de una técnica de pies impecable, e Inés Rubio desenvolvió con poderío sus brazos. Cantaba una temperamental Mara Rey, con Juan Triviño, El Pola y Jesús Flores añadiendo sus voces casi sagradas. A la guitarra demostraron la maestría de sus dedos El Ñoño y Dani Jurado, nutriéndose con el toque en comunión.

Recordando a Félix

En los últimos minutos de la noche, volvimos a acordarnos de Félix Fernández, el bailaor que impactó a Diaghilev, a Leonide Massine y a los bailarines de los Ballets Russes y fue contratado en la compañía con vistas a protagonizar el ballet español que el empresario de mechón blanco empezaba a gestionar con Massine y Falla, realizando sus diseños Picasso.

Félix Fernández salió de España en agosto de 1918 y no volvió; fallecería en el sanatorio de Epson donde permaneció internado de 1919 a 1941, tras haberle encontrado en la iglesia de Saint Martin in the Fields bailando en su altar. No interpretó al Molinero de El sombrero de tres picos en su estreno en el Teatro Alhambra de Londres, en julio de 1919, pero fue esencial para que este ballet se crease.

Falla anotó su nombre en la partitura de la farruca, Massine aprendió con él, también Karsavina y el resto de artistas, pero Félix era un bailaor, que no bailarín, y su arte se basaba en la expresión individual, la improvisación, el sentir del momento, el arranque espontáneo. Nada que ver con ser parte de una coreografía reglada, con el tiempo y los pasos precisos y, meno aún, como protagonista. Lo que tanto admiraban los rusos de su temperamento cautivador fue precisamente lo que le impidió ser parte de una obra de creación estructurada. Es como hablar de Dionisos y Apolo, del rigor académico frente al talento natural ofrecido a borbotones, de lo diseñado para su ejecución siempre exacta, frente al impulso del artista que crea un baile diferente en cada aparición.

El lunes por la noche Lorca Massine, como hace un siglo Leonide y Diaghilev con Félix, admiró a Jesús Carmona y quiso que él sea su Molinero, sin pensar si podrá o no hacerlo el bailarín/bailaor (Carmona ha estudiado la carrera profesional de danza española en el Institut del Teatre de Barcelona). En las próximas semanas sabremos si Lorca lo consigue…