Celebramos el Día Internacional de la danza con la figura de Antonio Salas, que con 72 años toma cuatro clases de ballet a la semana

Foto Antonio Salas y Aurora Pons, con el Ballet Los Goyescos, en 1972, coreografía de escuela bolera
Foto Antonio Salas y Aurora Pons, con el Ballet Los Goyescos, en 1972, coreografía de escuela bolera

Para celebrar el Día Internacional de la Danza, proclamado por la UNESCO en la fecha del 29 de abril, día de nacimiento del coreógrafo y teórico de la danza, Jean-Georges Noverre, queremos centrarnos en una historia personal que dice mucho sobre lo que supone ser bailarín y amar la danza como forma de vida.

A sus 72 años, el exsolista del Ballet Nacional de España Antonio Salas (Porcuna, Jaen, 1944), toma clases de ballet clásico cuatro veces a la semana, hora y media cada día. Como ven en las fotografías actuales, la extensión de su pierna es algo extraordinario incluso si la comparamos con estudiantes de ballet o bailarines de danza española más jóvenes. Las condiciones físicas de nuestro protagonista siempre han sido muy buenas para la danza, pero su disciplina diaria le han permitido mantenerlas casi intactas hasta hoy.

Seguro que es treinta o cuarenta años mayor que los más veteranos de sus compañeros de clase, pero la energía y vitalidad que desprende no lo dirían. Su profesor, el primer bailarín de la Compañía Nacional de Danza, Moisés Martín, sólo tiene elogios para el trabajo de Antonio y está muy contento de tener a un profesional como él en sus clases en el Centro Karen Taft.

En realidad, Antonio Salas nunca ha dejado de bailar. Siempre ha mantenido su disciplina y hace barra diaria en su casa, esto es, los ejercicios estructurados que todos los bailarines realizan diariamente para mantener su cuerpo a tono, y, ajustándose después las castañuelas (o palillos, como se les suele llamar profesionalmente) a sus pulgares, retira los muebles de su salón y ejecuta variaciones y mudanzas de danza española. Baila durante dos horas. Porque la danza, como dirían en las buenas películas, es para él como respirar.

Antonio Salas perdió a su mujer en enero. Ella era la excelsa bailarina del Liceo Aurora Pons, también primera figura con Antonio, Pilar López o Luisillo. Fue, además, maestra de ballet clásico de la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza, y del Ballet Nacional de España desde sus inicios en 1978, cuando Antonio Gades la llamó para unirse a él y ayudarle a elegir a los bailarines que inaugurarían la compañía, entonces denominada Ballet Nacional Español. Aurora Pons ganó en 1982, por oposición, la cátedra de ballet clásico de la mencionada escuela entonces sita en el Teatro Real, hoy llamada Real Conservatorio Profesional de Danza “Mariemma”, y, unos años después, entre 1993 y 1997, vivió con ilusión dirigir el Ballet Nacional de España, encabezando el triunvirato responsable, con Victoria Eugenia y Nana Lorca.

Tras seis años y medio cuidándola, ya que enfermó de Alzheimer, ahora Antonio, sin ella, vuelve a llenar de ballet sus horas. El arte de la danza cura el alma, mantiene joven el cuerpo y ofrece belleza al espíritu, además de ser un medio de expresión que nace de lo más profundo del ser.

 

“Es lo mío”, dice Antonio Salas, “nunca lo he dejado, pero ahora lo retomo con más intensidad. Me hace muchísima ilusión volver al aula; las clases de Moisés son muy bonitas y se han convertido en mi válvula de escape. Me hace mucha ilusión preparar la bolsa con la ropa para clase y salir hacia la escuela cada día”.

Considerado un excelente bailarín de escuela bolera, para la que hay que tener una técnica similar a la necesaria para el ballet clásico, es muy recordada su interpretación en el Ballet Nacional de España de la famosa coreografía Sonatas, de Antonio, donde su excelente técnica y su talento se veían en su esplendor. También son decenas los alumnos que pasaron por su escuela privada, Danza Madrid, donde sus clases en esas disciplinas más técnicas se abarrotaban por la buena fama de sus enseñanzas.

Nacido en Jaén, Antonio Salas pasó su adolescencia en Córdoba y, a principios de los años sesenta, se vino a Madrid para estudiar con más profundidad danza clásica y española. Sus profesores más influyentes, cuenta, han sido Karen Taft –maestra que inauguró, en 1949, el Centro de Danza que lleva su nombre y a donde acude nuestro protagonista a tomar sus clases-, José Granero, Luis Fuente, Martín Vargas, Haydée Caycho, Nina Vyroubova, Pedro Azorín, la propia Aurora Pons, Juanjo Linares, Paco Fernández o María Magdalena, entre otros.

Como avanzábamos, Salas fue uno de los bailarines fundadores del Ballet Nacional Español, pasando la pertinente audición con Antonio Gades, María de Ávila y Antonio como jurado. Antes había bailado con prácticamente todos los ballets privados en activo durante los años sesenta y setenta en España. Desde el Ballet de Pilar López, hasta el Ballet Los Goyescos, pasando por Luisillo y su Teatro de Danza Española, Ballet Antología de Mario Lavega y María del Sol o Ballet Nacional Festivales de España, así como en el Ballet Luis Fuente, Ballet Curra Jiménez y Ángel Arocha, Ballet Español de Rafael Aguilar o junto con Alberto Portillo como coreógrafo en Antología de la zarzuela, en Televisión Española y, también, en cine.

Ya ven. Para el ballet no hay edad, sólo ilusión y amor por este arte, que requiere mucha disciplina, eso sí, pero también ofrece mucha belleza. Este Día Internacional de la Danza se encarga de recordárnoslo.

Cristina Marinero