Chueca, tributo y veneración en La Corrala del Reina Victoria

Agua, azucarillos y aguardiente
Agua, azucarillos y aguardiente

El ilustre compositor madrileño Federico Chueca saluda al respetable del Teatro Reina Victoria y le agradece la asistencia a su Corrala durante los meses de julio y agosto. Qué mejor colofón para la misma que asistir a su pasillo veraniego Agua, azucarillos y aguardiente. Henchido de gozo y entusiasmo, Don Federico aprovecha para mencionar las otras tres obras de género chico que se han puesto en escena en esta particular y evocadora corrala y que han acompañado al público madrileño en estos dos meses de caluroso estío en la capital (La revoltosa, El bateo, -de su propia autoría- y La verbena de la Paloma). 

De esta última no puede resistir mencionar la anécdota conocida por todos: el libreto de Don Ricardo de la Vega pasó por sus manos antes de llegar a un personaje comprometido con la ópera española como era el señor Tomás Bretón. Habla de los dos Antonios (Paso y Domínguez) que le escribieron el libro de ese bautizo madrileño apadrinado por un anarquista de nombre Wamba. Pero al entrañable personaje nacido en la Torre de los Lujanes, figura eminente de la cultura en el Madrid finisecular, se le olvida hablar más en detalle de la zarzuelita que nos convoca a todos en ese momento, esos Azucarillos con libreto del genial libretista zamorano Miguel Ramos Carrión (quien ya había colaborado con Chueca escribiéndole el libreto de El chaleco blanco) que desconcertaron en parte al público que en la calurosa noche de la víspera del día de San Juan de 1897 abarrotaba el Teatro Apolo de la madrileña Calle Alcalá. Y es que al respetable le chocó bastante la amplitud de la primera escena hablada tras el chispeante preludio instrumental. En su lugar, Don Federico Chueca y Robres hace un acto de confesión al público del siglo XXI. Y qué poéticas y encantadoras palabras utiliza el gachó. Su música no es suya, dice, pues la ha recogido de las calles, de las plazas, de las tabernas y los parques, pues está suspendida en el aire, y él se ha encargado de recogerla y llevarla a los pentagramas (con apoyo para armonizar de Joaquín Valverde y otros colaboradores, pero esto él, muy sagaz, se abstiene de decirlo). Su música es del pueblo y a él se la devuelve haciéndola única, universal. Y por encima de todo popular. Ya lo ha dicho, porque pertenece al pueblo de Madrid y siempre será suya.

Y es que la Compañía Lírica Ibérica no podía haber tenido más oportuna idea de dar colofón a La Corrala del Reina Victoria que con el monólogo introductorio de un Chueca redivido en un gran artista del escenario, Alejandro Rull, encargado de la dirección escénica junto a José Luis Gago de Agua, azucarillos y aguardiente, en una versión de la directora de la agrupación artística, Estrella Blanco, que sigue la acertada fórmula extendida hoy en día por las compañías privadas de zarzuela de añadir otros números musicales para alargar esa corta de por sí hora de duración que define a toda obrita de género chico, en este caso, acertadamente, recurriendo a otros títulos del propio músico madrileño. Al texto original de Ramos Carrión, absolutamente respetado en su integridad, por ello no podemos decir que se trata de una versión libre, también se le hacen añadidos y morcillas varias, algo que se hace especialmente acusado en el primer hablado entre Asia, Doña Simona y Don Aquilino, que se hace aún más extenso que el del libreto original. Quizá se haga un tanto excesiva esa gracia extra a la que ya derrocha el libretista zamorano, máxime cuando se ha querido sumar un punto de erotismo que no posee esta zarzuela (más allá de la ridícula seducción de Serafín hacia Asia), pues aquí el personaje de Doña Simona, en vez de una venerable anciana (todos tenemos en mente los magistrales modelos de las míticas Sélica Pérez Carpio y Rafaela Aparicio como características) nos hallamos con una mujer madura con posibles que no se corta en seducir explícitamente al tullido casero tomando versos de su propia hija para evitar a toda costa ponerles a ambas los muebles en la calle. Por momentos parece que el inteligente estilo de fina ironía de Miguel Ramos Carrión se convierte en el despropósito característico de los sainetes de Carlos Arniches, pues el componente sexual está más potenciado, aunque sea visto desde un prisma completamente humorístico.

Casan estupendamente los añadidos musicales elegidos, pues escuchamos el estimulante vals de la bujía de la infrecuente Luces y sombras, pieza que canta Asia junto al coro tras su primer monólogo inicial, un número que se utiliza bastante en los Azucarillos. En la idea de mostrar una galería de tipos sociales del Madrid de finales del siglo XIX, se incluye el coro de guardias “Traemos los cuerpos trunzaos” de la revista de actualidad El año pasado por agua (una obra de la que en varias zarzuelas madrileñas y antologías se toman prestados muchos números, pero que volvemos a decir, está pidiendo a gritos ser representada íntegramente). Se aprovecha igualmente para citar las frases de los dos guardias urbanos de La verbena de la Paloma sin su tono gallego correspondiente. También escuchamos un Vals de los Ratas de La Gran Vía cantado por voces femeninas, una inversión del original masculino que vuelve a producirse en otro famosísimo número de la propia obra representada, el Coro de Barquilleras, que en este caso cantan los hombres del coro. La ortodoxia de ambos números ha volado por los aires con este intercambio de géneros, no sabemos muy bien si en base a una pretendida igualdad o para enmendarle la plana al compositor madrileño. Por otro lado, el mismo escenario de corrala madrileña se mantiene desde las representaciones de La revoltosa, por lo que tenemos que hacer algún que otro esfuerzo para imaginarnos aquí un aguaducho (el puesto de la aguadora Pepa) que no existe, así como el paseo donde se desarrolla la obra. Tampoco vemos niños en el Coro de Niñeras, haciendo las seis coristas de bebés y niñeras al mismo tiempo. Y es que el presupuesto y los medios empleados no están para tirar muchos cohetes ni muchos confetis habiendo representado la compañía en tiempo récord cuatro zarzuelas en un acto.

El reparto, con inmensa mayoría de voces jóvenes, vuelve a defender con holgura una obra cuya preparación se ha evidenciado ampliamente por todos. Las dos aguadoras enfrentadas cuentan con voces frescas y recreaciones actorales llenas de fuerza y entrega. Celia Cuéllar da vida a una Pepa que no le falta empuje, pero que se queda corta en voz respecto a su altanera compañera que encarna a Manuela, Mónica Redondo, de mayor anchura y volumen canoro. Rafa Casette consigue otros de sus logros interpretando a un chulón Lorenzo, tras haber dado vida en los anteriores títulos a Candelas, Antonio Machado y Don Hilarión, todo un tour de force como actor que ha servido para mostrar sus grandes habilidades en personajes de características diversas, a los que ha dotado de su genuina vis cómica, aunque a veces su expresión enfática se antoje un tanto excesiva. Alejandro Rull, aparte de su elocuente personificación de Federico Chueca, le hace a Casette el contrapunto perfecto como Vicente, otorgándole el preceptivo toque castizo a su personaje. La soprano Rocío Faus cumple satisfactoriamente como la cursilona Asia exhibiendo una agradable coloratura en el vals de la bujía y en el chistoso cuarteto a ritmo de vals de la propia Agua, azucarillos y aguardiente, donde el tenor Víctor Trueba, tras el paréntesis más serio del Julián de Bretón, vuelve a derrochar comicidad a raudales como Serafín, un personaje que mantiene en una línea muy parecida a la de su anterior Virginio Lechuga de El bateo. Correcta la interpretación de Belén Marcos como Doña Simona, cuyos añadidos de texto la han beneficiado, al igual que al actor David Sentinella en su buen hacer como Don Aquilino. Las escasas y muy bien desenvueltas voces del coro de la compañía sacan adelante la función con el apoyo de los jóvenes instrumentistas de la modesta Orquesta Camerata Villa de Madrid, cuya esforzada labor ha liderado con ahínco Fran Fernández Benito. Tras las representaciones de estos entrañables Azucarillos, que han servido de tributo y veneración a la figura del músico chispero, queremos dar nuestra más sincera enhorabuena a la Compañía Lírica Ibérica por esta gratificante iniciativa para el público de Madrid en el que se han visto muchas ganas y un esfuerzo encomiable, y deseamos encarecidamente que La Corrala del Reina Victoria se repita en las próximas temporadas estivales.

Germán García Tomás