El 29 de agosto de 2012 el 60º Festival de Ópera de A Coruña con una potente Gala Lírica protagonizada por el tenor Celso Albelo y la soprano Irina Lungu, y no en menor medida por el director Daniel Oren al frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia. Los cantantes venían avalados por su triunfo conjunto el año pasado en L’Elisir d’Amore y el ambiente del Palacio de la Ópera (donde hasta el encargado de colocar los atriles cosechó aplausos repetidos) ya transmitía desde el inicio que la velada sería un éxito.
Pocos elogios se pueden decir de Celso Albelo que no hayan sido escritos ya: voz muy hermosa, fraseo elegante, facilidad para emitir agudos bien timbrados… De Irina Lungu, por su parte, hay que resaltar su magnífica solvencia en el agudo y en la coloratura y bellas medias voces y pianos. Resultó perjudicada, eso sí, por la acústica del recinto, en el que su voz tenía dificultades para extenderse.
Se inició el concierto con la obertura del Barbero de Sevilla que, lejos de sonar rutinaria, ofreció un primer aviso de la alta calidad orquestal que iba a ornar el concierto.
La primera intervención vocal fue el Ah non credea mirarti de La Sonnambula, con caballetta incluida (algo que fue la norma en todo el recital y que es digno de elogio). La soprano se mostró muy contenida, casi fría, si bien técnicamente irreprochable. Ofreció interesantes variaciones en la repetición de Ah non grunge, con una notable cadencia final que un trino no perfectamente resuelto no consiguió enturbiar. Destacadísima intervención del primer cello acompañante.
La primera aparición del tenor para abordar un fragmento de Anna Bolenna se vio manchada por el acompañamiento del atril y la partitura, innecesarios como se comprobó, que en un artista de la talla de Albelo deslucen. Fue buena prueba, no obstante, de sus excelentes cualidades.
Regnava nel silenzio, con su correspondiente Quando rapito in estasi, fue la siguiente prueba para la soprano, que atravesó aquí su peor momento de la noche, con un volumen insuficiente, siendo ahogada en ocasiones por la orquesta. Dentro de la misma ópera, Albelo entonó el Tombe degl’avi miei con gran autoridad, con un fraseo excelente
La enérgica obertura de Norma permitió el descanso de los cantantes, que aparecieron de nuevo junto con el atril y la partitura. El hecho de que la soprano no parezca haber abordado en teatro el papel podría explicar la necesidad de este apoyo. Alguna entrada a destiempo y problemas de volumen por parte de los dos cantantes deslucieron mínimamente el dúo de Lucia di Lammermoor con el que se cerró la primera parte. Merece destacar la primera intervención de Albelo en Verranno a te, en la que Oren hizo disminuir al mínimo imaginable el volumen de la orquesta, acompañando con sus propios gestos el vuelo de los suspiros de Edgardo, que el tenor transmitió con una soberbia media voz, creando un clima casi mágico.
La segunda mitad del concierto supuso una mejora notable. Ambos cantantes se enfrentaban a papeles que dominan en escena y que son algunos de los triunfos en sus barajas que les han llevado a cosechar éxitos en algunos de los principales teatros del mundo. Y esa veteranía se notó en escena.
Irina Lungu cantó el Prendi per me sei libero de L’elisir d’amore, con el que había triunfado el año pasado en A Coruña, con gran facilidad vocal y escénica, demostrando un gran dominio de las coloraturas. La Furtiva lagrima de Albelo era un éxito seguro, teniendo en cuenta su maestría en el personaje. Compone un Nemorino lírico, íntimo, entregado, sentimental, en absoluta comunión con Daniel Oren y con la excelente colaboración del fagot. La pieza, escuchada en absoluto silencio sin tos alguna, fue acogida con una atronadora ovación.
Verdi asumió entonces al protagonismo, primeramente con una fulgurante obertura de Luisa Miller, llena de matices, y que cosechó una óptima acogida poco habitual en esta obra. Rigoletto, a continuación, permitió el doble lucimiento de los cantantes con el dúo È il sol dell’anima, excelentemente cantado y representado, en el que ambos mostraron su comodidad con los respectivos personajes. La donna è Mobile, cantada con bonachona desvergüenza por Albelo, fue rematada por un soberbio agudo final, que hizo las delicias del público más aficionado al atletismo vocal.
La última transición correspondió a una extraordinaria interpretación de la obertura de La forza del destino, que dio paso al dúo del último acto de I Puritani, de mucho mayor extensión que lo indicaba el Vieni fra queste braccia del programa de mano. Cantantes, director y orquesta brillaron aquí al máximo nivel, en un derroche de facultades indescriptible.
Irina Lungu ofreció una colosal propina, el final del acto I de La Traviata, en un auténtico tour de force, demostrando ampliamente cómo ha hecho de esta obra su caballo de batalla: musicalidad, coloratura, dominio del aire, teatralidad y un mi bemol final que echó abajo el Palacio de la Ópera. Albelo, por su parte, cerró su participación con la jota de El trust de los tenorios, donde acusó una cierta fatiga después de tan exigente velada, si bien siguió rindiendo a un excelente nivel.
Un elogio especial merece el trabajo de Daniel Oren, auténtica criatura de teatro, que dio una lección de cómo debe actuar un director de ópera. Su dirección, extremadamente física (no habría superado la prueba de axila de Richard Strauss), fue un alarde de equilibrio, dinámicas, matices… Extrajo cada detalle de las partituras, otorgando la preeminencia a los cantantes en todo momento, permitiendo el lucimiento de los instrumentistas solistas, contrastando perfectamente las distintas secciones de la orquesta, ofreciendo en definitiva una lectura ejemplar de todas las piezas secundado por una OSG que brilló al máximo nivel.
E. P.