No cabe duda de que tenemos una importante deuda con nuestro patrimonio musical y muy especialmente con el de la Ilustración. Por el generalizado desconocimiento de esta época, recuperar una obra lírica del siglo XVIII entraña ciertas reservas para el tradicional público de zarzuela, pero a la vez reconcilia con nuestro pasado musical, el cual únicamente puede ser reivindicado y hacerse presente a través de estos rescates.
En el caso que nos ocupa, la recuperación de un título dieciochesco era un hecho notorio y ciertamente bienvenido en el coliseo de la calle Jovellanos, pues se trataba de la única zarzuela de toda la producción de Luigi Boccherini y una de sus escasísimas obras escritas para la escena conocidas, al margen de esa amplísima producción instrumental que nos legó el afamado compositor de Lucca afincado en la madrileña corte del infante Don Luis de Borbón.
Clementina, una zarzuela que podríamos catalogar de salón, con libreto de ese ineludible recreador de los tipos costumbristas del XVIII como fue don Ramón de la Cruz, es una obra teatral de su tiempo, que pese a su denominación formal y tradicional como “zarzuela” (en cuanto a alternancia de partes habladas junto a partes cantadas), se emparenta estilísticamente con el dramma giocoso o la ópera bufa italiana, entablando ciertos paralelismos con las contemporáneas óperas mozartianas Las bodas de Fígaro, Don Giovanni (inevitable pensar en ésta viendo la escena concertante de la cena y el festivo brindis) o Così fan tutte, aunque sin llegar ni en texto ni música a aquellos niveles de audacia y genialidad. Aun así, es Clementina una obra escénica que a nivel de música se defiende muy dignamente dentro de las corrientes italianas que la influyen, además de reconocerse en perfecta sintonía con la propia idiosincrasia de la música popular española de su época, de la cual durante su estancia en Madrid Boccherini se había impregnado debidamente, volcando una importante muestra de ello en esta pieza lírica.
La versión que ha recuperado el Teatro de la Zarzuela es la misma que se pudo ver en el escenario del Teatro Español de Madrid en 2009, con firma del regista Mario Gas, aunque con ligeras modificaciones en el texto, otorgando una gran prioridad a la retórica y enorme riqueza del verso hablado. Para ello, y como obra de época que es, el director de escena ofrece una propuesta clásica, inteligente y debidamente contextualizada, donde en el elegante y señorial salón de don Clemente se convocan los personajes de este enredo de índole doméstica, entre aristócratas y plebeyos (recordemos que el estreno de Clementina se produjo el 3 de enero de 1787 en el propio palacio de la influyente mecenas Faustina Téllez-Girón, condesa-duquesa de Benavente). Gas se vale de recursos netamente teatrales que respetan la unidad de tiempo y acción que definen a gran parte de estas obras de corte ilustrado (recordemos la emblemática pieza teatral que se acoge a esa regla, El sí de las niñas de Moratín) otorgando al movimiento escénico el debido grado de realismo que requieren las diferentes situaciones que presenta el texto.
Las voces femeninas que conforman el magnífico reparto de esta producción se complementan de manera eficiente en cuanto a depuración vocal y perfecta suma de caracterizaciones teatrales en un repertorio que se evidencia que dominan y han trabajado con creces. La soprano Beatriz Díaz como la pizpireta criada Cristeta aporta frescura vocal y graciosa desenvoltura escénica como ninguna otra, mientras que un poso de seriedad y abandono emocional atraviesa la intachable y entregada creación de la soprano Carmen Romeu como Clementina, algo que contrasta radicalmente con el carácter de su hermana, infantil, caprichoso y burlón (y hasta rabioso en su aria del segundo acto) encarnado con fina teatralidad por la soprano Vanessa Goikoetxea, cuya voz posee tintes más graves que las dos anteriores. Por su parte, el contraste vocal de la mezzo Carol García encarnando a Doña Damiana, aya de las hermanas, aporta las dosis de gravedad suficientes.
En el apartado masculino, el barítono Toni Marsol como Don Lázaro hace propio de forma sobresaliente el carácter bufo que requiere su personaje de maestro de música, mientras que la delicadeza y la melancolía se depositan en el personaje de Don Urbano (el amante secreto, pero en realidad hermano, de Clementina), encarnado por el tenor Juan Antonio Sanabria, que seduce con su timbre y su modo de ligar las frases en una exquisita y muy cuidada línea de canto, a pesar de que a la hora de salvar su última y dificultosa aria, encuentra ciertos apuros tanto en la elevada tesitura vocal como con la agilidad de la escritura ornamentada.
El plantel netamente actoral cuenta con el buen hacer interpretativo de dos excelentes figuras: Xavier Capdet dando vida al histriónico y fanfarrón Marqués de la Ballesta, el maduro pretendiente de las hijas de Don Clemente, el cual es interpretado por la veteranía y las tablas que definen a Manuel Galiana, en una muy comedida y templada caracterización tan propia de su estilo teatral que ha realzado notablemente la verosimilitud de su maduro personaje.
La Orquesta de la Comunidad de Madrid bajo las órdenes del maestro especialista Andrea Marcon resultó en la obertura inicial un tanto desangelada rítmicamente, pero en el curso de la representación emprendió el vuelo, desgranando la partitura de Boccherini con suma facilidad y adecuándose celosamente al estilo clasicista, aportando una bella sonoridad camerística en cuerdas y maderas.
Como hecho relevante a destacar, en esta importante cita lírica, y con motivo de la Conferencia de Ópera Europa, en el día de la puesta de largo de Clementina se congregó en el Teatro de la Zarzuela una delegación de representantes de las principales “cortes” líricas europeas. Orgullosos debemos estar los españoles por el cálido recibimiento obtenido por la zarzuela de un italiano tan hispano como el que más, y que pide a gritos instalarse en nuestro repertorio lírico.