El infrecuente Amilcare Ponchielli vuelve con La Gioconda en el Liceu, una ópera singular por la exigencia de un reparto amplio y de protagonismo coral, así como la prolongada duración de un libreto complejo sobre un texto de Victor Hugo. Se ha cuidado la reposición de esta coproducción del propio Liceu, el Teatro Real y la Arena de Verona con un reparto solvente, incluso a la hora de salvar la baja de la protagonista Iréne Theorin. En su lugar Saioa Hernández magnificó a la mujer de doble filo que es la Gioconda en una interpretación que fue más que bienvenida y recompensada por el público. María José Montiel dejó mella como La Cieca, madre de La Giconda, en un «Vocce di donna» que acaparó la mayor ovación del primer acto. Brian Jadge puso en escena un Enzo Grimaldo pujante, brioso tras su disfraz por haber sido expulsado de Venecia, hizo convincente tanto su rechazo al amor de la Gioconda como su entrega a Laura Adorno, la esposa del Dux de Venecia. Una Laura cristalina y rica en el canto de Dolora Zajik, cuya veteranía es un grado indiscutible en lo vocal si bien en términos de caracterización teatral causa extrañeza en su romance con el joven y embelesado Enzo. Gabriele Vivane recorrió los malvados vericuetos del espía Barnaba con convicción y un elocuente «O monumento». En relación a los antedichos, resultó menos sugerente la resolución de Ildebrando D’Arcangelo como Dux.
El coro, el lucido dúo solista del cuerpo de baile y la finura de Guillermo García Calvo al frente de la orquesta de la casa añadieron cromatismo a las vivas gamas del vestuario que salpicadas contra el fondo gris de una Venecia hecha de penumbra, silencio y niebla por el director Pier Luigi Pizzi.
Félix de la Fuente