El Festival de Peralada ha cambiado en su treinta aniversario su opción por la ópera contemporánea por un original montaje escénico con obras de Monteverdi en el bello marco del claustro del Carmen bajo la dirección escénica de Joan Anton Rechi y la musical de Fausto Nardi con un resultado notable.
La interacción entre texto y música siempre ha creado una tensión no siempre bien resuelta en paridad.
La historia nos muestra como a veces la música se erige en señora a la cual la palabra sirve de pura excusa como sucede en gran parte de las obras contrapuntísticas del renacimiento y que en ese movimiento pendular de la diacronía sonora se invierten las tornas siendo la poesía la que marca la expresividad absoluta de la música en el final de este periodo y primer barroco.
Monteverdi como gran figura frontera entre renacimiento y barroco supo evolucionar en sus obras de la primera a la segunda práctica, de la polifonía contrapuntística más elaborada al recitar cantando.
El Festival de Peralada en su edición de 2016 ha producido un homenaje escénico al compositor de Cremona a partir de diferentes obras madrigalescas de efectivos y pathos contrastantes.
Estos diferentes estados de ánimo se han visualizado a través de la inspiración del regista andorrano Joan Antón Rechi que ha ideado un ring de boxeo como espacio escénico para este Combattimento de la música compuesta por Monteverdi en un arco de 44 años (1607-1651).
Cuatro cantantes, dos tenores, una soprano y una mezzo fueron los efectivos vocales de este ramillete de obras monteverdianas que conformaron un programa variado desde madrigales a cuatro, dúos o recitativos a solo con el siempre inspirado acompañamiento instrumental de los miembros del grupo catalán Vespres d’Arnadí, verdadero referente de la música instrumental antigua de nuestro país en los últimos años.
Tomando como eje central de la propuesta la scena operística Il Combattimento di Tancredi e Clorinda se completo con otras obras de los Libros VII , VIII y IX, así como con otras composiciones de carácter escénico como el Lamento d’Arianna, diversos Scherzi musicali o el erótico dúo, donde los haya, “Pur ti miro” con el que concluye la ópera L’incoronazione di Poppea.
Si bien el espectáculo comenzó con algo de frialdad e inseguridad por parte de los intérpretes con la pieza a tres en las voces de Sara Blanch, David Alegret en los papeles de Clorinda-Tancredi respectivamente y Victor Sordo que interpretó un correcto “testo” o narrador de la acción se fue mejorando con Il Lamento de la Ninfa en un movimiento de zombis que acentuó la soledad y desesperación de la Ninfa.
Quien piense que la música antigua es aburrida y que no da juego escénico tendría que haber visto la divertida versión de intercambio de ropajes en la pieza llena de humor e ironía “Chiome d’oro” que perdió fuerza en el dúo “Damigella tutta bella” cuya fuerza de ritmo contrastante vino más de la orquesta que de los intérpretes vocales.
Fue una pena que el madrigal “Se i languidi miei sguardi” cayera del programa anunciado aunque las interpretaciones de las dos siguientes piezas del mismo el “Lamento d’Arianna” por una Anna Alàs inspirada y “Et è pur dunque vero” con la mejor prestación del tenor David Alegret fueran un verdadero regalo que iría en crecendo hasta el dúo amoroso entre Poppea y Nerone con el que se cerró el concierto que dejó al público en un silencio emocionado por la belleza de esta música tan injustamente poco programada.
Si el programa supo plasmar los contrastes de los sentimientos del amor, desde el deseo al odio, del abandono a los celos, de la insinuación a la desesperación, hubo en su realización también algunas sombras que contrastaron con las luces que lo iluminaron. Una de ellas fue la carencia de unos sobre-titulados con las traducciones de los textos que hubieran mejorado la comprensión de una música cuya función era ilustrar la poética. Por otra parte a pesar de una correcta prestación por parte de los cantantes se apreció una falta de cierta técnica para una música nada fácil y de unas grandes exigencias estilísticas que se vio compensada por una muy dúctil y entregada formación instrumental con la batuta siempre atenta al detalle de Fabio Nardi.
Destacar igualmente el diseño de vestuario de Mercè Paloma que supo hacer un equilibrio entre las túnicas barrocas y los wrestling americanos de los 90.
Una propuesta en definitiva original, necesaria y que confirma la buena intuición de los programadores de este Festival en abrir horizontes sea con obras de nueva creación o con una vuelta de tuerca al repertorio antiguo.
Robert Benito