Competencia emocional 
y competencia digital: ¿frontera infranqueable o paisajes complementarios? (Primera parte)

*El presente artículo pertenece al libro LAS TIC EN EL AULA DESDE UN ENFOQUE MULTIDISCIPLINAR. APLICACIONES PRÁCTICAS.  EDITORIAL OCTAEDRO S. L., BARCELONA, 2013. R. Cózar y Mª. V. De Moya (coords.). Págs.  13-28

María del Valle de Moya Martínez y Ramón Cózar Gutiérrez 

En 1982, Ridley Scott estrenaba su película Blade Runner, considerada como uno de los hitos del cine de ciencia ficción, futurista y precursora del género cyberpunk. Obtuvo un éxito tan resonante entre el público de los videoclubs que fue de las primeras películas estrenadas y distribuidas en formato digital. Sin entrar en un análisis cinematográfico profundo, sí cabe hacer una breve reflexión sobre su temática porque encierra un fuer- te debate sobre algunos de los interrogantes filosóficos del siglo xxi, tales como religión, ética y las consecuencias del uso de la ingeniera genética. La película nos muestra un futuro con seres creados a través de la tecnología, los replicantes, esclavos destinados a trabajos peligrosos y al servicio de los humanos pero carentes de respuestas emocionales. Un grupo del modelo Nexus-6 (el mejor fabricado pero con un desarrollo emocional inestable) se amotina contra la falta de humanidad de los seres humanos por lo que un cuerpo policial de élite, los «Blade Runners», es destinado a exterminarlos. Dentro de una atmósfera claustrofóbica de acción y cine negro, el último replicante, hombre-máquina, conociendo el fracaso de su rebelión contra el hombre-creador, llega a su fin vital de cuatro años. Sus últimas palabras, que condensan el mensaje de la película, se convierten en el célebre epílogo: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». De este modo, admite su impotencia de no ser dueño de su propia existencia, expresando su desesperación por la inevitable muerte. Pero, en su agonía, es capaz de transformar su odio destructivo alcanzando la categoría humana en un acto de perdón simbolizado en abrir sus manos que aprietan una paloma, permitiendo que alce el vuelo, regalándole la libertad de vivir y demostrándose a sí mismo que posee el poder de transmitir vida. Con este acto se convierte en «humano», al mostrar a sus hombres creadores que tiene emociones; incluso más: es capaz, en un acto libre y volitivo, de conseguir que sus emociones positivas, su empatía, triunfen sobre las negativas. El ser creado se transforma en creador asumiendo una capacidad emocional que da paso al máximo acto creativo del que es capaz el ser humano: la vida.

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El ser humano siempre ha tenido impulsos creativos y creadores. Necesita hacer, inventar, transformar, comunicar; es decir, precisa desarrollar ciertas capacidades porque así se lo exige su misma naturaleza. Tradicionalmente, se ha entendido que lo creativo está directamente vinculado con lo artístico y éste, a su vez, con el mundo de las emociones. Pero cabe preguntarse: ¿cuándo es más creativo el genio de Leonardo, en obras artísticas como La Gioconda o en sus investigaciones acerca de artefactos técnicos imposibles para su época, pero que se materializaron siglos más tarde? En cualquiera de estos dos supuestos late el germen creador y creativo de la persona, ya que la interrelación entre lo emocional y lo racional es tan fuerte y profunda que no son ámbitos contradictorios, sino complementarios. Y así, se nos plantean otros interrogantes: ¿son contrapuestos el arte y la técnica?, ¿la emoción y el sentimiento pueden generar avances tecnológicos?, ¿es capaz la actual tecnología digital de crear y transmitir emociones?

La última década del pasado siglo xx, y la primera del siglo xxi, han sido testigos de la irrupción de las nuevas tecnologías en las esferas sociales y en la vida cotidiana. Muchos objetos y utensilios, que hasta ese momento pertenecían al mundo de lo fantástico, comenzaban a abrirse paso en situaciones diarias. El avance vertiginoso, fruto del perfecciona- miento, transformación y aparición de nuevos productos digitales, obligó al usuario a vivir en un constante proceso de aprendizaje tecnológico. Así, el ciudadano corriente, casi forzado por las circunstancias, asumió estas novedades porque le facilitaban su actividad habitual y le abrían nuevos horizontes en diversos ámbitos como el laboral, de ocio y diversión, comunicativo y formativo. Inserto en esta realidad, las herramientas tecnológicas se han introducido en el quehacer cotidiano de las aulas, hasta el punto de no entender una docencia sin su presencia.

El desconocido universo de las emociones 

Conscientes de que el universo digital está presente en nuestras vidas y que nos enfrentamos a él con un mayor o menor grado de conocimiento, el manejo de estas herramientas conlleva la movilización de una serie de destrezas técnicas, pero también requiere de un dominio emocional que dote a la persona de estrategias suficientes para afrontar con éxito los fuer- tes cambios derivados de su implantación. Pero ¿permiten estos avances un equilibrio emocional?, ¿podemos decir lo mismo de las emociones?

Frecuentemente se entiende emoción como sinónimo de sentimiento, pero se debe matizar. Para Goleman (1996) la emoción es un sentimiento que afecta a los propios pensamientos, a los estados psicológicos y biológicos y a la voluntad de acción. Por otra parte, Caballero (2009) entiende que los sentimientos son nuestras emociones más profundas y duraderas, propias de la naturaleza humana y base de la vida afectiva. Son muchas las variables cognitivas, sociales y culturales que determinan una emoción pero existe cierto consenso entre los investigadores al fijar en 7 las emociones básicas, que son innatas y universales: interés/curiosidad, alegría/felicidad, sorpresa, rabia/ira, disgusto/asco, tristeza, miedo (Reeve, 2001). A ellas se añaden otras emociones que son aprendidas, más complejas, y que dependen del ambiente, la educación y de los propios sentidos emocionales de la persona. Por todo ello es necesaria una «racionalización emocional» del ser humano.

Salovey y Mayer (1990) lanzaron el término «Inteligencia Emocional» (IE) para explicar cualidades humanas como la empatía, el control de los impulsos, la expresión de sentimientos, la capacidad de resolver problemas, la simpatía, el respeto, la capacidad de adaptación o la perseverancia. Así, la IE se puede definir «como la habilidad de las personas para atender y percibir los sentimientos de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos de manera adecuada y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás» (Fernández Berro- cal y Extremera, 2002). La IE se puede utilizar para sí mismo (competencia personal o inteligencia intrapersonal) o para nuestra relación con los demás (competencia social o inteligencia interpersonal), sin olvidar que la IE va más allá de la inteligencia y habilidades sociales porque incluye emociones internas, privadas, básicas para el crecimiento personal y el ajuste emocional.

Diversas investigaciones demuestran que la persona que recibe una correcta educación emocional y la pone en práctica, adopta un determinado estilo de vida conducente al éxito. Las emociones son cambiantes y varían de intensidad; pero pueden controlarse y transformarse gracias al desarrollo de nuestra Inteligencia Emocional, en un proceso en el que, sin olvidar el sentimiento, primar el cerebro, bien educado emocionalmente, por la voluntad, la memoria, el entendimiento y la libertad. «La inteligencia emocional no debe ser solo un concepto de moda sino un volver al mundo de los sentimientos sin menospreciar el de la razón. No es la antigua lu- cha cartesiana: razón versus emoción. Ninguna puede ocupar el lugar de la otra. La armonía razón-corazón es el equilibrio inteligente» (Caballero, 2009, p. 37). Se ha demostrado que el cociente intelectual (CI) de una persona no determina su éxito o su fracaso: curiosamente, el éxito laboral depende en un 80% de la IE y en un 20% del CI (Goleman, 1996).

Hasta hace relativamente poco tiempo casi no se mencionaban los modelos de conducta correctos, ni los sentimientos y emociones de profesores y alumnos; únicamente se controlaban los comportamientos del alumnado sin considerar las emociones subyacentes. Siguiendo las ideas sobre IE de Mayer y Salovey, es preciso crear en el alumnado, en padres y profesores, una forma inteligente de sentir para equilibrar las relaciones humanas (familiares, sociales y escolares). La enseñanza de emociones inteligentes de- pende de la práctica, del entrenamiento y su perfeccionamiento mediante técnicas apropiadas. Los educadores (padres y profesores) deben ser «expertos emocionales», ya que su influencia educativa marca las relaciones socio-afectivas y encauza el desarrollo emocional de los más jóvenes. La escuela del siglo xxi debe educar las emociones de los alumnos; el profesor, líder emocional, tiene que captar, comprender y regular las emociones de sus alumnos y conseguir el equilibrio emocional en las aulas. La IE es algo personal, pero también se advierte un clima emocional en organizaciones y grupos, motivado por la IE de sus líderes o responsables. (Fernández- Berrocal y Extremera, 2002).

En esta línea de pensamiento, en este momento de cambios educativos, debemos reflexionar sobre la inclusión de las habilidades emocionales en el sistema escolar, ya que el profesor ideal de nuestro tiempo tendrá que ser capaz de enseñar la aritmética del corazón y la gramática de las relaciones sociales, logrando que la convivencia del futuro sea más fácil para todos y se eviten sufrimientos y estrés innecesarios.

 

 Segunda parte

 

*El presente artículo pertenece al libro LAS TIC EN EL AULA DESDE UN ENFOQUE MULTIDISCIPLINAR. APLICACIONES PRÁCTICAS.  EDITORIAL OCTAEDRO S. L., BARCELONA, 2013. R. Cózar y Mª. V. De Moya (coords.). Págs.  13-28

María del Valle de Moya Martínez y Ramón Cózar Gutiérrez 

En 1982, Ridley Scott estrenaba su película Blade Runner, considerada como uno de los hitos del cine de ciencia ficción, futurista y precursora del género cyberpunk. Obtuvo un éxito tan resonante entre el público de los videoclubs que fue de las primeras películas estrenadas y distribuidas en formato digital. Sin entrar en un análisis cinematográfico profundo, sí cabe hacer una breve reflexión sobre su temática porque encierra un fuer- te debate sobre algunos de los interrogantes filosóficos del siglo xxi, tales como religión, ética y las consecuencias del uso de la ingeniera genética. La película nos muestra un futuro con seres creados a través de la tecnología, los replicantes, esclavos destinados a trabajos peligrosos y al servicio de los humanos pero carentes de respuestas emocionales. Un grupo del modelo Nexus-6 (el mejor fabricado pero con un desarrollo emocional inestable) se amotina contra la falta de humanidad de los seres humanos por lo que un cuerpo policial de élite, los «Blade Runners», es destinado a exterminarlos. Dentro de una atmósfera claustrofóbica de acción y cine negro, el último replicante, hombre-máquina, conociendo el fracaso de su rebelión contra el hombre-creador, llega a su fin vital de cuatro años. Sus últimas palabras, que condensan el mensaje de la película, se convierten en el célebre epílogo: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». De este modo, admite su impotencia de no ser dueño de su propia existencia, expresando su desesperación por la inevitable muerte. Pero, en su agonía, es capaz de transformar su odio destructivo alcanzando la categoría humana en un acto de perdón simbolizado en abrir sus manos que aprietan una paloma, permitiendo que alce el vuelo, regalándole la libertad de vivir y demostrándose a sí mismo que posee el poder de transmitir vida. Con este acto se convierte en «humano», al mostrar a sus hombres creadores que tiene emociones; incluso más: es capaz, en un acto libre y volitivo, de conseguir que sus emociones positivas, su empatía, triunfen sobre las negativas. El ser creado se transforma en creador asumiendo una capacidad emocional que da paso al máximo acto creativo del que es capaz el ser humano: la vida. 

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El ser humano siempre ha tenido impulsos creativos y creadores. Necesita hacer, inventar, transformar, comunicar; es decir, precisa desarrollar ciertas capacidades porque así se lo exige su misma naturaleza. Tradicionalmente, se ha entendido que lo creativo está directamente vinculado con lo artístico y éste, a su vez, con el mundo de las emociones. Pero cabe preguntarse: ¿cuándo es más creativo el genio de Leonardo, en obras artísticas como La Gioconda o en sus investigaciones acerca de artefactos técnicos imposibles para su época, pero que se materializaron siglos más tarde? En cualquiera de estos dos supuestos late el germen creador y creativo de la persona, ya que la interrelación entre lo emocional y lo racional es tan fuerte y profunda que no son ámbitos contradictorios, sino complementarios. Y así, se nos plantean otros interrogantes: ¿son contrapuestos el arte y la técnica?, ¿la emoción y el sentimiento pueden generar avances tecnológicos?, ¿es capaz la actual tecnología digital de crear y transmitir emociones? 

La última década del pasado siglo xx, y la primera del siglo xxi, han sido testigos de la irrupción de las nuevas tecnologías en las esferas sociales y en la vida cotidiana. Muchos objetos y utensilios, que hasta ese momento pertenecían al mundo de lo fantástico, comenzaban a abrirse paso en situaciones diarias. El avance vertiginoso, fruto del perfecciona- miento, transformación y aparición de nuevos productos digitales, obligó al usuario a vivir en un constante proceso de aprendizaje tecnológico. Así, el ciudadano corriente, casi forzado por las circunstancias, asumió estas novedades porque le facilitaban su actividad habitual y le abrían nuevos horizontes en diversos ámbitos como el laboral, de ocio y diversión, comunicativo y formativo. Inserto en esta realidad, las herramientas tecnológicas se han introducido en el quehacer cotidiano de las aulas, hasta el punto de no entender una docencia sin su presencia. 

El desconocido universo de las emociones 

Conscientes de que el universo digital está presente en nuestras vidas y que nos enfrentamos a él con un mayor o menor grado de conocimiento, el manejo de estas herramientas conlleva la movilización de una serie de destrezas técnicas, pero también requiere de un dominio emocional que dote a la persona de estrategias suficientes para afrontar con éxito los fuer- tes cambios derivados de su implantación. Pero ¿permiten estos avances un equilibrio emocional?, ¿podemos decir lo mismo de las emociones? 

Frecuentemente se entiende emoción como sinónimo de sentimiento, pero se debe matizar. Para Goleman (1996) la emoción es un sentimiento que afecta a los propios pensamientos, a los estados psicológicos y biológicos y a la voluntad de acción. Por otra parte, Caballero (2009) entiende que los sentimientos son nuestras emociones más profundas y duraderas, propias de la naturaleza humana y base de la vida afectiva. Son muchas las variables cognitivas, sociales y culturales que determinan una emoción pero existe cierto consenso entre los investigadores al fijar en 7 las emociones básicas, que son innatas y universales: interés/curiosidad, alegría/felicidad, sorpresa, rabia/ira, disgusto/asco, tristeza, miedo (Reeve, 2001). A ellas se añaden otras emociones que son aprendidas, más complejas, y que dependen del ambiente, la educación y de los propios sentidos emocionales de la persona. Por todo ello es necesaria una «racionalización emocional» del ser humano. 

Salovey y Mayer (1990) lanzaron el término «Inteligencia Emocional» (IE) para explicar cualidades humanas como la empatía, el control de los impulsos, la expresión de sentimientos, la capacidad de resolver problemas, la simpatía, el respeto, la capacidad de adaptación o la perseverancia. Así, la IE se puede definir «como la habilidad de las personas para atender y percibir los sentimientos de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos de manera adecuada y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás» (Fernández Berro- cal y Extremera, 2002). La IE se puede utilizar para sí mismo (competencia personal o inteligencia intrapersonal) o para nuestra relación con los demás (competencia social o inteligencia interpersonal), sin olvidar que la IE va más allá de la inteligencia y habilidades sociales porque incluye emociones internas, privadas, básicas para el crecimiento personal y el ajuste emocional. 

Diversas investigaciones demuestran que la persona que recibe una correcta educación emocional y la pone en práctica, adopta un determinado estilo de vida conducente al éxito. Las emociones son cambiantes y varían de intensidad; pero pueden controlarse y transformarse gracias al desarrollo de nuestra Inteligencia Emocional, en un proceso en el que, sin olvidar el sentimiento, primar el cerebro, bien educado emocionalmente, por la voluntad, la memoria, el entendimiento y la libertad. «La inteligencia emocional no debe ser solo un concepto de moda sino un volver al mundo de los sentimientos sin menospreciar el de la razón. No es la antigua lu- cha cartesiana: razón versus emoción. Ninguna puede ocupar el lugar de la otra. La armonía razón-corazón es el equilibrio inteligente» (Caballero, 2009, p. 37). Se ha demostrado que el cociente intelectual (CI) de una persona no determina su éxito o su fracaso: curiosamente, el éxito laboral depende en un 80% de la IE y en un 20% del CI (Goleman, 1996). 

Hasta hace relativamente poco tiempo casi no se mencionaban los modelos de conducta correctos, ni los sentimientos y emociones de profesores y alumnos; únicamente se controlaban los comportamientos del alumnado sin considerar las emociones subyacentes. Siguiendo las ideas sobre IE de Mayer y Salovey, es preciso crear en el alumnado, en padres y profesores, una forma inteligente de sentir para equilibrar las relaciones humanas (familiares, sociales y escolares). La enseñanza de emociones inteligentes de- pende de la práctica, del entrenamiento y su perfeccionamiento mediante técnicas apropiadas. Los educadores (padres y profesores) deben ser «expertos emocionales», ya que su influencia educativa marca las relaciones socio-afectivas y encauza el desarrollo emocional de los más jóvenes. La escuela del siglo xxi debe educar las emociones de los alumnos; el profesor, líder emocional, tiene que captar, comprender y regular las emociones de sus alumnos y conseguir el equilibrio emocional en las aulas. La IE es algo personal, pero también se advierte un clima emocional en organizaciones y grupos, motivado por la IE de sus líderes o responsables. (Fernández- Berrocal y Extremera, 2002). 

En esta línea de pensamiento, en este momento de cambios educativos, debemos reflexionar sobre la inclusión de las habilidades emocionales en el sistema escolar, ya que el profesor ideal de nuestro tiempo tendrá que ser capaz de enseñar la aritmética del corazón y la gramática de las relaciones sociales, logrando que la convivencia del futuro sea más fácil para todos y se eviten sufrimientos y estrés innecesarios. 

 

 

 

*El presente artículo pertenece al libro LAS TIC EN EL AULA DESDE UN ENFOQUE MULTIDISCIPLINAR. APLICACIONES PRÁCTICAS.  EDITORIAL OCTAEDRO S. L., BARCELONA, 2013. R. Cózar y Mª. V. De Moya (coords.). Págs.  13-28

María del Valle de Moya Martínez y Ramón Cózar Gutiérrez 

En 1982, Ridley Scott estrenaba su película Blade Runner, considerada como uno de los hitos del cine de ciencia ficción, futurista y precursora del género cyberpunk. Obtuvo un éxito tan resonante entre el público de los videoclubs que fue de las primeras películas estrenadas y distribuidas en formato digital. Sin entrar en un análisis cinematográfico profundo, sí cabe hacer una breve reflexión sobre su temática porque encierra un fuer- te debate sobre algunos de los interrogantes filosóficos del siglo xxi, tales como religión, ética y las consecuencias del uso de la ingeniera genética. La película nos muestra un futuro con seres creados a través de la tecnología, los replicantes, esclavos destinados a trabajos peligrosos y al servicio de los humanos pero carentes de respuestas emocionales. Un grupo del modelo Nexus-6 (el mejor fabricado pero con un desarrollo emocional inestable) se amotina contra la falta de humanidad de los seres humanos por lo que un cuerpo policial de élite, los «Blade Runners», es destinado a exterminarlos. Dentro de una atmósfera claustrofóbica de acción y cine negro, el último replicante, hombre-máquina, conociendo el fracaso de su rebelión contra el hombre-creador, llega a su fin vital de cuatro años. Sus últimas palabras, que condensan el mensaje de la película, se convierten en el célebre epílogo: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». De este modo, admite su impotencia de no ser dueño de su propia existencia, expresando su desesperación por la inevitable muerte. Pero, en su agonía, es capaz de transformar su odio destructivo alcanzando la categoría humana en un acto de perdón simbolizado en abrir sus manos que aprietan una paloma, permitiendo que alce el vuelo, regalándole la libertad de vivir y demostrándose a sí mismo que posee el poder de transmitir vida. Con este acto se convierte en «humano», al mostrar a sus hombres creadores que tiene emociones; incluso más: es capaz, en un acto libre y volitivo, de conseguir que sus emociones positivas, su empatía, triunfen sobre las negativas. El ser creado se transforma en creador asumiendo una capacidad emocional que da paso al máximo acto creativo del que es capaz el ser humano: la vida. 

blade-runner-2-movie

El ser humano siempre ha tenido impulsos creativos y creadores. Necesita hacer, inventar, transformar, comunicar; es decir, precisa desarrollar ciertas capacidades porque así se lo exige su misma naturaleza. Tradicionalmente, se ha entendido que lo creativo está directamente vinculado con lo artístico y éste, a su vez, con el mundo de las emociones. Pero cabe preguntarse: ¿cuándo es más creativo el genio de Leonardo, en obras artísticas como La Gioconda o en sus investigaciones acerca de artefactos técnicos imposibles para su época, pero que se materializaron siglos más tarde? En cualquiera de estos dos supuestos late el germen creador y creativo de la persona, ya que la interrelación entre lo emocional y lo racional es tan fuerte y profunda que no son ámbitos contradictorios, sino complementarios. Y así, se nos plantean otros interrogantes: ¿son contrapuestos el arte y la técnica?, ¿la emoción y el sentimiento pueden generar avances tecnológicos?, ¿es capaz la actual tecnología digital de crear y transmitir emociones? 

La última década del pasado siglo xx, y la primera del siglo xxi, han sido testigos de la irrupción de las nuevas tecnologías en las esferas sociales y en la vida cotidiana. Muchos objetos y utensilios, que hasta ese momento pertenecían al mundo de lo fantástico, comenzaban a abrirse paso en situaciones diarias. El avance vertiginoso, fruto del perfecciona- miento, transformación y aparición de nuevos productos digitales, obligó al usuario a vivir en un constante proceso de aprendizaje tecnológico. Así, el ciudadano corriente, casi forzado por las circunstancias, asumió estas novedades porque le facilitaban su actividad habitual y le abrían nuevos horizontes en diversos ámbitos como el laboral, de ocio y diversión, comunicativo y formativo. Inserto en esta realidad, las herramientas tecnológicas se han introducido en el quehacer cotidiano de las aulas, hasta el punto de no entender una docencia sin su presencia. 

El desconocido universo de las emociones 

Conscientes de que el universo digital está presente en nuestras vidas y que nos enfrentamos a él con un mayor o menor grado de conocimiento, el manejo de estas herramientas conlleva la movilización de una serie de destrezas técnicas, pero también requiere de un dominio emocional que dote a la persona de estrategias suficientes para afrontar con éxito los fuer- tes cambios derivados de su implantación. Pero ¿permiten estos avances un equilibrio emocional?, ¿podemos decir lo mismo de las emociones? 

Frecuentemente se entiende emoción como sinónimo de sentimiento, pero se debe matizar. Para Goleman (1996) la emoción es un sentimiento que afecta a los propios pensamientos, a los estados psicológicos y biológicos y a la voluntad de acción. Por otra parte, Caballero (2009) entiende que los sentimientos son nuestras emociones más profundas y duraderas, propias de la naturaleza humana y base de la vida afectiva. Son muchas las variables cognitivas, sociales y culturales que determinan una emoción pero existe cierto consenso entre los investigadores al fijar en 7 las emociones básicas, que son innatas y universales: interés/curiosidad, alegría/felicidad, sorpresa, rabia/ira, disgusto/asco, tristeza, miedo (Reeve, 2001). A ellas se añaden otras emociones que son aprendidas, más complejas, y que dependen del ambiente, la educación y de los propios sentidos emocionales de la persona. Por todo ello es necesaria una «racionalización emocional» del ser humano. 

Salovey y Mayer (1990) lanzaron el término «Inteligencia Emocional» (IE) para explicar cualidades humanas como la empatía, el control de los impulsos, la expresión de sentimientos, la capacidad de resolver problemas, la simpatía, el respeto, la capacidad de adaptación o la perseverancia. Así, la IE se puede definir «como la habilidad de las personas para atender y percibir los sentimientos de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos de manera adecuada y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás» (Fernández Berro- cal y Extremera, 2002). La IE se puede utilizar para sí mismo (competencia personal o inteligencia intrapersonal) o para nuestra relación con los demás (competencia social o inteligencia interpersonal), sin olvidar que la IE va más allá de la inteligencia y habilidades sociales porque incluye emociones internas, privadas, básicas para el crecimiento personal y el ajuste emocional. 

Diversas investigaciones demuestran que la persona que recibe una correcta educación emocional y la pone en práctica, adopta un determinado estilo de vida conducente al éxito. Las emociones son cambiantes y varían de intensidad; pero pueden controlarse y transformarse gracias al desarrollo de nuestra Inteligencia Emocional, en un proceso en el que, sin olvidar el sentimiento, primar el cerebro, bien educado emocionalmente, por la voluntad, la memoria, el entendimiento y la libertad. «La inteligencia emocional no debe ser solo un concepto de moda sino un volver al mundo de los sentimientos sin menospreciar el de la razón. No es la antigua lu- cha cartesiana: razón versus emoción. Ninguna puede ocupar el lugar de la otra. La armonía razón-corazón es el equilibrio inteligente» (Caballero, 2009, p. 37). Se ha demostrado que el cociente intelectual (CI) de una persona no determina su éxito o su fracaso: curiosamente, el éxito laboral depende en un 80% de la IE y en un 20% del CI (Goleman, 1996). 

Hasta hace relativamente poco tiempo casi no se mencionaban los modelos de conducta correctos, ni los sentimientos y emociones de profesores y alumnos; únicamente se controlaban los comportamientos del alumnado sin considerar las emociones subyacentes. Siguiendo las ideas sobre IE de Mayer y Salovey, es preciso crear en el alumnado, en padres y profesores, una forma inteligente de sentir para equilibrar las relaciones humanas (familiares, sociales y escolares). La enseñanza de emociones inteligentes de- pende de la práctica, del entrenamiento y su perfeccionamiento mediante técnicas apropiadas. Los educadores (padres y profesores) deben ser «expertos emocionales», ya que su influencia educativa marca las relaciones socio-afectivas y encauza el desarrollo emocional de los más jóvenes. La escuela del siglo xxi debe educar las emociones de los alumnos; el profesor, líder emocional, tiene que captar, comprender y regular las emociones de sus alumnos y conseguir el equilibrio emocional en las aulas. La IE es algo personal, pero también se advierte un clima emocional en organizaciones y grupos, motivado por la IE de sus líderes o responsables. (Fernández- Berrocal y Extremera, 2002). 

En esta línea de pensamiento, en este momento de cambios educativos, debemos reflexionar sobre la inclusión de las habilidades emocionales en el sistema escolar, ya que el profesor ideal de nuestro tiempo tendrá que ser capaz de enseñar la aritmética del corazón y la gramática de las relaciones sociales, logrando que la convivencia del futuro sea más fácil para todos y se eviten sufrimientos y estrés innecesarios. 

 

 

 

*El presente artículo pertenece al libro LAS TIC EN EL AULA DESDE UN ENFOQUE MULTIDISCIPLINAR. APLICACIONES PRÁCTICAS.  EDITORIAL OCTAEDRO S. L., BARCELONA, 2013. R. Cózar y Mª. V. De Moya (coords.). Págs.  13-28

María del Valle de Moya Martínez y Ramón Cózar Gutiérrez 

En 1982, Ridley Scott estrenaba su película Blade Runner, considerada como uno de los hitos del cine de ciencia ficción, futurista y precursora del género cyberpunk. Obtuvo un éxito tan resonante entre el público de los videoclubs que fue de las primeras películas estrenadas y distribuidas en formato digital. Sin entrar en un análisis cinematográfico profundo, sí cabe hacer una breve reflexión sobre su temática porque encierra un fuer- te debate sobre algunos de los interrogantes filosóficos del siglo xxi, tales como religión, ética y las consecuencias del uso de la ingeniera genética. La película nos muestra un futuro con seres creados a través de la tecnología, los replicantes, esclavos destinados a trabajos peligrosos y al servicio de los humanos pero carentes de respuestas emocionales. Un grupo del modelo Nexus-6 (el mejor fabricado pero con un desarrollo emocional inestable) se amotina contra la falta de humanidad de los seres humanos por lo que un cuerpo policial de élite, los «Blade Runners», es destinado a exterminarlos. Dentro de una atmósfera claustrofóbica de acción y cine negro, el último replicante, hombre-máquina, conociendo el fracaso de su rebelión contra el hombre-creador, llega a su fin vital de cuatro años. Sus últimas palabras, que condensan el mensaje de la película, se convierten en el célebre epílogo: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». De este modo, admite su impotencia de no ser dueño de su propia existencia, expresando su desesperación por la inevitable muerte. Pero, en su agonía, es capaz de transformar su odio destructivo alcanzando la categoría humana en un acto de perdón simbolizado en abrir sus manos que aprietan una paloma, permitiendo que alce el vuelo, regalándole la libertad de vivir y demostrándose a sí mismo que posee el poder de transmitir vida. Con este acto se convierte en «humano», al mostrar a sus hombres creadores que tiene emociones; incluso más: es capaz, en un acto libre y volitivo, de conseguir que sus emociones positivas, su empatía, triunfen sobre las negativas. El ser creado se transforma en creador asumiendo una capacidad emocional que da paso al máximo acto creativo del que es capaz el ser humano: la vida. 

blade-runner-2-movie

El ser humano siempre ha tenido impulsos creativos y creadores. Necesita hacer, inventar, transformar, comunicar; es decir, precisa desarrollar ciertas capacidades porque así se lo exige su misma naturaleza. Tradicionalmente, se ha entendido que lo creativo está directamente vinculado con lo artístico y éste, a su vez, con el mundo de las emociones. Pero cabe preguntarse: ¿cuándo es más creativo el genio de Leonardo, en obras artísticas como La Gioconda o en sus investigaciones acerca de artefactos técnicos imposibles para su época, pero que se materializaron siglos más tarde? En cualquiera de estos dos supuestos late el germen creador y creativo de la persona, ya que la interrelación entre lo emocional y lo racional es tan fuerte y profunda que no son ámbitos contradictorios, sino complementarios. Y así, se nos plantean otros interrogantes: ¿son contrapuestos el arte y la técnica?, ¿la emoción y el sentimiento pueden generar avances tecnológicos?, ¿es capaz la actual tecnología digital de crear y transmitir emociones? 

La última década del pasado siglo xx, y la primera del siglo xxi, han sido testigos de la irrupción de las nuevas tecnologías en las esferas sociales y en la vida cotidiana. Muchos objetos y utensilios, que hasta ese momento pertenecían al mundo de lo fantástico, comenzaban a abrirse paso en situaciones diarias. El avance vertiginoso, fruto del perfecciona- miento, transformación y aparición de nuevos productos digitales, obligó al usuario a vivir en un constante proceso de aprendizaje tecnológico. Así, el ciudadano corriente, casi forzado por las circunstancias, asumió estas novedades porque le facilitaban su actividad habitual y le abrían nuevos horizontes en diversos ámbitos como el laboral, de ocio y diversión, comunicativo y formativo. Inserto en esta realidad, las herramientas tecnológicas se han introducido en el quehacer cotidiano de las aulas, hasta el punto de no entender una docencia sin su presencia. 

El desconocido universo de las emociones 

Conscientes de que el universo digital está presente en nuestras vidas y que nos enfrentamos a él con un mayor o menor grado de conocimiento, el manejo de estas herramientas conlleva la movilización de una serie de destrezas técnicas, pero también requiere de un dominio emocional que dote a la persona de estrategias suficientes para afrontar con éxito los fuer- tes cambios derivados de su implantación. Pero ¿permiten estos avances un equilibrio emocional?, ¿podemos decir lo mismo de las emociones? 

Frecuentemente se entiende emoción como sinónimo de sentimiento, pero se debe matizar. Para Goleman (1996) la emoción es un sentimiento que afecta a los propios pensamientos, a los estados psicológicos y biológicos y a la voluntad de acción. Por otra parte, Caballero (2009) entiende que los sentimientos son nuestras emociones más profundas y duraderas, propias de la naturaleza humana y base de la vida afectiva. Son muchas las variables cognitivas, sociales y culturales que determinan una emoción pero existe cierto consenso entre los investigadores al fijar en 7 las emociones básicas, que son innatas y universales: interés/curiosidad, alegría/felicidad, sorpresa, rabia/ira, disgusto/asco, tristeza, miedo (Reeve, 2001). A ellas se añaden otras emociones que son aprendidas, más complejas, y que dependen del ambiente, la educación y de los propios sentidos emocionales de la persona. Por todo ello es necesaria una «racionalización emocional» del ser humano. 

Salovey y Mayer (1990) lanzaron el término «Inteligencia Emocional» (IE) para explicar cualidades humanas como la empatía, el control de los impulsos, la expresión de sentimientos, la capacidad de resolver problemas, la simpatía, el respeto, la capacidad de adaptación o la perseverancia. Así, la IE se puede definir «como la habilidad de las personas para atender y percibir los sentimientos de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos de manera adecuada y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás» (Fernández Berro- cal y Extremera, 2002). La IE se puede utilizar para sí mismo (competencia personal o inteligencia intrapersonal) o para nuestra relación con los demás (competencia social o inteligencia interpersonal), sin olvidar que la IE va más allá de la inteligencia y habilidades sociales porque incluye emociones internas, privadas, básicas para el crecimiento personal y el ajuste emocional. 

Diversas investigaciones demuestran que la persona que recibe una correcta educación emocional y la pone en práctica, adopta un determinado estilo de vida conducente al éxito. Las emociones son cambiantes y varían de intensidad; pero pueden controlarse y transformarse gracias al desarrollo de nuestra Inteligencia Emocional, en un proceso en el que, sin olvidar el sentimiento, primar el cerebro, bien educado emocionalmente, por la voluntad, la memoria, el entendimiento y la libertad. «La inteligencia emocional no debe ser solo un concepto de moda sino un volver al mundo de los sentimientos sin menospreciar el de la razón. No es la antigua lu- cha cartesiana: razón versus emoción. Ninguna puede ocupar el lugar de la otra. La armonía razón-corazón es el equilibrio inteligente» (Caballero, 2009, p. 37). Se ha demostrado que el cociente intelectual (CI) de una persona no determina su éxito o su fracaso: curiosamente, el éxito laboral depende en un 80% de la IE y en un 20% del CI (Goleman, 1996). 

Hasta hace relativamente poco tiempo casi no se mencionaban los modelos de conducta correctos, ni los sentimientos y emociones de profesores y alumnos; únicamente se controlaban los comportamientos del alumnado sin considerar las emociones subyacentes. Siguiendo las ideas sobre IE de Mayer y Salovey, es preciso crear en el alumnado, en padres y profesores, una forma inteligente de sentir para equilibrar las relaciones humanas (familiares, sociales y escolares). La enseñanza de emociones inteligentes de- pende de la práctica, del entrenamiento y su perfeccionamiento mediante técnicas apropiadas. Los educadores (padres y profesores) deben ser «expertos emocionales», ya que su influencia educativa marca las relaciones socio-afectivas y encauza el desarrollo emocional de los más jóvenes. La escuela del siglo xxi debe educar las emociones de los alumnos; el profesor, líder emocional, tiene que captar, comprender y regular las emociones de sus alumnos y conseguir el equilibrio emocional en las aulas. La IE es algo personal, pero también se advierte un clima emocional en organizaciones y grupos, motivado por la IE de sus líderes o responsables. (Fernández- Berrocal y Extremera, 2002). 

En esta línea de pensamiento, en este momento de cambios educativos, debemos reflexionar sobre la inclusión de las habilidades emocionales en el sistema escolar, ya que el profesor ideal de nuestro tiempo tendrá que ser capaz de enseñar la aritmética del corazón y la gramática de las relaciones sociales, logrando que la convivencia del futuro sea más fácil para todos y se eviten sufrimientos y estrés innecesarios.