Hacía años que en el Teatro Principal de Castelló no se ofrecía una ópera escénica. Que el evento tuvo tirón lo demuestra el hecho que el coliseo de la plaza de la Paz, estuvo a rebosar, teniendo en cuenta la ubicación del respetable al tresbolillo por la necesidad de guardar las distancias de seguridad a causa de la malhadada pandemia del Covid. La representación, el 4 de marzo, constituía un motivo de contento para un «operario» impenitente, como es el que esto escribe, por más que la obra ofrecida, L’isola desabitata de Manuel García, no sea el especial santo de su devoción. El texto del fecundo Metastasio había hecho tilín nada menos que a treinta compositores, algunos de fuste entre ellos Paisiello, Haydn, Jomeilli, Traetta…, antes de llegar a las manos del autor y cantante sevillano.L’isola disabitata, volvió la ópera a Castelló L’isola
Musicalmente la pieza estrenada en 1831, se dio a conocer tras otras obras muy notables (el Fidelio beethoveniano, sin ir más lejos) en las que el mero lucimiento belcantista se quedaba bastante trasnochado. La partitura escrita como obra de cámara, y nunca mejor dicho, con el mero acompañamiento de un piano, está más por las lindezas del canto ornamentado de acrobacias vocales, que por la densidad de una música de calado. El que no fuera una obra de excepción, pese a que fue la penúltima que su autor puso sobre el pentagrama, lo demuestra las pocas representaciones que ha tenido en todo el planeta hasta hoy. Su reivindicación hace unos 12 años, se debió al capricho del director escénico Emilio Sagi, nieto del gran barítono de zarzuela Emilio Sagibarba, cuyo montaje gustamos merced a la esplendidez favorecedora del Palau de les Arts. El decorado diseñado por Daniel Bianco, lo conformaba una acumulación de blancos muebles y sillas amontonados en inextricable mezcolanza que, simbólicamente, querían representar la orografia de la despoblada isla. El espejo que ocupaba todo el foro, concediendo multiplicidad a la escena, la iluminación de Albert Faura de bien establecidos cromatismos y el vestuario ibicenco de influencia Adlib, diseñado por Pepa Ojanguren no pudieron ser más inusitados a la par que sugestivos y concedieron muchas posibilidades a la desenvuelta movilidad del cuarteto vocal. La utilería concedió un simbolismo muy alegórico a la acción.L’isola disabitata, volvió la ópera a Castelló
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Al piano estuvo Carlos Sanchis que lució virtuosismo, sonoridad excelente, matizados acentos y tuvo la virtud de respirar con los cantantes desde el teclado, sin abandonar el pulso. Larisa Stefan que encarnó a Costanza, en su inicio, en el que se le exige un registro de centro grave tuvo la voz tremolante, pero a medida que se encontró con su posición de coloratura brilló con sus agilidades y sus estratosféricos sobreagudos y su capacidad para establecer esfumaturas y reguladores que revelaron una excelente técnica. Evgeniya Khomutova asumió el papel de Silvia, con una hermosa voz de amplias intensidades centrales, e intención en el fraseo muy sugestiva. El tenor Jorge Franco, con quien el autor se este comentario tuvo la fortuna de cantar una inolvidable Maruxa en el Auditori, dio vida a un sensitivo y emocional Gernando con un legato de muchos kilates, una excelente vocalización en los arduos melismas y una capacidad en el sobreagudo sobrecogedora. Oleh Lebedyev no tuvo su noche en Enrico. Uno piensa en una inoportuna dolencia faringea que le hizo estar muy inseguro en el registro superior y en la afinación. Como sus compañeros fue muy cuadrado métricamente.
El público aplaudió con ganas y demostró, en sus aplausos, el deseo de que el Principal vuelva a ser el marco de funciones operísticas. L’isola disabitata, volvió la ópera a Castelló
Antonio Gascó