Este viernes pasado sólo podría acabar con una sonrisa, un abrazo y una obra de caridad. Y así fue gracias al primer concierto benéfico organizado por Rotary para la erradicación total del polio. El presidente de la organización ofreció un discurso en el que invitó a participar más en este tipo de eventos y asimismo, pidió que cada uno de los asistentes se diera un abrazo con la persona que tenía sentada a su lado. En esta velada participó la Partiture Philarmonic Orchestra con su director Juan Paulo Gómez; los dos pianistas solistas, Alejandro Algarra junto a Pablo Amorós; además del Trio Arbós, que cerró la noche.
Los dos grandes maestros compositores de la historia de la música fueron los dos protagonistas de este concierto: Mozart y Beethoven. Un programa muy arriesgado ya que, alguna vez en la vida, se han escuchado fragmentos de estas obras bien en anuncios, bien en películas… es por ello, que el reto era aún mayor.
La primera parte empezaba con Mozart y La Sinfonía n.º 40 en sol menor, K. 550, la “gran” sinfonía, siendo está su penúltima composición sinfónica que escribiría. La pequeña orquesta jienense se enfrentó al clasicismo más puro. Para muchos, esta obra tiene un matiz ligero que pasa por la gracia de las composiciones clásicas de Mozart; sin embargo, gana más la consideración de que esta obra sea una obra de pasión y dolor. Por ello, la elección del repertorio hace un símil perfecto con la enfermedad por la que se luchaba esa noche.
La orquesta tuvo que hacer frente a diferentes adversidades dentro de la media hora de duración de la sinfonía, en la que hubo unas pequeñas disonancias no muy propias de la obra en cuestión, sobre todo, en el segundo movimiento. No obstante, supieron salir adelante en cada uno de los complejos movimientos de esta sinfonía.
A continuación, El Concierto para dos pianos n.º 10 en Mi bemol Mayor. Alejandro Algarra y Pablo Amorós fueron los encargados de interpretar esta obra que Mozart compuso para tocar con su hermana Nannerl. Así se presentaron los dos solistas, con esa sensación de que eran “hermanos” por la complicidad que se respiraba; sin embargo, eran el prototipo de dos hermanos que son totalmente antagónicos. A la izquierda, se veía a Pablo como el señor rígido, el hermano mayor, que dada su apariencia impone a los demás por su seriedad; y, a la derecha, Alejandro, el joven esponja que todo lo aprende y que la sonrisa no desaparece de su rostro.
Estas diferencias se podían ver incluso en los motivos que tocaban al unísono. Por un lado, Alejandro interpretaba tal y como pide “un Mozart”. Apariencia de facilidad, aunque tengas que recorrer todas las octavas del piano a una velocidad vertiginosa y un juego entre las teclas. Igualmente, sus movimientos espontáneos hacían la labor, “indirectamente”, de director. No perdió el contacto visual con su compañero que ayudó a que los dos solistas se convirtieran en uno solo. Un gran trabajo el de Algarra que dio ese toque fresco que se necesitaba. No obstante, Pablo realizó una correcta interpretación, pero en el tercer movimiento algún pasaje se le escapó. Desde el principio, parecía que le pesaban las manos en el teclado pero duró poco y volvió a retomar la confianza en sí mismo para terminar estupendamente este concierto.
La segunda parte de esta función comenzó en los albores de la madrugada gracias al trio Arbós que, fundado en Madrid, es en la actualidad uno de los más prestigiosos grupos de cámara del panorama musical de España. Participa con regularidad en todas las salas del país y el viernes fue uno de esos días en los que, a pesar de la hora, mantuvieron despiertos al público asistente y demostraron la calidad de esta agrupación que se mantiene desde hace casi dos décadas.
El triple concierto para violín, violonchelo y piano en Do mayor, Op. 56 fue el escogido para poner la guinda a una noche muy especial. Además es el único concierto compuesto por el maestro alemán para más de un instrumento solista. Sincronía, fuerza y virtuosísimo en cada uno de los intérpretes. Magistral la actuación junto a la complejidad de esta obra que puso a prueba al trío y no sólo de manera instrumental. A destacar ese segundo movimiento, el adagio, tan sentido y que dejaba ver la complicidad en cada uno de los solos que realizaban.
En definitiva, un programa que alguna vez hemos escuchado a lo largo de nuestras vidas pero que adquirió en esa noche una raíz tan especial que se convirtió en toda una novedad. Por más noches de grandes compositores e intérpretes. Por más noches que con una simple entrada se puedan salvar cientos de vidas.
Isaac J. Martín