La siempre portentosa y envidiable vitalidad y capacidad de trabajo del Mtro. Daniel Barenboim nos volvió a sorprender una vez más. Un calendario de actividades, presentaciones y conciertos que, sin respiro, nos muestran a Barenboim en sus distintas facetas musicales y culturales se suceden por estos días en una nueva edición del Festival de Música y Reflexión, diseñado por él mismo, en el que se suceden conciertos sinfónicos con la WADO, recitales de piano junto a Marta Argerich, o el tan esperado debut de Jonas Kaufman dirigido por Barenboim interpretando un ciclo de Mahler, entre otros compromisos.
Dedicado a la Música de Cámara específicamente, el Mtro. argentino realizó para el ciclo del Mozarteum, además, el concierto que reseñaremos en esta oportunidad. Cuatro destacados instrumentistas participaron del mismo: en Piano Daniel Barenboim, en violín su hijo Michael Barenboim, en violoncello Kian Soltani y el clarinetista alemán Jörg Widmann.
Ya hemos mencionado en otra ocasión lo difícil que resulta ensamblar instrumentos de distintas modalidades de producción sonora. El piano como cuerda percutida, los dos de cuerda frotada y un instrumento de viento, a la hora de realizar un trabajo de “concierto” (en el sentido primigenio de concertar, ponerse de acuerdo) es un desafío mayúsculo para cualquier músico, por más alto que sea su nivel. Afinación, volumen, tipos y velocidades de toque…todo requiere un nivel de profesionalismo y experiencia acorde también a las obras que se quieren interpretar.
El grupo de cámara que nos convocó cuenta desde el vamos con una ventaja inapreciable: un maestro de talento y experiencia enormes desde el piano, dos jóvenes de grandes condiciones y un presente y un porvenir de enormes posibilidades y un clarinetista que se cuenta entre los mayores exponentes de su instrumento en la actualidad. Por eso la expectativa generada era tan grande… y un arma de doble filo.
El programa se abrió con el Trío para violín, cello y piano K. 548 de Mozart, obra que fue vertida con buen gusto aunque con cierta contención en la comunicación. El punto más alto en lo interpretativo, a juicio de esta cronista, fue el 2º movimiento, en donde la musicalidad de Daniel Barenboim pudo apreciarse en plenitud. Destacado cuidado del sonido en un instrumento que respondió adecuadamente al mundo sonoro propuesto. Fue además en este movimiento en donde pudimos escuchar más personalidad propia, más “riesgos” en una obra ya clásica del maestro salzburgués.
A continuación pudimos escuchar las Cuatro piezas Op. 5 para clarinete y piano de Alban Berg, obra sumamente exigente no sólo para los músicos sino también para el público. El juego riquísimo de planos sonoros que la obra propone, pero que requiere de un nivel de silencio y concentración importantes, significó una apuesta muy fuerte después del Mozart anterior. La obra fue vertida con un gran profesionalismo y compromiso por el dúo Widmann-Barenboim, pero no pudo ser valorada fehacientemente por la sala. Nos preguntamos si era el mejor lugar en el orden del programa y si eso no incidió en la recepción de la misma, más allá de compartir el criterio del Mtro. Barenboim de integrar las obras del s. XX al repertorio sin discriminarlas y colocarlas todas juntas “en bloque” en un concierto o directamente ejecutarlas solas en conciertos de “música contemporánea”.
La siguiente obra fue la Fantasía para clarinete solo de Jörg Widmann, obra de 1993, interpretada magistralmente por el propio autor. La Fantasía, una suerte de virtuosísima improvisación, es un muestrario técnico de las posibilidades del instrumento y fue al mismo tiempo una obra que despertó el aplauso de la audiencia. Mérito claro de la interpretación, muy pareja, muy comunicativa y con sobrados medios técnicos.
La primera parte del concierto se cerró con las admirables Tres piezas de fantasía Op. 73 de Robert Schumann en donde pudimos apreciar a un Widmann expresivo, intenso en la transmisión de sus ideas musicales sobre la obra y a un Barenboim eficaz, experimentado. Nos quedó la sensación de que el piano no logró terminar de mostrar la textura de cantos que la partitura pianística de esta obra exige. Más bien creemos que por la sonoridad del instrumento en sí, no por decisión del propio Barenboim, pero se mezclaban y fusionaban mucho los planos no permitiendo por momentos apreciar el entramado complejo de la obra.
Luego del intervalo, nos esperaba una magistral obra de Chaicovski: el Trío en la menor Op. 50 para violín, cello y piano, compuesta como homenaje a su amigo Nicolai Rubinstein (destacadísimo músico ruso) que había fallecido en 1881. La obra, que se estrenó al cumplirse el primer aniversario del fallecimiento de Rubinstein, está estructurada en dos grandes movimientos: una Pieza elegíaca, vibrante, intensa, de profunda expresión y al mismo tiempo de un diálogo casi orquestal entre los instrumentos; y un magistral Tema con variaciones, que representa un momento cumbre en la escritura para esta formación instrumental.
La dificultad pianística de esta obra es brutal, exigente en todos los planos (técnicos individuales, expresivos, tímbricos, camarísticos), lo cual no es ninguna novedad para los músicos que deseen abordar esta obra maestra. La interpretación de Daniel Barenboim tuvo momentos de destacadísima musicalidad y en donde demostró porqué está considerado uno de los pianistas más importantes de las últimas décadas. Alguna imprecisión aquí y allá no desmereció nuestra opinión sobre el destacado músico. Sí nos pareció que la resonancia del instrumento no terminó de resaltar el aspecto romántico-orquestal de su interpretación.
El cello de Soltani respondió y participó claramente de la expresividad y del desafío de este maravilloso trío de Chaicovski mientras que vimos mucho más contenido y con una energía tal vez distinta al resto de sus compañeros a Michael Barenboim en violín. Hubiéramos deseado un poco más de brillo sonoro y de nervio en su instrumento para que el balance general tuviera la vibración tan necesaria en esta prodigiosa obra.
Una sala siempre cálida premió a los destacados intérpretes que brindaron un solo bis. En suma, una nueva muestra del talento, dedicación y empuje del Mtro. Daniel Barenboim, estupendamente acompañado, que se disfrutó como cada año.
María Laura Del Pozzo