La Orquesta Sinfónica de Vancouver (VSO) y la pianista Angela Cheng interpretan Beethoven y Debussy bajo las órdenes del joven director chino Darrel Ang, en un concierto que ofrecía también la novedosa obra La Rima del Taigu, del compositor Zhou Long.
El pasado sábado, dentro de su temporada regular de conciertos, la VSO presentó en el teatro Orpheum de Vancouver un programa que incluyo una creación reciente del compositor chino Zhou Long, titulada La Rima del Taigu, en homenaje al arte ritual de la gran percusión que nació en el seno de la tradición budista. El resultado, para nada orientalizante, sorprende desde el primer momento. La percusión es la protagonista, pero se engloba con armonía y equilibrio dentro de la pieza. Dividida en tres movimientos, y pese a un inicio algo superficial, la obra va aumentando en intensidad dejando momentos muy emocionantes. El segundo movimiento, a modo de scherzo, tiene notas festivas, y termina con un tutti voluptuoso y complejo; poco asiático, por tanto. El tercer movimiento, con tintes épicos y sugestivo final abierto, recuerda a los poemas sinfónicos del tardorromanticismo. A lo largo de toda la obra, subyace una idea de universalidad, de irreprimible humanidad, representada por el sonido básico y primitivo del tambor y el timbal, pero adornada graciosamente por el sentido de la belleza y el equilibrio propio de la cultura china. Obras como esta, difíciles de escuchar hoy en Europa, se sirven con genuina naturalidad a este lado del Pacífico, casi sin darnos cuenta de que el polo principal de la creación cultural se va desplazando hacia China, tal vez de manera irremisible.
También se escuchó el Concierto N.1 para piano de Beethoven, que estuvo interpretado por la pianista canadiense de origen chino Angela Cheng. Cheng es una artista que siempre ha destacado por su técnica y versatilidad, y es hoy todo un fenómeno en Norteamérica, donde es una de las pianistas de referencia. Su Beethoven sonó impresionista y expresivo. En el primer movimiento, se mostró cuidadosa en el fraseo, aunque algo agresiva en las escalas. El segundo movimiento, bello y evocador en manos de Cheng, dio lugar a una conexión fructífera entre la batuta de Darrel Ang y la solista. La orquesta enriqueció notablemente el conjunto, aportando color a un piano acaso demasiado introspectivo. El tercer movimiento, técnicamente irreprochable, le valió a Cheng una encendida ovación del público de Vancouver puesto en pie, si bien este acostumbra a ser dadivoso en el premio.
Después del descanso, la velada prosiguió con un programa dedicado por entero a Claude Debussy: dos de sus más celebres obras orquestales. En Prélude à l’après-midi d’un faune, Darrel Ang estuvo conservador, aunque destacaron de forma positiva las intervenciones de la flauta y el oboe. En el poema sinfónico La Mer, la VSO sonó irregular, sin apenas pulso expresivo, lo que dio un resultado anodino y falto de texturas. Ang dejó pasar, por tanto, la oportunidad de brillar en un repertorio en el que la VSO ha sabido destacar en ocasiones anteriores.
La VSO es una orquesta aún en formación. De manera lenta pero constante, va ampliando el repertorio, y cada temporada sube el listón de exigencia; a la par que va enriqueciendo su oferta con nuevas creaciones de compositores, en su mayoría asiáticos o canadienses. Es, por tanto, una formación en alza, una institución a seguir que se ha convertido en poco tiempo en el principal exponente de la alta cultura en Vancouver. Con una temporada de ópera en retirada, y que se reconvertirá en festival a partir del año próximo, la VSO es hoy el faro musical de la ciudad de los rascacielos transparentes, que aun busca asentar su personalidad dentro del panorama cultural norteamericano. Mimbres no le faltan, pues a sus infraestructuras culturales se une una riqueza multiétnica difícil de encontrar por estas latitudes. Solo queda que el público responda y los programadores den con la tecla.
Carlos Javier Lopez