Concierto de la SSO: hay orquesta en Seattle

 

Concierto de la SSO: hay orquesta en Seattle
Concierto de la SSO: hay orquesta en Seattle

En Seattle (EEUU), los aficionados a la música clásica acuden a los últimos conciertos de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Seattle SSO, con el interés que despierta una orquesta ya consolidada pero en continuo crecimiento, que siempre responde. El pasado jueves, en Opera World asistimos al último concierto de la SSO y en él encontramos algunos rasgos que definen con claridad cómo es la SSO

La noche ofrecía en la primera parte, acaso como continuación del concierto de la semana anterior, otra obra dedicada al imaginario de lo nocturno. La obra del compositor francçes Henri Dutilleux, La nuit etoilée, de estética y sonoridad oscuras (la orquesta toca sin violines ni violas) y siderales. El director titular de la SSO, Ludovic Morlot, gran conocedor de la obra de Dutilleux (no en vano está llevando al disco gran parte de su opus orquestal) sabe dirigir a su orquesta en este repertorio, de manera que suene en estilo, sin las imposturas propias de otras orquestas. 

El Concierto para Piano Núm.4 de Beethoven era el siguiente plato del menú, servido en este caso por la pianista británica Imogen Cooper. La solista consiguió sorprender a la audiencia de Seattle llevando la obra a su terreno y destapar una sugerente e inusitada cara femenina en Beethoven. No es sólo por su sencillez, que siempre huye del requiebro ampuloso, sino por la delicadeza de su fraseo, especialmente acariciadora en los cambios de tempi. Cooper tiene en mente una aproximación personal pero cuidadosa con la partitura. Por su parte, la SSO no terminó de conseguir el brillo ni la monumentalidad beethoveniana que se espera de la obra, y que con tanta gracia nos ha regalado otras noches. Como aciertos de Morlot en el concierto para piano: el equilibrio y la sobriedad que ya son marca reconocible en su estilo. 

Después del descanso, la SSO revisitó el repertorio ruso con la sinfonía número 7 de Sergei Prokofiev, una pieza que sonó bastante anodina en manos del conjunto seatelino. La partitura de Prokofiev ofrece a las grandes orquestas la posibilidad de exhibir todos sus colores, pero requiere a su vez un esfuerzo creativo por parte de todos los intrumentos. Tiene que haber un hilo conductor, una propuesta interpretativa que evite que la sinfonía se convierta en una sucesión de frases sin trabazón ideológica. Así las cosas, el voluntarioso director francés apenas consiguió que el primer movimiento no sonara demasiado rutinario, por mor de la calidad de algunos de los músicos de la orquesta. Y es que en los bancos de la SSO se sientan algunos músicos de altura, que siempre ofrecen pellizcos de enorme calidad y hacen que merezca la pena seguir a este conjunto de cerca. 

Si se ven una tarde paseando por el centro de Seattle, no dejen de asomarse al palacio Benaroya y su fina acústica. Probablemente los músicos de la SSO les estén esperando con una de sus irregulares aunque irresistibles perlas musicales. 

Carlos Javier López