Crítica: «Aida» en la Ópera de Oviedo

Por Pablo Álvarez Siana

Gloria a Amneris

Aida marcaría un hito en la historia musical italiana siendo la culminación de la llamada “grand- opéra”, pues Verdi compuso una obra ambientada en el Egipto faraónico llena de teatralidad, más allá de un libreto plagado de sucesos inverosímiles y anacronismos pero también de intimismo dramático. Los amores desgraciados entre la princesa etíope y el capitán de la guardia egipcia cautivaron al público desde su primera representación y en Oviedo ya había ganas de volver a disfrutarla, pues desde 2005 no se subía a las tablas del Campoamor. Ahora llega como penúltimo título de la actual temporada asturiana nada menos que con el montaje de la llamada “piccolina Aida” por el propio Franco Zeffirelli , quien la diseñase para el coqueto Teatro Verdi de Busetto en el festival de 2001 que lució y mucho en el centenario coliseo carbayón.

Esta gran ópera que es Aida tiene todos los ingredientes “faraónicos” por su grandiosidad coral, exotismo, monumentalidad y colorido orquestal junto a la necesidad de unas voces poderosas que deben conjugarse con el dramatismo y la fuerza lírica más allá del propio triángulo protagonista. Con más concertantes -sobre todo dúos- que romanzas, como llama Verdi a las arias, encontrar el elenco ideal que logre el equilibrio de todos para transmitir la psicología de las voces no es nunca tarea fácil. Si la monumentalidad es uno de los adjetivos para Aida está claro que esta función asturiana lo merece dentro del diseño “cinematográfico” fiel al compositor, bien iluminado y que tan bien encaja en el Teatro Campoamor por el número de voces, figurantes y bailarines, añadiendo un foso (más la banda interna) colosal, sumándole el colorido y acertado vestuario más un reparto homogéneo que lo dio todo sobre la escena.

Una escena de «Aida» en Oviedo / Foto: Iván Martínez

El respeto tanto de Verdi como de Zeffirelli por la eficacia dramática del texto en ningún momento hizo pesar la escena ni los despliegues en ella sobre los protagonistas, todos perfectamente organizados por Vivien Hewitt con cantantes físicamente verosímiles en sus papeles para conjugar dramatismo e intimismo, con gran expresividad por parte de todos y cada uno, superponiéndose individualidad y colectividad. Lo visto y escuchado este frío viernes de Santa Lucía fue buen ejemplo de lo que buscaba el genio de Busseto: dotar a las voces de mayor expresividad huyendo de malabares ornamentaciones, con una partitura muy “cantabile” donde impera la melodía, siempre con buen balance entre foso y escena, todo en su sitio al contar con un reparto eficaz en cuanto a los volúmenes requeridos, aunque parece que el problema indicado por Verdi en los matices (ppp, dolce o morendo) perdure en el tiempo, y es que Aida sin permitir lucimientos técnicos, sí es exigente en los fraseos, pero sobre todo en la intensidad de emisión a lo largo de toda la tesitura, esenciales para el dramatismo del propio libreto tan bien reflejado sobre la partitura.

Del trío protagonista quien más problemas tuvo con las dinámicas fue el potente Radamés de Jorge de León, tenor de color ideal para el personaje y con volumen suficiente en todo el registro del que esperaba mayor contención para los momentos íntimos, careciendo de la expresividad para resaltar la melancolía o la ternura. Comenzar con la conocida aria “Celeste Aida” es un reto para todo tenor y el canario lo solventó con más potencia de la requerida para la escena, al igual que los dúos, tríos y concertantes donde pudo más la fuerza, necesaria, que la ternura. Mejor junto al Nilo con su amada, siendo destacable el final “O terra addio” con Aida más melancólico y sentido.

Ketevan Kemoklidze, Jorge de León y Carmen GIannatasio / Foto: Iván Martínez

La esclava etíope encontró en la italiana Carmen Giannattasio todos los atributos verdianos con su timbre de voz cálido y suave que encajó a la perfección con su rol desde una buena línea de canto de máxima expresividad y buen empaste con todos, destacando su enérgica voz en las multitudinarias escenas corales, manteniendo el registro agudo y con soltura en el paso al grave, sumándole unos buenos “fiatos” en los solos (el “Gloria ai Numi” o el “Trionfo” de los actos primero y tercero respectivamente) e impecable el entendimiento con Radamés, sin dejarme el nostálgico “O patria mía” del tercer acto o la emocionante escena con la romanza “Retorna vincitor” así como el sentido dúo con la mezzo “Amore, amore”.

Quien se coronó como reina en Oviedo fue Ketevan Kemoklidze, una Amneris solvente vocal y escénicamente, uno de los grandes roles de Verdi para mezzo que algunos han llamado “la Éboli faraónica”. Desde una tesitura que se mueve abundantemente en los registros medio y grave, pese al color tan diferente en ambos, la georgiana logró máxima expresividad en ambos al igual que con unos agudos más que suficientes, de timbre bien diferenciado y más oscuro en los agudos al unísono con Aida, volcándose en la dualidad pasión-violencia de su personaje desde unos celos a los que Verdi pedía tener “chispa diabólica”, y Kemoklidze la tuvo hasta el final sobre la losa que cierra la cripta implorando la paz. Los barítonos verdianos son casi una categoría en sí, por una tesitura alta y un color especial. El “Ma tu re” suplicante del segundo acto fue la carta de presentación de Àngel Òdena, un Amonasro impresionante en todo: heroico, poderoso en timbre, entendiendo e interpretando el dolor y el patetismo pero también el consuelo en el dúo con Aida, personalmente un tarraconense rey ovetense muy aplaudido.

Carmen Giannattasio y Àngel Òdena / Foto: Iván Martínez

También estaría tocado con corona regia dese su primera aparición (consultando a Isis quién será el general de los ejércitos) el malagueño Luis López, “bajo cantabile” de proyección suficiente en los grandes concertantes y con carácter, al igual que el alicantino Manuel Fuentes, un bajo joven pero ya profundo que aún irá ganando volumen con el tiempo. Su Ramfis de timbre redondo en toda su extensión resultó igual de solvente escénicamente y majestuoso su “Gloria ai Nuri!”. Por cerrar el elenco vocal y pese a la brevedad de sus apariciones, muy segura desde el fondo del escenario la debutante mezzo asturiana Carla Sampedro como sacerdotisa, y Josep Fadó, el siempre seguro tenor de Mataró como mensajero, llamado a tener más papeles protagonistas siendo un lujo tenerlo dentro del elenco de esta producción, ayudando a mantener ese equilibrio vocal sobre las tablas.

Punto y aparte merece el Coro “Intermezzo” titular de la Ópera de Oviedo, porque «Aida» les exige de principio a fin: sacerdotisas y esclavos, pueblo y prisioneras, hombres y mujeres dentro o fuera de escena, juntos y separados con momentos “a capella” impecables, afinados, empastados, seguros en las entradas, amplitud de matices desde unos poderosos “fortissimi” a los delicados “pianissimi”, constituyendo el verdadero apoyo de cada escena tanto cantada como actoral (bravo por las esclavas “arpistas”), excelentemente preparados por Pablo Moras, siendo un pilar imprescindible en cada temporada, madurando en cada título que con este Verdi han podido dar la talla como así se les reconoció al final de la función.

Jorge de León, Carmen Giannattasio y Àngel Òdena / Foto: Iván Martínez

De la OSPA que volvió al foso tras la anterior Arabella, pese a la inestabilidad emocional que supongo tendrán por distintos problemas que han saltado a toda la prensa nacional, la orquesta asturiana siempre funciona, hoy de plantilla ampliada y contando con la Banda de Música “Ciudad de Oviedo” como banda interna, así como el cuarteto de trompetas en escena redondeando esta monumental «Aida» llevada con mano de hierro por Gianluca Marcianò, siguiendo todas las indicaciones del director italiano, incluso las siempre difíciles fuera de escena, por momentos excesivo en las dinámicas (puño en alto) aunque sobre el escenario sabía que responderían, exprimiendo cada pentagrama con la música de Verdi y realzando la acción dramática con soltura y seguridad. Pese a algún problema de afinación en la cuerda (el frío siempre influye) el resultado global fue notable, con unos solistas de calidad más que demostrada, desde el oboe hasta el arpa pasando por la flauta o una percusión siempre en el plano correcto.

Redondeando la grandiosidad egipcia, además de la cantidad de figurantes, merecen mención especial las cinco bailarinas con Olimpia Oyonarte que también se encargó de la coreografía, parte importante de esta “gran ópera italiana” que trajo Egipto a Oviedo con la mejor escena y vestuario posibles. Larga vida a Verdi.


Oviedo (Teatro Campoamor), 13 de diciembre de 2024.  LXXVII Temporada de Ópera. Aida, ópera en cuatro actos, con música de G. Verdi y libreto de Antonio Ghislanzoni basado en la versión francesa de Camille du Locle de la historia propuesta por el egiptólogo francés Auguste Mariette. Estrenada en el Teatro Vice-Real de la Ópera de El Cairo el 24 de diciembre de 1871. Producción SUONI, edizione Busseto.

Dirección musical: Gianluca Marcianò          Directora de escena: Vivien Hewitt Escenógrafo: Franco Zeffirelli – Diseñadora de vestuario: Anna Anni – Iluminador: Gianni Mirenda – Coreógrafa: Olimpia Oyonarte – Director del coro: Pablo Moras.

REPARTO:

El rey: Luis López (bajo) – Amneris: Ketevan Kemoklidze (mezzosoprano) – Aida: Carmen Giannattasio (soprano) – Radamés: Jorge de León (tenor) – Ramfis: Manuel Fuentes (bajo) – Amonastro: Àngel Òdena (barítono) – Un mensajero: Josep Fadó (tenor) – Una sacerdotisa: Carla Sampedro (mezzosoprano).

Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias                                                            Banda de Música “Ciudad de Oviedo”
Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo)

OW