Crítica: «Babel 46» Barcelona Por Xavier Rivera
Una representación de ópera realizada por jóvenes estudiantes bajo la dirección de su equipo profesoral no sólo es entrañable porque contiene el germen del mundo operístico de las próximas décadas sino, sobre todo, porque puede también dar pistas sobre las tendencias estilísticas y creativas de los intérpretes de ese próximo futuro. Asimismo, nos situamos fuera de cualquier comparación de costos con lo que sucede en un gran teatro de ópera, pero mucho más cerca de los resultados estrictamente artísticos.
Xavier Montsalvatge (1912-2002), un compositor clave en la España del siglo XX, no parece haber tenido mucha suerte en el mundo de la ópera. Escribió, sin embargo, tres obras: «El gato con botas» en 1948 y «Una voce en off» en 1960. En 1967, presentó «Babel 46» a un concurso convocado por el Liceu, pero el premio fue declarado desierto. Fue en el Festival de Peralada de 1994 cuando se estrenó la obra en una versión orquestada por Albert Guinovart para 12 instrumentos solistas. Posteriormente, el director Antoni Ros-Marbà -que formaba parte de aquel jurado- se encargó del estreno en el Liceu en 2004, con una orquesta completa y Ana Ibarra en el papel de ‘Berta’.
En su prólogo, el compositor escribió que quería librarse de cualquier influencia del verismo, de la ópera rusa, alemana o francesa pero es obvio, y muy afortunado, que no lo haya conseguido. Por ejemplo, algunos largos momentos de la gran escena de Berta en el primer cuadro podrían haber sido escritos por Mascagni o Puccini. Y su fuerza dramática tampoco tiene menoscabo. Es fácil deducir de ello que sus palabras están teñidas de ironía o sarcasmo. Sin ninguna duda, ese lenguaje casi politonal, con esos agregados armónicos complejos diluidos por su refinada ciencia del contrapunto, define una personalidad artística que ha recorrido muchos caminos diferentes a finales de un siglo XX en el que las exploraciones de nuevos lenguajes estéticos y musicales han tomado muchos vericuetos tortuosos. Crítica: «Babel 46» Barcelona
Montsalvatge, un hombre de amplia cultura que ejerció la crítica musical durante décadas y dirigió la revista de opinión “Destino”, es también el autor del libreto. La escena transcurre en un campo de refugiados tras la II Guerra Mundial. Cada personaje habla su propia lengua: oímos español, también en su versión sefardí, y catalán de Alguer, portugués de Mozambique, hebreo, italiano, inglés y francés…. Y un loro gritando en alemán! Leyendo el texto, no parece tan evidente que tuviera mucho alcance dramático. Y sin embargo el trabajo de estos jóvenes intérpretes ha dado un resultado más que convincente, un espectáculo realmente rico en emociones y lleno de sutilezas teatrales. El autor nació en Girona y su elección de este tema fue probablemente inspirado por la miseria que vivieron allí cerca los refugiados republicanos en el tristemente célebre campo de Argelès-sur-Mer, donde murió Antonio Machado, o por el suicidio de Walter Benjamin en Port-Bou cuando huía de la persecución nazi. Esa historia muestra la solidaridad de este variopinto grupo ante la adversidad y las duras condiciones del campo, pero también la otra cara de la moneda: en cuanto los refugiados se ven libres, caerán las máscaras y reinarán el egoísmo y el sálvese quien pueda. Los antiguos «pobres» se convertirán en ricos y viceversa. Hay una forma de pesimismo en este texto que puede verse más que justificada por algunos acontecimientos actuales.
Todo el diseño visual es obra de un grupo de estudiantes de la ESCAC (Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya), y es alentador ver hasta qué punto se puede crear un espacio teatral tan rico con unos recursos financieros prácticamente irrisorios. Si tenemos en cuenta el coste de los caprichos de algunos directores escénicos contratados por los teatros financiados con dinero público, esto es oro.
Si una escuela, por muy elitista y selectiva que sea el ESMUC (Escola Superior de Mùsica de Catalunya), es capaz de encontrar un elenco tan equilibrado y brillante entre sus alumnos actuales y uno o dos del pasado reciente, el futuro de este pequeño mundo de la ópera es francamente alentador. Por supuesto, hay algunas impericias por aquí y por allá y algunos elementos de expresión que no están totalmente conseguidos, pero esta representación ha quedado muy lejos de ser una de esas en que el entusiasmo juvenil sustituye a la competencia profesional. Y hay un trabajo muy cuidadoso en la proyección, dramaturgia y estilística de los textos en todos estos idiomas, un aspecto de la interpretación operística al que yo doy una importancia particular. Elías Gallego retrata a un brillante Aristide, matizado a la perfección y lleno de color, desde un forte luminoso hasta un asombroso pianissimo en su «Morirò ai tuoi piedi» de este idealista revolucionario de pacotilla. Su compañera Arantza Prats, como Berta, nos emociona hasta las lágrimas con su expresión de soledad en el aria «Mi portarono fin qui d’Alghero». Posee un sentido innato de la frase musical que escande siempre con tanta claridad como libertad, pero también consigue estremecer nuestros sentimientos por la autenticidad de su vivencia sobre el escenario. Como Marquesa de Thiviers, María Guirado muestra una contagiosa alegría de vivir en este personaje tan caricaturesco que resulta, al final, una penosa ficción. Su voz es muy bella y su canto siempre musical. Como João, el trompetista mozambiqueño ciego, Lluís Arratia nos depara una voz bien proyectada y un timbre rico y sonoro. Su actuación teatral ganaría con un poco más de libertad corporal. En este aspecto, la dirección escénica de Susana Egea ha sido fantástica, consiguiendo que todos estos jóvenes se expresen con todo su cuerpo, mucho más allá de la voz, la cual es, obviamente, una condición esencial cuando se empieza en esta profesión. Egea consigue atrapar al público con movimientos sugerentes, sofisticados o primitivos, pero siempre llenos de significado. No es casualidad que se haya interesado por los métodos otrora revolucionarios de Stanislavski y Meyerhold y publicado un libro sobre su trabajo en la ópera. Destaca también el encantador papel de Laurinha, interpretada por Uxía Martínez, una muda que sólo se expresa mediante su clarinete entre las habladurías y maledicencias de los demás personajes. Clara Renom (Virginia), Helena Tajadura (Urraca), Iago García (David), Enrique Padilla (Aaron), Marc Majó (Mr. Clyde) y Cecilia Ortiz (Una donna) completan un reparto absolutamente irreprochable. La orquesta, impecablemente dirigida por Ernesto Martínez-Izquierdo, toca con delicadeza, brillantez y acierto. La única pega fue la especie de piano electrónico del “far west” que tuvieron que adoptar por falta de espacio en el foso. El Teatro de Sarrià, una tan encantadora como precaria cajita de música de principios del siglo XX, es una de las pocas salas de Barcelona con foso de orquesta. Lo paradójico es que una Escuela Superior creada hacia el año 2000 no disponga de una sala adaptada a la ópera en sus tan recientes instalaciones diseñadas por un arquitecto de renombre. Crítica: «Babel 46» Barcelona
Barcelona (Teatro de Sarria), 23 de enero de 2024. “Bottega d’òpera” de la Escola Superior de Mùsica de Catalunya (ESMUC). En colaboración con la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC)
Versión orquestada para 12 instrumentistas por Albert Guinovart. Ernest Martínez Izquierdo, dirección musical. Susana Egea, dirección escénica.
Berta: Arantza Prats, Elías Gallego, Lluís Arratia, Clara Renom, Helena Tajadura, Iago García, Enrique Padilla, Maria Guirado, Marc Majó, Uxía Martínez, María Cecilia Ortiz.