Crítica de Carmina Burana y Catulli Carmina de Carl Orff. Buenos Aires

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Un auditorio colmado ovacionó de pié esta producción de Carmina Burana y Catulli Carmina de Carl Orff con la que la compañía Ensamble Lírico Orquestal inició su temporada 2013 en Buenos Aires.
Tras el suceso de Carmina Burana, estrenada en 1937, el autor buscó crear una pieza complementaria que pudiera completar un programa y para ello volvió sobre sus trabajos de 1930 y 1932 basados en los poemas de Catulo. Así, en 1941, aparece Catulli Carmina, una obra que fue imaginada como una cantata con acción dramática coreografiada.
Desde lo musical, pareciera que Orff optara por una estética más ascética que su complemento, recurriendo, salvo en el Praeludio y el Exodium a Coros y a dos solistas que cantan a capella, interpretando los textos del poeta latino con una partitura rica rítmicamente y de profusas texturas.
El tenor Sebastián Russo hizo gala en esta obra de una voz dramática de bello timbre y que corre con soltura. Su interpretación se mostró comprometida y matizada, dándole profunda significación al texto de Catulo.
La soprano Cecilia Layseca en el rol de Lesbia, tuvo un interesante desempeño, dejándonos una gratísima impresión en su escena del 2° Acto.
La versión que vimos en esta ocasión, como sucede en la mayoría de las interpretaciones de este título, no incluyó la acción coreográfica lo que redujo su impacto, indudablemente. Si bien la compañía había anunciado inicialmente una puesta completa, dificultades de última hora con la administración de la sala, obligaron a modificar el criterio presentando una versión semi-escenificada.

Abundar en las virtudes de Carmina Burana resultaría redundante. Es, sin duda, una de las grandes obras del siglo XX y ha logrado un nivel de popularidad que raramente se adquiere en la música clásica de nuestro tiempo.

La versión que vimos en escena resultó de muy buena calidad tanto en lo musical como desde lo visual. Los movimientos escénicos del coro crearon cuadros de gran riqueza plástica sin generar distractores y enmarcaron la presencia de los solistas con acierto, en esto colaboró sin dudas el interesante y engamado vestuario diseñado por Mariela Daga y la eficiente iluminación de Ernesto Bechara.
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La escenografia se redujo a su mínima expresión, recurriendo a practicables que centralizaron la atención a través de la altura y a una sutil rueda de diseño abstracto que pendió sobre los intérpretes a lo largo de toda la cantata. Tal vez un fondo neutro hubiera brindado un marco más interesante que la vista del fondo de escenario.
El barítono Sebastián Angulegui se mostró eficiente en sus partes, aunque por momentos un poco exigido en las notas agudas lo que, sin embargo, no deslució en lo más mínimo su rendimiento general.
El contratenor Damián Ramirez interpretó con gracia e intención su parte.
Cecilia Layseca mostró su bello timbre lírico y nos dejó una versión de In trutina para recordar.
El Coro Ensamble Adultos afrontó su parte, de innegable importancia en ambas obras, con precisión y sonó homogéneo, con buen empaste y de matizado y expresivo sonido, a lo que debemos sumar su ductilidad a la hora del movimiento escénico que resultó siempre natural y muy aceitado y lo mismo puede decirse del Coro de Niños.
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El Ensamble de Percusión del Conservatorio Alberto Ginastera de Morón y los Mtros. Damián Roger y Andrea García en los pianos, bajo la conducción del Mtro. Gustavo Codina, estuvieron a la altura del desafío y respondieron gratamente a las exigencias de las arduas partituras. Tal vez un control de cierta tendencia a los fortes en algunos pasajes pudiera dar mayor lucimiento al trabajo de conjunto, pero esto es sólo un detalle.
Para deleite del público tras los fervorosos aplausos finales, se brindó un bis de «O Fortuna».
Para lo que resta del año están programadas también «Un giorno di Regno» de Verdi y la 9° Sinfonía de Beethoven, y esperamos que los resultados confirmen este suceso inicial.
por el Prof. Christian Lauria