Crítica de Circe en el Teatro de la Zarzuela

Crítica de Circe en el Teatro de la Zarzuela Por María Pardo

Para los que amamos la música, siempre es emocionante saber que vas a asistir a la representación de una obra fuera del repertorio habitual, más aún cuando se trata de una ópera española. En este caso, Circe, con música del gran Ruperto Chapí y libreto de Ramos Carrión, y basada en El mayor encanto, amor de Calderón, es el título que nos ocupa.

El musicólogo Emilio Casares explica en el artículo que incluye el programa publicado para esta producción que “Chapí concibe Circe para inaugurar este magno proyecto” (hace referencia a la inauguración del Gran Teatro Lírico de Madrid en el año 1902 y que desapareció en 1920 a causa de un incendio) “con una clara intención: mostrar las capacidades del escenario, hecho importante para entender la obra; pero también como carta de presentación y parte de un nuevo sueño lírico”. Ante semejante declaración, uno ya adivina que, al ser una representación en versión concierto, va a diluirse gran parte de la esencia con la que fue planeada esta joya. Ante esta premisa, me pregunto: ¿hasta qué punto merece la pena el esfuerzo humano y económico de recuperar una obra si esta va a ser rescatada solo a medias? Desde mi punto de vista, como usuaria que consume y disfruta la música, puedo entender que la reacción de los programadores al terminar esta representación sea la de guardar esta obra en los archivos otros 120 años, dado que no ha impactado en la opinión popular como para seguir sacándole rentabilidad.

La soprano Saioa Hernández (Circe) Crítica de Circe en el Teatro de la Zarzuela

Sin embargo, Circe es una obra impresionante, llena de momentos musicales sobresalientes que pueden cautivar hasta al menos entendido en la materia, y que imaginándolos con la escena que debiera acompañarlos, nos llevarían al deleite más rotundo. Una lástima, pues, que nos hayan mostrado solo la mitad de la ópera, con el consiguiente riesgo de que no termine de salir de su olvido.

La historia de Circe es una recreación de los textos griegos que cuentan que la hechicera, cuando vara la nave de Ulises en la isla de Eea, convierte a toda su tripulación en animales a través de la bebida que les ofrece salvo a Arsidas, que desconfía y no bebe de la copa logrando huir. Circe queda prendada de Ulises y le secuestra, pero el héroe es protegido por la diosa Juno que le anuncia: “Si el Amor con su encanto no te rinde, de todos los hechizos triunfarás”. Circe descubre que no tiene poder sobre él, pero le va tentando con artes de seducción, bacanales y cacerías. Arsidas le llama de vuelta a la razón y la aparición de la sombra de Aquiles en su sueño le devuelve a su ser y finalmente resuelve volver a la nave con sus soldados y abandonar la isla y a Circe. La hechicera, cuando descubre el abandono, le conjura, le maldice, le bendice, invoca a Plutón y se inmola.

Guillermo García Calvo ejecutó la partitura con gran solidez y control, tanto sobre una orquesta crecida en número y que fue tratada como si de un personaje más se tratara, con identidad y protagonismo propios, como sobre el coro situado al fondo de un escenario que hubo que ampliar para acoger a todos los ejecutantes (con el consiguiente coste acústico para todos los involucrados), y los cantantes solistas, a los que proporcionó momentos de expresividad orgánica y apasionada. Supo también recrear con pericia aquellos momentos descriptivos de los que la obra está sembrada, creando atmósferas evocadoras. La ópera se desarrolla sin cortes entre los números; es un continuo de acciones sonoras que hilan la trama a la manera de las corrientes wagneriana y verista. Y es evidente también a lo largo de toda la partitura la influencia de la nueva escuela francesa que ha generado la Opéra Lyrique, donde Chapí tiene numerosos amigos, desde Gounod hasta Massenet y, sobre todo, a Saint-Saëns, como recuerda el maestro Casares.

El tenor Alejandro Roy (Ulises)  Crítica de Circe en el Teatro de la Zarzuela

El personaje de Circe, interpretado con determinación e inteligencia vocal por la soprano Saioa Hernández, fue la protagonista absoluta de la obra. La madrileña supo estar a la altura del reto intelectual y vocal que supone la arquitectura de este rol de considerables dimensiones, al cual la escena habría añadido aún más complejidad. Su dicción, el fiato y la línea de canto se mantuvo tan natural que daba la sensación de que así tenía que ser interpretado. Logró formar parte de las atmósferas creadas, sobre todo en el dúo del final del primer acto. Impresionante la Meditación del segundo acto “Sembrad, sembrad de flores mi camino”. Decisiva su destreza dramática en el final de la ópera “¡Ulises! ¡Ulises! ¡Ni el eco me contesta!” en el que comienza un terrible conjuro contra Ulises que va cediendo poco a poco al amor que siente por él. Aunque fuera evidente la influencia de su maestra Montserrat Caballé en sus fraseos, no concedió pianos a la dinámica de sus frases.

También pudimos disfrutar de un Ulises dramático y a la altura artística de su partenaire, ejecutado por el tenor Alejandro Roy. Preciso, heroico y gallardo en su emisión, siendo cómplice de las intenciones musicales de todo el engranaje. Destacables especialmente los dúos con Circe al final del primer acto y en sus vacilaciones y huida del tercer acto. Falto de matices en algunos momentos, quizás por lo difícil de su línea melódica.

El bajo Rubén Amoretti presentó un Arsidas sobrio y correcto con suficiente autoridad para guiar a los griegos, plantar cara a Ulises y hacerlo reaccionar. Al contrario que sus colegas, sí que incluyó algunos matices que incluían pianos y mezzopianos.

La Voz de Juno la escribió Chapí para una tiple central que bien podría ser una mezzosoprano dramática y La sombra de Aquiles para una contralto grave. En esta producción, ambos papeles han sido llevados a cabo por la mezzosoprano bielorrusa Marina Pinchuk. Dos intervenciones cortas y difíciles por su registro, pero no por ello menos importantes en la trama de esta obra. Los llevó a cabo con diligencia, destacando el cambio de color vocal y dramático que sirvieron de contraste entre ambos personajes. Con dulzura en el fraseo de la diosa Juno y más desafiante en el de La sombra de Aquiles.

Vista de los solistas, el director musical, Guillermo Gª Calvo, la ORCAM y el Coro titular del Teatro de la Zarzuela

Las sirenas fueron interpretadas por Milagros Poblador, Elena Salvatierra y Patricia Illera, no siempre bien empastadas. Quizás la primera voz requería de una soprano más etérea y de emisión más limpia, acorde con las otras dos sirenas.

Las ninfas Paula Alonso, Elena Miró, Miriam Valado y Alicia Martínez resultaron exquisitas, sobre todo en la escena IV del segundo acto, que como informa el señor Casares, está basado en una tonadilla del siglo XVIII, y que nos dejó embelesados a los allí presentes. Fue uno de los momentos álgidos de la representación.

Las voces son interpretadas por Ricardo Rubio, Alberto Camón, Daniel Huerta, Rodrigo Álvarez, Mario Villoria, Antonio González y Graciela Moncloa. A destacar el sonido limpio, preciso y bien proyectado de Ricardo Rubio.

El coro, como siempre, dirigido con diligencia por Antonio Fauró. La distancia a la que estaba situado del público –tenía la orquesta delante y prácticamente a la misma altura–, y el hecho de que tuvieran que llevar puestas las mascarillas, hicieron que sus intervenciones quedaran literalmente amordazadas. A los griegos les faltó el carácter bélico en sus voces cuando llaman a la guerra. Demasiado apagados para lo que podía esperarse de hombres dispuestos a la lucha. Aun así no les faltaron momentos excelsos como el Himno del final del segundo acto, otro de los momentos destacables de la ópera.

No me gustaría terminar sin una última reflexión sobre la situación de la lírica española en nuestros teatros, situación que, por cierto, ya preocupaba profundamente a Chapí hace 120 años: su Circe es fruto de la reacción al intento de programar una ópera extranjera, Don Giovanni, para celebrar la mayoría de edad y coronación de Alfonso XIII y al hecho de que en el Teatro Real hubiera desaparecido la ley que obligaba a representar al menos un título español al año. Pareciera que, al igual que Circe secuestra a Ulises, un siglo después la música española también se mantiene en este estado de secuestro por un sistema que dificulta cualquier intento de uso de partituras de autores españoles históricos, las cuales siguen durmiendo el sueño de los justos en los cajones de la SGAE, ante la pasividad del INAEM. ¿Y quién fundó la SGAE? Por ironías del destino fue fundada, entre otros, por el propio Ruperto Chapí.


Teatro de la Zarzuela de Madrid. Función del 12 de septiembre de 2021. Circe, música de Ruperto Chapí y libreto en español de Miguel Ramos Carrión. Guillermo García Calvo, director musical. Saioa Hernández (Circe), Alejandro Roy (Ulises), Rubén Amoretti (Arsidas), Marina Pinchuk (La voz de Juno/La sombra de Aquiles), Paula Alonso, Elena Miró, Miriam Valado y Alicia Martínez (Ninfas), Milagros Poblador, Elena Salvatierra y Patricia Illera (Sirenas), Ricardo Rubio, Alberto Camón, Daniel Huerta, Rodrigo Álvarez, Mario Villoria, Antonio González y Graciela Moncloa (Voces), Orquesta de la Comunidad de Madrid, Titular del Teatro de la Zarzuela y Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Antonio Fauró, director del coro. Crítica de Circe en el Teatro de la Zarzuela