Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 25 Abril 2013.
El Liceu ha decidido ofrecer una vez más el Anillo del Nibelungo, que se desarrollará a lo largo de los próximos años, como ya ocurriera en la última ocasión en que se ofreció esta magna obra. El arranque no ha estado a la altura esperada, con una producción escénica de las llamadas conceptuales, una versión musical poco brillante y una prestación vocal modesta, en general, aunque hay que decir que la representación que nos ocupa corresponde al que podemos llamar segundo reparto, si bien el precio de las localidades es el mismo para los dos casts programados.
La producción de Robert Carsen procede de Colonia, donde se estrenó en el año 2000. Reconozco que tengo una admiración especial por los trabajos de Carsen, a quien considero uno de los más grandes directores de escena actuales. Sus trabajos pueden ser más o menos rompedores, pero siempre son respetuosos con libreto y música. En esta ocasión el canadiense va por caminos ecológicos, que, seguramente, tendrán mayor profundidad y protagonismo en las siguientes óperas. Ya desde el preludio podemos ver en escena una serie de figurantes paseando por la orilla de un supuesto Rhin, echando lo que les sobra al río, de modo que la aparición de las Hijas del Rhin tiene lugar en un estercolero, que es en lo que se ha convertido el río por obra del hombre. Los dioses no son sino la corte de un dictador militar, cuya grandilocuencia y ansia de poder le llevará a su destrucción final. La idea tiene su fundamento profundo, aunque algunos echen en falta lanzas, armaduras y cuernos.
La escenografía y el vestuario se deben a Patrick Kinmonth y es bastante simple. La escena del Rhin ofrece un escenario desnudo con abundancia de desechos, mientras que en la segunda escena vemos numerosos elementos de construcción. En la escena del Nibelheim el escenario está desnudo, apenas rellenado por la presencia de los esclavos de Alberich y algunas cajas, en las que se supone que está el oro. En la última escena volvemos a los dioses, desapareciendo al final los elementos de construcción, para abrirse el fondo y mostrar un atractivo panorama de nieve. El vestuario, como decía antes, es actual y adecuado para la idea de Carsen. Buena la iluminación de Manfred Voss, el iluminador habitual en las producciones del canadiense.
Como es habitual en los trabajos de Robert Carsen, la dirección de actores está muy bien cuidada, así como el movimiento de masas, mejor en la pléyade de operarios que acompañan a los gigantes que en los esclavos de Alberich. Hay momentos en los que las cosas no funcionan como cabía esperar. Si la aparición del oro en el vertedero de la primera escena resulta poco convincente, mucho menos lo son las transformaciones de Alberich con su yelmo. Este momento, que pone a prueba muchas veces la imaginación de un regista, aquí resulta todo menos imaginativo, ya que Alberich nunca desaparece de la vista del espectador, que es quien tiene que poner a funcionar su imaginación.
Habrá que ver cómo se desarrolla la idea ecológica en las siguientes entregas del Anillo del Nibelungo, pero mi valoración global de este prólogo es algo decepcionante, teniendo en cuenta las grandes expectativas que yo siempre tengo ante los trabajos de Robert Carsen.
Aparecía en el foso del Liceu Josep Pons por primera vez desde su nombramiento como director musical del teatro. Su lectura me ha resultado un tanto irregular, plana y anodina en unos momentos y más entonada en otros. La dirección en la escena del Rhin me resultó muy rutinaria. Cuando en otros momentos la lectura de Pons parecía tomar vida, nuevamente volvía a perder chispa. Creo que va a tener que profundizar mucho para que recordemos su dirección de esta tetralogía wagneriana. La Orquesta del Liceu tiene también un largo camino que recorrer para estar a la altura de la partitura de Wagner. Es un poco pronto todavía para juzgar la labor de Josep Pons, pero esperaba más de él.
Como decía más arriba, el reparto vocal no era el titular, aunque no podemos hablar de un segundo reparto, puesto que el Liceu no ha establecido diferencias de precios entre ambos.
Jason Howard canceló su actuación como Wotan, siendo sustituido por el americano Alan Held. No pueden ponerse pegas a esta sustitución, ya que Alan Held es un cantante de prestigio y canta habitualmente en los grandes teatros de ópera del mundo. Su Wotan es creíble y tiene poderío suficiente, aunque le faltan matices en su interpretación. Esto no es tan grave en Das Rheingold, pero sí puede ser un serio hándicap en Walküre o Siegfried.
Oleg Bryjak es un experto en el personaje de Alberich y su actuación fue plenamente convincente. Voz amplia en el centro, bien timbrada y manejada, siendo su mayor problema que está apretado en la zona de arriba. En cualquier caso, es un notable Alberich.
Francisco Vas lleva años demostrando que es un comprimario de auténtico lujo, el gran heredero de José Ruiz. Aquí el Liceu le ha dado la oportunidad de hacer frente a un nuevo reto, al asumir la interpretación de Loge y lo ha hecho de manera muy convincente. Su actuación escénica fue muy buena y su expresividad e intención en el canto fueron modélicas. La voz puede resultar un tanto ligera para el personaje, pero tiene la gran virtud de que está muy bien emitida y corre por el teatro sin problemas. Puede estar plenamente satisfecho con el resultado.
La mezzo soprano sueca Katarina Karneus fue una Fricka correcta y un tanto modesta vocalmente. A la voz le falta amplitud y queda un tanto corta en su resultado global.
Los Gigantes cumplieron bien, aunque están lejos de ser imponentes vocalmente. Friedemann Röhling estuvo bien en la parte de Fasolt, mientras que Bjarni Thor Kristinsson pasó sin pena ni gloria por la parte de Fafner.
Nadine Weismann estuvo bien en la corta, pero difícil, intervención, como Erda. No recuerdo que ninguna intérprete de Freia me haya llamado la atención, con la única excepción de una casi desconocida Sondra Radvanovsky hace casi 15 años. Sonja Gornik cumplió con su cometido.
El veterano Ralf Lukas fue un experto intérprete de Donner, dando signos de decadencia vocal. Willem Van Der Heyden no pasó de la corrección como Froh. El ruso Mikhail Vekua me produjo una favorable impresión en la parte de Mime. Habrá que esperar a Siegfried para confirmar la impresión.
Las Hijas del Rhin resultaron excesivamente modestas vocalmente. Eva Oltivanyi sustituyó a Lisette Bolle como Woglinde y mostró una voz reducida y tirante. Maria Hinojosa fue una Wellgunde de voz agradable, pero escasa. Finalmente, Inés Moraleda era la más adecuada de las tres en la parte de Flosshilde.
El Liceu ofrecía huecos a simple vista, especialmente en el patio de butacas, mientras que en los pisos más altos el aspecto era mucho mejor. La ocupación global no pasaría del 80 % del aforo. El público ofreció una acogida cálida y no entusiasta a los artistas, aunque se pudieron escuchar algunos aislados abucheos para algunos de ellos. Los mayores aplausos fueron para Oleg Bryjak y Francisco Vas.
En este teatro se es habitualmente muy cuidadoso con el tema de la puntualidad. En esta ocasión la representación comenzó con 4 minutos de retraso, lo que me parece muy razonable, teniendo en cuenta que no hay ningún intermedio en esta ópera. La duración fue de 2 horas y 32 minutos. Los aplausos finales, excesivamente arrastrados, se prolongaron durante casi 6 minutos.
El precio de la localidad más cara (primer piso) era de 232 euros, mientras que la butaca de platea costaba 172 euros. En los pisos superiores había localidades entre 96 y 137 euros. En el último piso la entrada costaba 68 euros, habiendo localidades con visibilidad reducida o nula por 35 y 13 euros, respectivamente.
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José M. Irurzun