Crítica de «DIE ZAUBERFLÖTE» (W. A. MOZART)

DIE ZAUBERFLÖTE (W. A. MOZART)

 

Auditorio Kursaal de San Sebastián. 13 Agosto 2012.

 

La Quincena Musical Donostiarra celebra este año su 73ª edición, siendo por derecho

propio el decano de los festivales españoles de música en verano. La oferta operística de

la Quincena lleva varios años ofreciendo espectáculos de no mucho interés, lo que se ha

agudizado en las dos últimas ediciones, particularmente en la presente, en la que no hay

otro título programado que La Flauta Mágica que nos ocupa. El resultado final ha

consistido en un triunfo popular, que estoy muy lejos de compartir. No hay más remedio

que analizar de quién es el triunfo y mi conclusión es que no se debe a los cantantes –

deficientes e inadecuados en algunos casos – ni tampoco a la producción – de muy poco

interés –ni siquiera a la música de Mozart – muy mal servida -. Así que mi concusión es

que el triunfo hay que atribuírselo a Emanuel Schikaneder, el libretista y primer

intérprete de Papageno en la historia de esta ópera. Indudablemente, es con el libreto

con lo que el público ha disfrutado, un público que en un alto porcentaje seguramente

asistía una representación de esta ópera por primera vez y estaba dispuesto a agradecer

y a disfrutar con todo lo que se le ofrecía.

 

Como ya ocurriera el año pasado, la Quincena ha unido fuerzas con el Festival de

Verano de San Lorenzo de El Escorial, donde se estrenó esta producción hace unas

semanas. El responsable del trabajo escénico era el madrileño Alfonso Romero, cuyo

trabajo no me ha resultado en absoluto convincente.

 

En La Flauta Mágica tan válida es la concepción escénica que ofrece la ópera como lo

que realmente es, es decir un cuento, sin mayores ambiciones, como lo es centrarse en

los aspectos iniciáticos y masónicos, dándole una solemnidad y seriedad, no siempre

muy bien lograda. La producción que nos ocupa no está en ninguno de los casos

anteriores. Se trata más bien de una yuxtaposición de escenas, sin un hilo conductor, y

en las que el regista hace lo que se le ocurre, moviéndose entre la aparente seriedad y la

bufonería. La escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda es muy simple y de bajo coste,

que no consiste sino en un gran disco al fondo, que se abre en algunas ocasiones,

mientras que la escena propiamente dicha está basada en elementos de atrezzo. El

vestuario de Gabriela Salaverri no ofrece interés, como tampoco la iluminación de

Rafael Mojas.

 

No hay una idea clara, un hilo conductor en la producción y eso hace que el espectáculo

resulte muy irregular. La producción arranca en una especie de hospital de guerra, en la

que hay un único herido con su enfermera, y ahí aparece Tamino, como un paracaidista.

Ese hospital reaparece de vez en cuando, aunque no se sepa por qué. La dirección

escénica pretende tirar por caminos bufos a base de movimientos grotescos del coro, de

las Damas, de los Genios y de los Sacerdotes y Hombres Armados. El personaje de

Sarastro resulta bastante absurdo, las pruebas del fuego y del agua son tan ramplonas

como poco convincentes y Papagena está tan mal caracterizada como supuesta anciana

como después resulta atractiva como la jovencita de 18 años. En resumen, una

producción pobre y de escaso interés.

 

Como decía más arriba, la música de Mozart ha estado bastante mal servida por la

batuta de Jaime Martín. Es un error clamoroso poner a dirigir una ópera de Mozart a

un maestro que prácticamente hace su debut en estas lides. Dirigir bien Mozart es tan

difícil como cantar bien sus arias. La elección de Jaime Martín es un error, que puede

deberse a la inexperiencia de quien lo decide o a otros intereses ocultos. Los tiempos

fueron erráticos en muchas ocasiones, dentro de una dirección lenta, pesante y aburrida,

el balance orquestal fue muy defectuoso, con una cuerda desaparecida en combate,

amén de innumerables desajustes entre foso y orquesta. En estas condiciones Mozart

parece un compositor ramplón y no uno de los más grandes de la historia de la música.

La Orquesta Sinfónica de Euskadi no tuvo su mejor día a sus órdenes. En cuanto al

Coro Easo, su actuación tuvo bastantes desajustes, particularmente poco conjuntado en

el final del primer acto, mejorando en la segunda parte. Buenas voces no garantizan que

sea un buen coro.

 

El reparto vocal ofrecía de todo, desde lo notable a lo muy poco adecuado.

El tenor americano Kenneth Tarver fue un Tamino correcto y de voz agradable,

aunque de tamaño bastante reducido. No creo que Tamino sea un papel muy adecuado

para él, ya que se trata de un tenorino que frecuenta la música barroca y algunos títulos

de Rossini, pero se queda corto para Tamino. Este príncipe no requiere un tenor

heroico, pero algo más de peso vocal que el ofrecido por el americano es bien recibido.

 

La soprano cordobesa Auxiliadora Toledano fue lo mejor del reparto en la parte de

Pamina. Tiene un timbre muy atractivo, canta con gusto, dando sentido a las frases y

modulando francamente bien. Además, le acompaña la figura. Todo lo hizo bien, auque

esperaba más de ella en el aria del segundo acto Ach, ich fuhl’s.

 

El bajo ruso Dmitri Ivaschenko fue un más que apreciable Sarastro. Este joven

cantante se está convirtiendo en uno de los bajos más buscados por los teatros en la

actualidad, de lo que organizaciones como AGAO en Pamplona y AMAK en Bilbao

pueden sentirse orgullosas, ya que casi debutó con ellos, cuando era un desconocido. La

voz es amplia y pastosa, algo blanquecina por arriba, y canta con empaque. No abundan

los Sarastros como él hoy en día. Fue una pena que a su interpretación de In diesen

heil’gen hallen le faltó solemnidad, al interpretarse con tiempos muy poco adecuados.

El barítono Leigh Melrose fue un buen Papageno en términos escénicos, pero de muy

poco interés vocal. La voz es blanquecina y de tamaño bastante reducido.

 

La soprano americana Jeannette Vecchione fue una Reina de la Noche muy poco

adecuada a las exigencias del personaje. No tiene centro ni graves, con un volumen

vocal sumamente reducido, rayando en lo inaudible. Sus notas altas son un tanto agrias

y al borde del grito. No le veo más atractivo que su figura (por cierto, poco adecuada al

personaje), su musicalidad y su facilidad en agilidades. Lo que lo italianos llaman una

vocina, que es lo más parecido a una simple muestra de una voz.

 

Francisco Vas fue un Monostatos de plena garantía, como siempre. La producción no

le ayudaba nada, resultado más ridículo de lo que es normalmente es este personaje.

Marifé Nogales fue un Papagena más convincente en escena – muy atractiva – que

vocalmente. Habría hecho bien en controlar un tanto su voz en el dúo con Papageno.

Las Tres Damas dejaron bastante que desear. Vanesa Goikoetxea tiene un timbre

percutante, que es necesario controlar, cuando se canta en grupo, mientras que Alina

Furman y Nathalia Lunar mostraron poco brillo vocal. El alemán de las damas era

muy deficiente.

 

Jose Manuel Díaz fue un sorprendente Orador, notablemente mejor que en otras

ocasiones, cumpliendo bien como Sacerdote y Hombre Armado. El tenor Gerardo

López (Sacerdote y Hombre Armado) ofreció una voz de muy escasa calidad, y poco

controlada.

 

Los Genios fueron cubiertos por la Escolanía Easo y lo hicieron mejor de lo que cabía

esperar. De no contar con unos niños de plena garantía, como los Tölzer Knabenchor, lo

mejor es recurrir a unas sopranos. En este caso la cosa ha funcionado bien, de lo que me

alegro.

 

El Kursaal ofrecía un lleno total, con presencia de niños entre los espectadores. El

público se mostró muy agradecido desde el principio de la representación y hubo

aplausos a escena abierta casi de manera continua. Se aplaudió lo que nunca

anteriormente había visto aplaudir. Al final, la recepción fue casi triunfal, con bravos

especialmente para Pamina, Papageno, Sarastro, Papagena y los Tres Genios.

 

La representación comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración total de 3

horas y 17 minutos, incluyendo un intermedio de 28 minutos. La duración puramente

musical fue de 2 horas y 42 minutos., no lejos de la versión de Nikolaus Harnoncourt

este año en Salzburgo, una de las más lentas que se recuerdan, aunque las

comparaciones sean particularmente odiosas en este caso. Los intensos aplausos finales

se prolongaron durante casi 9 minutos.

 

El precio de la mejor localidad era de 85 euros, habiendo también butacas con precios

entre 43 y 68 euros, dependiendo de altura y localización. La entrada mas barata costaba

10 euros.

 

Terminaré con un comentario entre agradecido y jocoso. Tengo que agradecer el hecho

de que mis críticas no tengan que ser recortadas, a diferencia de lo que muchas veces

ocurre con la prensa escrita, en la que el corto, copio y pego está a la orden del día. Lo

digo, porque he leído una crítica local sobre la primera representación de esta Flauta

Mágica y en la crítica se decía que no se podía juzgar la labor del maestro, porque el

crítico no había conseguido verle físicamente. Supongo que esto es consecuencia del

cortar y pegar, ya que me resulta inconcebible este comentario por parte de un crítico.

¿Hace falta ver al director para juzgar su labor? ¿Qué hacemos con Bayreuth, donde no

se ve el foso? ¿Y con las grabaciones en CD? Señor, señor…

José M. Irurzun