Crítica Entre Sevilla y Triana Por Germán García Tomás
Dice Pepa, una mujer en un dúo cómico a ritmo de foxtrot, que no se “quié casar” y que, por extensión, “la mujer moderna tiene que vivir” y “vive pa reír”. Nos referimos a lo que nos presentan los libretistas Francisco Ramos de Castro y Anselmo Cuadrado Carreño en el sainete lírico madrileño con música de Francisco Alonso Me llaman la presumida, que vio su estreno en 1935, revisión moderna y más desarrollada del modelo de sainete lírico en un acto diseñado a finales del XIX por autores insignia como Chapí, Chueca o Bretón. Ese prototipo de mujer libre, independiente y desinhibida, la que gozaba de pleno derecho al sufragio en la convulsa II República Española que desembocaría al año siguiente en una lucha encarnizada entre compatriotas, nos aparece en el mencionado título de ambientación urbana. Crítica Entre Sevilla y Triana
Quince años más tarde, en la dura posguerra, Pablo Sorozábal, que había hecho lo propio en 1934 con La del manojo de rosas planteando una historia amorosa con el trasfondo de la lucha de clases y con la “Plaza Del Que Venga” aludiendo precisamente a lo que estaba por venir, se apoya en un libreto de un par de “luises”: el chispeante letrista hispalense Luis Fernández de Sevilla y Luis Tejedor, en un nuevo sainete de escenario andaluz con una acción coetánea a su estreno en el Teatro Circo Price de Madrid en 1950. En esta zarzuela grande, en lenta agonía como género, el personaje de Micaela dice que “las mocitas de estos tiempos tanto se han modernizado / que no hay una que conserve / ni memoria del pasado”. Y es que en un número cómico a ritmo de farruca hace la radiografía social esta Micaela, muchacha sevillana en las antípodas de la ideada por Merimée y Bizet, y prima lejana de aquella Clarita, ayudante de la florista Ascensión, que también baila la farruca, una mujer empoderada ya por aquel segundo bienio y que, muy a pesar de su novio Capó, hacía más que dudosas sesiones de espiritismo, más bien reuniones un tanto liberales. Según intuimos por lo que estos libretistas ponen en boca de sus personajes, poco debía de diferenciarse aquella mujer moderna de los años treinta (Clarita, Pepa) con esta otra generación de féminas jóvenes que en plena dictadura “fuman cigarrillos rubios” y “beben más que su papá”. Crítica Entre Sevilla y Triana
Pero aquella mujer que no se quería casar por querer ser libre en la República ahora en el franquismo era esta madre soltera que había decidido hacerse cargo de su hijo pese a todas las habladurías de los vecinos del barrio con respecto a quién podía ser el verdadero padre. Reyes es una de esas madres coraje, enamorada y de cariño sincero y sin dobleces, que no se avergüenza ni lo más mínimo haber tenido un niño con el marino que nunca llega a puerto (“si fue por mi gusto / pues, peor para mí”), casi como ese teniente de marina que abandona a la geisha adolescente que se hace llamar Butterfly, o aquel Paco de La vida breve al que la Abuela y Tío Sarvaor llaman Judas cuando la gitana Salud cae muerta delante de toda la familia del señorito. Dos hombres que a la primera de cambio abrazan a otra de su clase y condición. También Fernando, otro marino, hace lo mismo nada más llegar a puerto, colgándose del brazo de la rumbosa Esperanza Moreno. Ay, una pariente de la Beltrana, en ese amplio catálogo de tonadilleras en nuestra lírica. Pero, por encima de todo, “¿qué importa que no lleve / del padre el apellido? / Si yo casi me alegro / porque así es más mío”. Firme voluntad y determinación de seguir adelante en un final de acto y de obra que nos revela las claras intenciones de la protagonista, las de encarar en solitario su deber de madre. Crítica Entre Sevilla y Triana
Como vemos, Entre Sevilla y Triana, el título que ha recuperado por fin el Teatro de la Zarzuela, es una auténtica crónica social de su época, y su emocionante historia y galería de personajes creíbles y perfectamente definidos son un acicate más para seguir desempolvando sin descanso títulos olvidados de nuestra lírica, y más si cabe en el caso del ilustre compositor donostiarra, pues de Sorozábal aún están esperando su oportunidad una larga pléyade de obras aparentemente “menores” de su desbordante creatividad e ingenio musical como La isla de las perlas, Cuidado con la pintura o La ópera del mogollón, sin hablar de otras de mayor fama que igualmente ansían ser debidamente representadas, como Don Manolito, Los burladores o La eterna canción.
Una gran parte del mérito de este rescate se debe a la puesta en escena firmada por Curro Carreres, con diez años de vida a sus espaldas y que está coproducido con Bilbao, Sevilla, Oviedo y Madrid. Sobresale por encima de todo la hermosa escenografía diseñada con realismo por Ricardo Sánchez Cuerda, con las emblemáticas Giralda y Torre del Oro sobreimpresionadas en una fachada de estética típicamente sevillana, que abre sus costuras en el cuadro segundo del primer acto para hacer atracar el barco de Fernando y Míster Olden, recreándose una bonita y luminosa estampa andaluza de auténtica postal costumbrista con vestuario de Jesús Ruiz. Y es que esa ambientación marinera de los cuadros segundo y cuarto nos remite a La tabernera del puerto, pues en Entre Sevilla y Triana encontramos guiños a obras anteriores del propio Sorozábal. El eficaz juego de luces de Eduardo Bravo contribuye a la creación de ambientes acordes con la acción teatral, que se ve enriquecida por las dos escenas flamencas que se insertan en el acto segundo para amenizar la arraigada fiesta de la Cruz en el huerto del señor Mariano, y en los que asistimos al sensacional despliegue de medios del cuerpo de baile junto al entregado arte del cantaor Jesús Méndez y el guitarrista Abraham Lojo, todo un festival para ojos y oídos. Además, brilla una coreografía propia de musical debida a Antonio Perea para números como la farruca o el dúo cómico “¡Me caso en la mar salada!”.
En la última función a la que asistimos, correspondiente al primer reparto, la protagonista fue no obstante interpretada por la soprano del segundo, Berna Perles, sin aclararse la causa de tal sustitución. La cantante andaluza defiende el papel con holgura, tanto en el plano actoral, al que dota de gran dramatismo, como en el vocal, brindando una emotiva romanza al final del acto primero, “Que sepa todo el mundo”, de tempo ralentizado acorde con la expresión imprimida por la soprano. Si bien su dicción canora no es perfecta, su entrega en el personaje es total, exhibiendo una voz de lírica plena. El Fernando del barítono Ángel Ódena es en escena todo un ejemplo de gallardía y elegancia, señas propias de este cantante, pero en lo vocal comenzó con defectos de afinación y la voz algo descolocada en las notas largas de su entrada “Dios te salve, Sevilla”, bastante comprometida en el registro superior, que fue limando en parte según avanzaba la representación, dándonos muestras de su buen hacer vocal, como en su otra romanza “Una más, una cualquiera”. Crítica Entre Sevilla y Triana
No es esta una zarzuela para el tenor, pero Andeka Gorrotxategi pone empeño al insulso papel de José María (comparte nombre con otro seductor, el de La chulapona de Moreno Torroba). A la célebre romanza “Tú que sabes del cariño” la reviste de más potencia que refinamiento. La función se viene arriba por la actuación del genial Ángel Ruiz como Angelillo, que, como en los casos de Espasa y Ripalda, una vez más vuelve a hacer en este teatro un inolvidable alarde de su genuina vis cómica y cantando con sumo gusto, teniendo como compañera a Anna Gomà, mejor actriz que cantante dando vida a su compañera Micaela, de enorme desparpajo andaluz. Pareja cómica que tanto nos recuerda a aquella de La del manojo de rosas. Gurutze Beitia en la señá Patro, Antonio MM como el señor Mariano y José Luis Martínez en el simpático sueco Míster Olden, que se esfuerza por comprender a los sevillanos, componen sus respectivos roles actorales con gracia y credibilidad y redondean la marcada esfera cómica del texto, que se ha visto favorecida por la perfecta adecuación al dialecto andaluz de todo el elenco, independientemente de sus orígenes. A pesar de no ser una partitura coral, el coro masculino se luce en la preciosa habanera (siempre una de las marcas de la casa de Sorozábal en sus zarzuelas junto a los pasodobles) y el director titular del coliseo, Guillermo García Calvo, logra resaltar la orquestación del maestro vasco, que se ve favorecida en color por la incorporación que él hace al ropaje instrumental de los omnipresentes rasgueos de guitarra, llamativamente no presentes aquí en la romanza de tenor, así como del saxofón, menos sonoro de lo que se hubiera deseado. Números de elevada inspiración melódica que servirían por sí solos para proclamar a Pablo Sorozábal como uno de los mayores compositores de zarzuela, que fueron servidos con dignidad por la formación madrileña, proporcionando así el templo de la lírica española un nuevo y exitoso hito en el ámbito de la recuperación.
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Teatro de la Zarzuela, Madrid, 6 de febrero de 2022. Entre Sevilla y Triana. Sainete lírico en dos actos. Música: Pablo Sorozábal. Libreto: Luis Fernández de Sevilla y Luis Tejedor. Producción del Teatro Arriaga, Teatro de la Maestranza, Teatros del Canal y Teatro Campoamor. Dirección musical: Guillermo García Calvo. Dirección de escena: Curro Carreres. Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Vestuario: Jesús Ruiz. Iluminación: Eduardo Bravo. Coreografía: Antonio Perea. Reparto: Berna Perles (Reyes), Ángel Ódena (Fernando), Andeka Gorrotxategi (José María), Ángel Ruiz (Angelillo), Anna Gomà (Micaela), Gurutze Beitia (señá Patro), Antonio MM (señor Mariano), Lara Chaves (Esperanza Moreno), José Luis Martínez (Míster Olden), Manuel de Andrés (Glosopeda), Rocío Galán (Isidora), Jesús Méndez (cantaor), Abraham Lojo (guitarra). Coro del Teatro de la Zarzuela (director: Antonio Fauró), Orquesta de la Comunidad de Madrid. Crítica Entre Sevilla y Triana Opera World