Crítica de Fausto en Las Palmas: Un mito en la bañera

Crítica de Fausto en Las Palmas: Un mito en la bañera
Escena de Fausto en Las Palmas

Esta versión de Fausto en Las Palmas, tercer título de la 48ª Temporada de Opera de Las Palmas, ha tenido en su primera función una remarcable interpretación musical. Dada la estructura heterogénea y compleja de la obra, el logro de la unidad en la diversidad es un éxito del excelente director Giuseppe Sabatini, que construye los cinco actos desde el exhaustivo control técnico y una sabiduría consumada del carácter y la expresión. Pocas veces cristaliza con tanta claridad el sentido global de una pieza escrita para el teatro a partir de un libreto arbitrariamente armado (como casi todos los que abordan los grandes mitos literarios) y mixturado de concesiones al gusto de una época.  El maestro consigue buenas prestaciones de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y del Coro de la Opera que prepara Olga Santana, muy brillante en las páginas para voces masculinas y cohesionado en las de conjunto, con notable redondeo de las sopranos.

Las voces solistas de este Fausto en Las Palmas lucen a gran altura. Nuestro fiel amigo, el tenor venezolano Aquiles Machado, da al protagonista todo el poder  y la pasión de su estilo con voz bella y siempre joven por el timbre intacto en una fase de desarrollo que añade anchura a la emisión lirica. Su entrega sin reservas a una parte agotadora le hace ganar merecidos bravos. La soprano Norah Amsellem, que debuta en el rol de Margarita, despliega una musicalidad de primer orden, refinada y contenida cuando toca, extensa y segura en las expansiones, emotiva en las escenas de gran patetismo. Desde su primera escena importante, con una deliciosa balada del rey de Thulé y un aria de las joyas virtuosística sin exagerar el subrayado de las coloraturas, acredita un entendimiento y unos medios de gran intérprete. El bajo Rubén Amoretti integra sin el menor decaimiento un Mefistófeles extraordinario por la entidad del caudal sonoro, los inteligentes matices de carácter y el dominio de la vocalitá teatral. El Valentin del barítono Manuel Lanza comienza con dificultades en los graves que abren su única aria, Avant der quitter ces lieux, y agudos calantes, pero se recupera con autoridad en el cuarto acto. Anna Moroz, Rosa Delia Martín y Enrique Sánchez Ramos componen los comprimarios con calidad y profesionalidad.

La producción escénica de este Fausto en Las Palmas, única creada por ACO para esta temporada, es muy desigual. Con prometedores hallazgos simbólicos en la escena inicial, como el péndulo gigante que marca la inexorabilidad del tiempo y el motivo de una bañera «segundo imperio» visualmente afortunada al pie de un gran espejo barroco (alegoría indistinta, a lo largo de la obra, de la decrepitud y la juventud), se desdibuja después en conceptos ininteligibles, facilones o de mal gusto. El grafiti de un corazón sangrante; el efecto de ventriloquía del cura-robot que, en la misa negra, remeda con una espantosa linterna roja en la boca las palabras satánicas de Mefisto; la vulgaridad de la «Noche de Walpurgis»; o una escena de violencia de género sencillamente vomitiva, son, entre otras ocurrencias -como el maquillaje de payaso del diablo- tentativas de humor sardónico que degradan un relato pretendidamente actualizador del mito fáustico. Conviene ser más selectivo con los imaginarios del comic. Algunos videogramas que destacan en la iluminación tenebrista, y el bien concebido movimiento escénico, se frustran en el sinsentido global. Una pena.

G.García-Alcalde