LIBRO DE CARLO GOLDONI
DRAMMA GIOCOSO EN TRES ACTOS
TEATRO ARRIAGA DE BILBAO 16 DE MAYO DE 2013
MAGIA MINIMALISTA
“Magia” y “minimalista” son las dos primeras palabras que salen de mi mente antes de escribir – o de pensar – una sola idea o impresión sobre lo que veo. Luces. Trémulas luciérnagas que se mecen suavemente tras un velo oscuro. Y empieza a sonar Haydn. Sale la omnipresente Luna y los ocho miembros del Coro Rossini inician el torrente de belleza que vendrá a continuación.
Ocho auténticos solistas que suenan como una sola voz aterciopelada y se suman al fabuloso elenco. Su cometido – el de todos – es difícil y arduo. Al principio algún leve desajuste en los ataques y finales de frase se hace notar. Los nervios del estreno, porque luego todo va como la seda. El timbre del coro es homogéneo. El Maestro López Cobos les hace cantar piano a pesar de su reducido número. El resultado: delicada belleza, algo que no consigue arrancar del todo a la Orquesta Sinfónica de Navarra, que tras no articular con buen tino las primeras notas de algunas de las vertiginosas agilidades de la obertura, se crece a medida que la ópera va tomando forma.
En orden de aparición, el Tenor principal, Tiberius Simu, de timbre ligero y emisión fácil y diáfana, canta con un centro elegante y un legato delicioso. Sin embargo, conforme avanza la ópera, y desde la primera aria, el agudo, siempre en piano, se le va atrás, cambia la colocación, el sonido se cierra y el resultado no es bueno. Una lástima, porque su línea de canto es sublime y ductilísima, más que adecuada para su difícil rol de Ecclictico, plagado de notas centrales y graves que solventa sin dificultad.
Manuel de Diego, en el rol de Cecco, empieza nervioso y da la impresión de que necesita “liberare la gola”, algo que logra con creces en sus posteriores intervenciones, que en la segunda parte llegan a su máxima expresión, cobrando protagonismo y desplegando un personaje muy completo y cargado de matices. Un incómodo acierto hacerle cantar entre el público y salir por la puerta trasera del teatro en su primera intervención. Aún no tiene del todo resuelto el ataque directo al agudo.
Manuela Custer empieza fría y parece que le va a costar cambiar de registro. Además, comienza desde muy atrás su aria de presentación, por lo que tardamos un poco más en apreciar la belleza de su timbre. Su depurada técnica le permite ejecutar unos pianísimos no siempre acompañados por la orquesta. Si la primera resolución no es del todo clara, la segunda cadencia es bellísima. No en vano, es la primera que desata los aplausos del público. En la Segunda Parte está sublime.
Maite Beaumont aparece con el estilismo más llamativo de todo el elenco, y su personaje al principio sólo habla. Pero cuando empieza a cantar… De lo mejor de la ópera. Su aria de la Segunda Parte, “La Imperatrice”, es sencillamente magistral. Brava.
Arantza Ezenarro hace gala de una voz central muy bella, como ella, por cierto, y una línea y color excelentes, en una interpretación, por lo demás, muy comedida, acertada y sumamente homogénea en lo vocal de principio a fin. La veremos pronto en las Temporadas de Ópera de Bilbao y Oviedo, estoy convencido.
Silvia Vázquez, más ligera, utiliza el portamento y la misma gestualidad tal vez de manera excesiva, lo que a veces parece enmascarar la afinación de algunas notas de las dificilísimas coloraturas (sobre todo en los saltos que suponen cambios de registro), que, por otro lado, le van como anillo al dedo. Otro acierto, utilizar los tirones de pelo para los agudos. Espectacular su onírica aparición en la Segunda Parte, rodeada de burbujas, humo y las bellísimas bailarinas.
Carlos Chausson está en plena forma. Su timbre es redondo y sonoro, un bronce que le acompaña en toda su extensa tesitura. Tal vez, para mi gusto, abusa al principio de romper la voz, algo que no necesita en absoluto para añadir dramatismo a un rol que parece haber sido escrito para él. Toda una lección de canto, de interpretación, de versátil soltura y de confianza, porque quedarse en paños menores, dejarse caer hacia atrás a ciegas, vestir una chaqueta y un sombrero con lentejuelas, silbar, bailar, todo ello cantando Haydn, todo seguido y sin descanso, es, cuando menos, muy complicado de hacer sobre un escenario. Y él no sólo lo consigue, sino que lo borda.
En cuanto a los números de conjunto, deliciosos el Duetto “Volo… Bravo!”, que recordaba al “Zitto, zitto”, del inicio de “El Barbero de Sevilla” rossiniano, el Cuarteto que juega “alla fine” con las palabras “Muore… Luna… Fortuna”, el Presto Finale del Primo Atto, y ya en la Segunda Parte, el Duetto de Buonafede y Ecclictico, al que se suma el coro, el divertido diálogo de Buonafede con el Maestro López Cobos, el Septeto Final, con las bolas subiendo y bajando mientras todo el elenco baila, y sobre todo el bellísimo Duetto de Ecclictico y Clarice, quien por cierto canta tumbada, del cual quisiera destacar un detalle delicioso, la mano del amado en el centro del pecho de ella, que se desliza lentamente hasta entrelazarse con los delicados y pálidos dedos de su amada…
Ver dirigir al Maestro Jesús López Cobos – y hablar, en la rueda de prensa, con la pasión y el conocimiento que derrocha en su gesto y en sus palabras – es una auténtica delicia, la misma que él experimenta al dirigir. Y eso se nota. Y se agradece sobremanera. Canta con los cantantes, conoce la ópera de memoria, se atreve a “dialogar” con Buonafede, en una suerte de delicioso eco, y nos brinda un trabajo exhaustivo, completo, redondo y magistral.
No es un secreto que la imaginación y el genio creador de Emilio Sagi no conocen límites. Fiel a su personalísimo estilo, logra un bellísimo resultado, cuidado al detalle, pese al caos que precisa la trama. A destacar la graciosísima transformación lenta de la casa de Buonafede a “Il Mondo della Luna” al que “le llevan”, giro completo de la cocina incluido, mostrando la espalda del decorado, con sus sempiternos e indispensables rótulos: genial. Sólo él podría haber trasladado una ópera de Haydn a un escenario propio de Broadway de un modo tan impecable.
La escenografía de Daniel Bianco es sencillamente maravillosa, como siempre, sumando un acierto tras otro, desde las luces, la Luna, la plataforma, el fondo que se convierte en escalera, la cocina, la sala de estar, la lámpara con loro incorporado… una delicia. Las cuidadas y tajantes luces de Albert Faura y los rompedores diseños de Pepa Ojanguren no hacen sino añadir acierto tras acierto a una excelente producción, de un altísimo nivel.
Las bailarinas Ylenia Baglietto y Silvia Casero, que parecen gemelas, dirigidas por Nuria Castejón, quien además hace las veces de Ayudante de Dirección, lucen una bellísima sonrisa que sólo cambia al final de la ópera, acompañando al giro dramático, aportando belleza, sensualidad y frescura a una puesta en escena en la que encajan de maravilla.
Quiero tener una mención especial para el Asistente de la Dirección Musical, José Antonio Montaño, el Director del Coro Rossini y la Maestra repetidora Hussan Park, que además toca el clave en los numerosos recitativos de la ópera. No sólo lo hace maravillosamente bien, sino que es un auténtico lujo contar con ella para montar cualquier ópera, por lo mucho que sabe y lo bien que lo sabe transmitir.
El tándem Sagi – Bianco, y más si se ve arropado por tan excelentes colaboradores, como en esta ocasión, es un privilegio que esperamos poder disfrutar durante muchos años.
La música de Haydn a ratos recuerda a Rossini, sobre todo en las arias de Buonafede; a Mozart, en la primera intervención de Ernesto, y en ocasiones a Donizetti, como en la segunda intervención de Clarice, pero siempre es Haydn, previo, maestro e influencia de sus sucesores.
En suma, una velada absolutamente deliciosa y un encuentro con mayúsculas con la Cultura en general y la Música en particular. Fuera, no había Luna. A 16 de mayo parece haber vuelto el invierno…Pero sólo fuera del Teatro Arriaga, el que, por cierto, en esta temporada, y en cuanto a ópera se refiere, se lo ha jugado todo a una sola carta. Y le ha salido un Rey. Estaba cantado.
Alberto Núñez Baracaldo