Palau de les Arts, Valencia. 14 de diciembre de 14.12.2012
Hay teatros en nuestro país cuya programación se centra en “educar” el gusto de sus abonados y conciudadanos que pagan con sus impuestos y con su correspondiente entrada, por suerte hay otros teatros cuyo eje se centra en ofrecer únicamente calidad, calidad en sus propuestas, aunque sean de repertorio, calidad en sus intérpretes, y lo que es más extraño hoy día en que reina la dictadura del snobismo regista, calidad en los directores musicales.
Como en todo lo que sucede en la existencia hay sus luces y sus sombras, pero nadie puede negar hoy día que una de las mejores orquestas de nuestro país y uno de los coros profesionales más versátiles y de mayor calidad son la Orquesta de la Comunidad Valenciana y el coro de la Generalitat valenciana. De ahí la facilidad y los buenos resultados que consiguen estas agrupaciones con directores de primera línea que a lo largo de su corta existencia han sido dirigidos por Gergiev, Metha, Petre, Davis, Maazel, Noseda,…
Y dentro de esta política de proyectos musicales de peso y calidad este fin de semana se ha programado la culminación del sinfonismo beethoveniano, la Sinfonía Coral. Y para esta primera novena de estas dos agrupaciones titulares del Palau de les Arts se ha escogido al director que acaba de lanzar al mercado el ciclo completo de las sinfonías del genio de Bonn con críticas muy favorables y con una carga de renovación y una lectura que mezcla su fidelidad a la metronómica beethoveniana con una visión meditada y personal. Hablamos del director italiano Riccardo Chailly, una de las batutas más importantes de las últimas tres décadas tanto en el ámbito sinfónico como lírico.
Una hora antes del comienzo del concierto beethoveniano y organizado desde el departamento de Actividades paralelas y Dramaturgia se desarrolló un diálogo abierto al público entre el maestro Chailly y Justo Romero (dramaturgo del Palau de les Arts), lo que han llamado «Encuentros» en donde el director hizo una reflexión muy interesante mezclando su lengua materna con el castellano sobre su acercamiento a esta sinfonía y a toda la obra sinfónica beethoverniana. Reflexionó sobre su fidelidad a la metronómica escritas por Beethoven , el estudio de las partituras y anotaciones utilizadas por otros grandes directores del pasado, y cómo llegar a la novena exige décadas de reflexión y madurez. Con una Aula Magna llena de gente joven, músicos, y estudiantes de música, público en general siguieron igualmente sus fantásticas observaciones musicales y sus valoraciones sobre el trabajo llevado a cabo por coro y orquesta en estas semanas intensas que se han movido en dos universos sonoros tan dispares como son Beethoven y Puccini, anunciando al final su deseo que esta primera cita de trabajo en Valencia tenga una continuidad en un futuro próximo.
Con una Sala Sinfónica a rebosar de público se inició el concierto con un momento de silencio con la orquesta y coro puestos en pie leyendo el “Manifiesto de los trabajadores del Palau de les Arts” en un acto tan respetuoso como reivindicativo, para pasar posteriormente al primer movimiento de la novena sinfonía con un Chailly de gesto firme, reafirmando el dramatismo de la tonalidad de re menor escogida por Beethoven, y contagiando una corriente de electricidad desde la batuta a los atriles de los instrumentistas que se acentuó en el fugado sin desfallecer hasta el final del movimiento. El molto vivace del segundo movimiento desarrolló un ritmó hipnótico que desenvocó en una danza casi faústica respetando todos los rittornelli escritos por Beethoven y que en pocas versiones se interpretan completamente. La paleta dinámica pasó de unos pianissimos quasi imperceptibles a unos crecendos avasalladores sin perder en ningún momento un discurso lleno de musicalidad. Lo diáfano, lo fácil, lo trasparente de las diferentes niveles y texturas tímbricas del estilo más clasicista brilló en el tercer movimiento rompiéndose en lo abrupto del Finale de la sinfonía.
La contundencia del coro, su seguridad en todos los registros sin una sola fisura fue un momento verdaderamente memorable acompañado por la orquesta que desde el recitado de la cuerda grave hasta la brillantez de los metales conformó un último movimiento que hizo ponerse al público de pie al final de la misma y no parar de aplaudir y bravear los elementos estables del Palau de les Arts.
Donde se mostró algo de desequilibrio fue en el cuarteto solista, destacando el tenor australiano Steve Davislim y la mezzo madrileña María José Montiel en la parte positiva y la soprano Julia Bauer, excesivamente ligera para esta partitura y el barítono suizo Rudolf Rosen, con graves inexistentes y agudos entubados en la parte menos positiva.
Nicolás Piquero R-B