LA CENERENTOLA (G. ROSSINI)
Nationaltheater de Munich. 12 Julio 2012
No está mal programar una ópera de Rossini entre dos de Wagner, aunque no sea más que por el contraste. La verdad es que el resultado de esta representación ha ido de menos a más, comenzando con preocupación y terminando de forma triunfal. Ni más ni menos que un crescendo, ya que de Rossini estamos hablando.
No cabe duda de que el gran atractivo de esta Cenerentola radicaba en la presencia al frente del reparto de la americana Joyce DiDonato, una de las más insignes rossinianas de la actualidad. Pueden imaginarse el susto del público cuando aparece en el escenario Nikolaus Bachler, el director del teatro, para anunciar que la diva no se encuentra bien (decepción), pero que hará un esfuerzo y cantará (aplausos). Como digo, la preocupación inicial fue desapareciendo y la cosa terminó en triunfo. Bien está lo que bien acaba.
La producción ofrecida fue la muy conocida del desaparecido Jean-Pierre Ponnelle, que se estrenó en este teatro hace ya 32 años. Si el año pasado triunfó la producción de Otto Schenk en Der Rosenkavalier, este año el testigo ha pasado a la de Ponnelle, cuya producción apenas es 8 más joven que la de Schenk. Tanto una como otra son dos auténticos ejemplos de buen gusto en un mundo en el que esto se ha convertido en una mercancía rara.
Jean-Pierre Ponnelle es también autor de escenografía y vestuario y nos presenta en escena una ópera buffa, que además es un cuento. La escenografía parece sacada de uno de esos libros de cuentos, que, al abrirse, ofrecen figuras de papel en relieve. No hay que romperse la cabeza, sino sumergirse en el libro de cuentos y poner a los personajes en las páginas del mismo. Desde la casa de Don Magnifico a los esponsales finales en palacio, pasando por la llegada de la Cenricienta de incógnito, estamos en la narración de un cuento, con toques de buen gusto y una dirección escénica francamente divertida. En ese sentido hay que destacar el juego que Ponnelle, en sus orígenes, y Gricha Asagaroff, en la reposición, sacan de las dos hermanastras, cuya evolucíón escénica levantó aplausos del público. Todo está al servicio de la diversión, sin caer en la chabacanería, y funciona estupendamente.
La dirección musical estuvo encomendada al bien conocido Antonello Allemandi, cuya actuación ha constituido una agradable sorpresa. Allemandi fue un director muy prometedor hace ya más de 20 años, pero últimamente parece que las cosas no han rodado muy bien para él. No esperaba mucho de su dirección y tengo que decir que ha sido uno de los pilares fundamentales para el éxito de la representación. Su lectura estuvo llena di vida, ritmo y sentido rossiniano, con tiempos vivos, muy adecuados para lo que pasaba en escena. Desde luego, su dirección ha sido mucho más rossiniana e interesante que la que nos ofreció Michele Mariotti en Valencia. Si sigue en este camino, ojalá podamos volver a verle pronto por Bilbao. El mayor pecado – y no es venial – de Allemandi fue el de no controlar de manera suficiente el sonido orquestal, que tapaba en muchas ocasiones a los cantantes, cuyos instrumentos no era tan poderosos. A pesar de la falta de ensayos en un Festival de estas características, sacó un notable partido de la Bayerisches Staatsorchester, que también fue de menos a más. Irreprochable el Chor der Bayerischen Staatsoper.
Al frente del reparto estaba Joyce DiDonato, que fue la gran triunfadora de la noche. En el primera acto comenzó con muchas precauciones, como si se reservara para el famoso y dificilísimo rondó final. Nada más natural, teniendo en cuenta las circunstancias de su anuncio de indisposición. Sin embargo, he repasado la crítica que hice de su Cenerentola en Barcelona con Juan Diego Flórez hace algo más de 4 años y que transcribo a continuación: “La mezzosoprano americana Joyce DiDonato es una de las más grandes cantantes rossinianas en la actualidad. Bella voz y maravillosa cantante. Su interpretación de “Nacqui all’afano” y la subsiguiente “Non piú mesta” fueron auténticamente antológicas, de lo mejor que hoy puede escucharse en un teatro y digno de las mejores interpretaciones históricas, además de contar con variaciones personales dificilísimas y de un gusto indudable. Dicho esto, debo añadir que cantar Angelina es más que el rondó final, por importante que éste sea y por excepcionalmente bien que se haga. DiDonato pasó de puntillas y con grandes precauciones sobre el resto de la partitura, como si se reservara para el momento final. Valga decir que en los grandes concertantes resultaba inaudible, hasta el punto de que Clorinda era la única fémina que se escuchaba y eso que Cristina Obregón no destaca por su volumen vocal. En resumen, triunfo del rondó final y muchos reparos sobre el resto de su actuación.” Es esto exactamente lo que ha ocurrido también en esta ocasión. En Barcelona no hubo aviso de indisposición y sí lo ha habido aquí. Confieso que llegué al hotel muy comprensivo con los problemas de salud de DiDonato hasta que leí mi crítica de Barcelona. Ahora tengo muchas más dudas.
Lawrence Brownlee tiene todo en regla para estos personajes de tenorinos rossinianos y lo hace francamente bien. La voz es agradable, destaca en agilidades y las notas altas no le crean problemas. Alguien podrá pensar que esas son las cualidades de Juan Diego Flórez. Es verdad, pero hay diferencias importantes en algunos aspectos: el timbre es menos brillante, la emisión es más problemática y la figura escénica tampoco es comparable. En resumen, un notable tenor rossiniano, al que le faltan aspectos importantes para ser excepcional.
El veterano (casi 60 años) Alessandro Corbelli es uno de los grandes continuadores de la gran tradición italiana de los bajos buffos. Su Don Magnifico fue ganando en prestancia y comicidad, tras un inicio un tanto anodino. En el segundo acto hizo las delicias del público. Vocalmente, no está en su mejor momento y queda corto.
El joven barítono ruso Nikolay Borchev fue un desenvuelto Dandini, aunque fuera lo menos adecuado del reparto. Borchev es un barítono lírico y Dandini lo han cantado siempre auténticos bajo-barítonos. Cumplió bien, pero eché en falta más poderío en los graves y una mejor dicción, que no es poca cosa en esta ópera.
Alex Esposito fue un estupendo Alidoro, tanto vocal como escénicamente. Su gran escena del primer acto la resolvió muy bien, ganándose merecidas ovaciones.
Las hermanastras lo hicieron de manera inmejorable. Eran Eri Nakamura (Clorinda) y Paola Gardina (Tisbe). Un auténtico placer, que demuestra que en la ópera no hay papeles pequeños.
El teatro mostraba un lleno total, al menos aparente, aunque había algunas personas ofreciendo entradas a las puertas del teatro. El público disfrutó con la representación y dedicó ovaciones y pataleos entusiastas (hacía tiempo que no los escuchaba en Munich) a Joyce DiDonato. Hubo sonoros bravos para todos, especialmente para Alex Esposito y Lawrence Brownlee. Antonello Allemandi también recibió ovaciones y algunos bravos.
La representación comenzó con 5 minutos de retraso y tuvo una duración total de 3 horas y 9 minutos, incluyendo un intermedio de 31 minutos. La duración estrictamente musical fue de 2 horas y 34 minutos, es decir 7 minutos más corta que la de Michele Mariotti en Valencia. Los triunfales aplausos finales se prolongaron durante 8 minutos.
La localidad más cara costaba 132 euros, habiendo butacas de patio desde 95 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 95 y 30 euros.
José M. IRURZUN.