Palacio Euskalduna de Bilbao. 16 Febrero 2013,
Continúa ABAO con su temporada de ópera y con su ciclo Tutto Verdi, ofreciendo esta ópera, que no representaba desde hacía 11 años. Si en la última ocasión se ofreció la versión italiana, es decir I Vespri Siciliani, ahora le ha tocado el turno a la versión francesa, es decir la estrenada en París el 13 de Junio de 1855. Nada parece más lógico que el hecho de que en un ciclo completo de la obra operística de Verdi se ofrezcan las distintas versiones, aunque sea ésta la primera vez en los 8 años de vida del Proyecto Tutto Verdi que se ofrece la versión menos habitual de la ópera. Lo que me resulta censurable es que se nos haya ofrecido la versión original francesa, incluyendo el Ballet de Las Estaciones, sustituyendo a los bailarines por proyecciones de videos que nada tiene que ver con la música que interpreta la orquesta. Lo único que se ha conseguido es echar un borrón en una más que notable representación de ópera. Para este viaje no se necesitan alforjas. Mejor habría sido ofrecer la ópera – en italiano o francés – sin la música de ballet que hacer esta chapuza.
Cartel del estreno de la ópera en París. El protagonismo del ballet es indudable.
La producción ofrecida se debe a Davide Livermore, siendo coproducción del Teatro Regio de Torino, ABAO y el Teatro Sao Carlos de Lisboa. La ópera – como I Vespri Siciliani – se estrenó en Turín hace ahora dos años y es un trabajo escénico traído a tiempos modernos.
Es ésta una ópera donde las transposiciones están en gran medida justificadas, más allá de las incongruencias que puedan surgir entre lo que se ve y lo que se escucha. No hay que olvidar que originariamente se trata de Le Duc d’Albe, que pasó posteriormente al título que hoy conocemos y su ubicación siciliana, pero el mismo Verdi admitió el cambio de título y ubicación, cuando se estrenó en Italia (Parma) como Giovanna de Guzmán y con ubicación portuguesa. Davide Livermore se centra en el meollo del drama, que no es sino el enfrentamiento entre una potencia invasora y la lucha por su liberación por parte de lo patriotas sometidos. Si en los casos mencionados más arriba las potencias invasoras son España o Francia y los pueblos sometidos han representado a flamencos, sicilianos o portugueses, Livermore considera que las fuerzas opresoras son actualmente los medios de comunicación, los políticos y la Mafia (estamos geográficamente en Palermo), mientras que los patriotas con ansias de liberación representan el pueblo llano de cualquier país, que aspira a una auténtica democracia. Los asesinatos de los jueces Falcone y Borsallino, cometidos por la mafia con complicidad de políticos poderosos, están en el centro de la acción. Han pasado 20 años desde aquellos hechos y no parece que la regeneración política haya tenido lugar. No está mal traído el asunto, aunque pueda dar lugar a un tratamiento claramente demagógico, en el que cae y se deleita con excesiva frecuencia Davide Livermore.
La escenografía de Santi Centineo resulta atractiva en exteriores y menos en interiores. Sitúa el primer acto en un funeral de estado tras un atentado terrorista, con presencia de políticos, fuerzas de orden, Iglesia y medios de comunicación. En el segundo acto el encuentro de Prócida y los patriotas tiene lugar en el escenario de la utopista, donde fue asesinado en atentado terrorista el juez Falcone. La fiesta – supuesto ballet – se desarrolla en el hemiciclo del parlamento, donde los políticos usan invariablemente caretas impersonales. El último acto se desarrolla en su primera parte en un plató de televisión, donde se escenifica el famoso bolero de Hélène. Las escenas de interiores quedan más oscurecidas, en escenarios de tipo neoclásico, generalmente desarrollados en dos niveles. El vestuario de Giusi Giustino resulta adecuado para la visión de Livermore. Buena la iluminación de Andrea Anfossi.
En el centro de la producción lo que hay es un dura crítica a la clase política y económica actual, que llega a su culminación durante los más de 30 minutos de supuesto ballet, en el que las imágenes del movimiento 15 M y manifestaciones anti sistema son una constante, con alusiones a la clase política europea, con particular incidencia en las española e italiana. Más de 30 minutos de música con imágenes filmadas resultan excesivos. Un mensaje antisistema del señor Livermore, repitiendo hasta la saciedad las mismas ideas, resulta aburrido y pesado, llegando a colmar la paciencia del espectador. Se me ocurre que, si se trataba de dar actualidad a la ideas de Livermore, el campo de juego de Euskadi habría sido mucho más actual e interesante, aunque más comprometido. Evidentemente, todo este refrito de imágenes se ha preparado para Bilbao, ya que en Turín se representó I Vespri Siciliani, donde no hay ballet. De hecho, aquí tampoco. El público reaccionó de manera airada, como era más que previsible y eso que se eliminaron las imágenes más provocadoras. Faltó ballet, pero sobró demagogia. Verdi, que tanto insistía en la concisión y la claridad para no caer en el tedio, no fue bien servido. ABAO no puede estar satisfecha de lo que ha hecho y ha permitido hacer con esta chapuza.
Es una pena, ya que la producción es interesante y bien desarrollada, más allá de algunos detalles de evidente mal gusto en escena.
La dirección musical estuvo encomendada al veterano americano John Mauceri, cuya labor me resultó un tanto irregular. Durante los 3 primeros actos su lectura me resultó poco convincente, especialmente en una obertura plana y ruidosa. Las cosas cambiaron a mucho mejor en el Acto IV, en el que asistimos a una versión mucho más convincente que lo que habíamos visto y escuchado hasta entonces. Si la primera parte hubiera estado al mismo nivel, ésta habría sido una de las mejores interpretaciones verdianas que hayamos escuchado en Bilbao. A sus órdenes la Orquesta Sinfónica de Euskadi ofreció lo mejor también en los dos últimos actos, sin convencer plenamente en la primera parte de la ópera, quedando en conjunto por debajo de la prestación de BOS en Tosca. El Coro de Ópera de Bilbao – muy numeroso en esta ocasión – sigue sin alcanzar el nivel que tuvo en su día. Los desajustes con la batuta fueron numerosos y faltó empaste en bastantes ocasiones.
Lo mejor del reparto fue la prestación vocal de Gregory Kunde en el personaje de Henri. Su voz no responde a las características de un tenor verdiano, pero canta con gusto y musicalidad y es capaz de solventar las dificultades de la partitura, salvo el RE bemol en el dúo con Hélène en el último acto. Su voz no es un prodigio de belleza, pero es un excelente cantante, que además transmite seguridad y tiene una notable desenvoltura escénica. Hoy por hoy Kunde es elArrigo o Henri de referencia.
La duquesa Hélène tenía que haber sido interpretada por la joven soprano americana Tamara Wilson, pero canceló su actuación de manera un tanto extraña, ya que el pasado día 3 cantó su última función como Lady Billows (Albert Herring) en Toulouse, sin que hubiera anuncio de indisposición ni atisbo de enfermedad que pudieran detectar los espectadores. Al día siguiente ABAO anunció su cancelación. No pongo en duda que presentó el correspondiente certificado médico, aunque me queden dudas razonables sobre las razones últimas de su cancelación. La sustitución de la americana recayó en la soprano armenia Lianna Haroutounian, cuyo centro de actuación es la ciudad francesa de Tours, viniendo de cantar esta ópera en Atenas. La actuación de la soprano ha sido buena, mejor de lo que cabía esperar, aunque su voz me sembró muchas dudas en la primera parte de la opera, en la que el registro central resultaba débil y los graves más bien inaudibles. Lo que mejor funciona es la parte superior de la tesitura, donde la voz se abre de manera notable y acabó resultando una muy convincente Hélène. Por una vez nadie echó en falta a la titular.
Vladimir Stoyanov fue lo más flojo del cuarteto protagonista en el personaje de Guy de Monfort. Posiblemente, es la prestación menos convincente de las numerosas que ha ofrecido en Bilbao. A la voz le falta amplitud y autoridad y el tercio agudo sigue teniendo la emisión atrás. Canta con gusto, pero está lejos de ser el barítono que pide esta ópera.
El bajo ruso Dmitry Ulyanov fue Jean Procida y en su actuación lo que más destacó fue el poderoso instrumento vocal que posee. Es amplio, bien emitido y poderoso, con suficiente homogeneidad entre registros. A su canto le falta elegancia, resultando un tanto basto en más de una ocasión, y con afinación no siempre sin falta. Teniendo en cuenta las carencias actuales en esta cuerda, Ulyanov es una buena alternativa.
En los personajes secundarios no hubo mucho digno de destacar, pero tampoco fallos notables. Para mi gusto la mejor actuación correspondió a Vicenç Esteve en la parte de Danieli. Los demás personajes fueron cubiertos por Darío Russo (Sire de Bethune), Nuria Lorenzo (Ninetta), Fernando Latorre (Vaudemont), Manuel de Diego (Thibault), Eduardo Ituarte (Mainfroid) y un desenvuelto Javier Galán (Robert).
El Euskalduna ofrecía una entrada de alrededor del 90 % del aforo, siendo los huecos más notables en las localidades altas. El público dedicó las mayores ovaciones a escena abierta a Gregory Kunde y a Lianna Haroutounian durante el Acto IV, especialmente al tenor. En los saludos finales hubo bravos para los 4 protagonistas y el maestro, llevándose la parte del león Gregory Kunde. El equipo creativo fue sonoramente abucheado. No lo merecían por la producción original, pero se lo ganaron a pulso con su demagógico “ballet”.
La representación comenzó puntualmente, con una duración total de 4 horas y 21 minutos, incluyendo dos intermedios de 57 minutos, más unas breves paradas para cambios de escena. La duración puramente musical de fue de 3 horas y 16 minutos, de los que la música de ballet cubrió 30. Los muy cálidos aplausos finales se prolongaron durante 6 minutos.
El precio de la localidad más cara era de 186 euros, oscilando el precio en los pisos superiores entre 155 y 103 euros. La localidad más barata costaba 80 euros.
José M. Irurzun