Grandes ovaciones para Los Diamantes de la Corona en Oviedo, zarzuela de Camprodón y Barbieri que ha supuesto el tercer título del Festival de Teatro Lírico, donde ha llegado en la producción del Teatro de la Zarzuela de Madrid firmada por José Carlos Plaza, con las voces de María José Moreno, Carlos Cosías, Ricardo Muñiz, Cristina Faus, Gerardo Bullón y Fernando Latorre en los papeles principales, bajo la dirección de Óliver Díaz.
La función busca, según el dramaturgo, recuperar la esencia de cuento, de fantasía, y, a la vez que consigue su objetivo, somete al público a toda una montaña rusa de situaciones y vaivenes, un ciclón que arrasa a través de brillantísimos números musicales desarrollados en una escenografía basada en telones pintados, donde la luz y la profundidad de campo ayudan al espectador a introducirse de lleno en toda una experiencia.
La partitura de Barbieri es muy autoconsciente, tanto en lo paródico de la alta sociedad o de la música religiosa, como en la búsqueda de una lírica muy en el estilo italiano y francés, amplia, belcantista y entregada al máximo a la belleza melódica y la construcción de escenas que funcionan como grandes ‘set-pieces’ dentro del marco general.
Plaza trabaja el verso hasta la extenuación, mide milimétricamente el gag sutil, y es muy consciente de la mina que tiene entre manos. Incluso cuando, tras el apoteósico final del segundo acto y el descanso, el tercero llega como un remanso de paz, busca potenciar sus virtudes y esconder sus debilidades dramáticas (eliminando texto y alguna trama paralela) para buscar una función más redonda.
Y dentro de esta autoconsciencia su director musical, Óliver Díaz, apuesta por fomentar el aspecto pulido y clásico de Barbieri, casi manierista, en una lectura muy limpia estéticamente, donde se presta especial atención a las articulaciones y favorece la línea belcantista cuidando los niveles en un foso donde la Oviedo Filarmonía supo responder a la perfección en una partitura de esas que no siempre son agradecidas para la formación, por el poco espacio que deja para el lucimiento instrumental, y que sin embargo confirman a esta orquesta como toda una garantía en cualquier espectáculo lírico por disposición y calidad de sonido. La otra formación residente del Festival, el coro de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, pudo mostrar todo su potencial tras dos títulos –El dúo de ‘La Africana’ y Katiuska– donde su cometido no permitía grandes alardes, confirmando que, bajo la dirección de Rubén Díez, suponen un valor añadido al festival tanto en lo musical como en lo escénico.
María José Moreno como la reina Catalina realizó un auténtico tour de forcé a lo largo de la función, dando una lección magistral en cuanto a matices vocales en cada uno de los actos, donde su carácter se amolda a tres papeles diferentes: bandida, cortesana y reina. Especialmente brillante en el agudo, cerró la noche con la romanza “De qué me sirve, oh cielo” que desde su comienzo casi recitado en una zona central bien acomodada, va desplegando todo un abanico de registros imbuidos de una plenitud romántica en cuanto a la glorificación de la melodía hasta culminar en una cadencia para el recuerdo.
A su lado Carlos Cosías supo equilibrar el lado cómico de su personaje –sobre todo en la parte actoral a la hora de recitar e interactuar durante las partes habladas– con la parte más seria, reflejada sobre todo en su manera de cantar tanto la difícil presentación (“Que estalle el rayo”) como los dúos tanto con Catalina como con Diana, ejemplos de empaste y gusto musical.
Cristina Faus fue Diana, y aunque su papel no disfruta de un momento solista, fue en sus intervenciones tanto junto a Cosías como junto a Moreno en el celebérrimo bolero cuando pudimos disfrutar de una voz limpia, aun altísimo nivel, que dejó con ganas de más, al igual que ocurre con Gerardo Bullón como Sebastián, barítono poderoso de ya largo recorrido, que debutó como solista en Oviedo con este mismo papel en 2011, y cuya carrera apunta y necesita cotas más altas para demostrar su valía.
Secundarios de lujo, como Fernando Latorre como Rebolledo (gran momento en el final del primer acto junto a los falsos monjes de San Uberto) o Ricardo Muñiz como Conde de Campomayor –toda una institución cuya sola presencia en escena da empaque a la función– contribuyeron a una noche de altísimos quilates, donde se alcanzaron altas cotas de excelencia. Una noche para el recuerdo.