El Teatro de la Zarzuela se ha engalanado por todo lo alto para llevar a escena un programa doble en el que se unen por igual el espíritu de la diversión y el entretenimiento en estado puro: de un lado el musical americano Lady, be good! (1924) de George Gershwin y de otro la opereta con tintes revisteriles Luna de miel en El Cairo (1943) del maestro Francisco Alonso. El principal responsable de hilvanar el acertado encaje escénico de estas dos obras ha sido el regista Emilio Sagi, que ha apostado por propuestas teatrales de una gran vistosidad visual en las que el movimiento coreográfico vehiculan sin tregua la acción. A pesar de la evidente relación estilística entre ambas obras, Sagi ha sabido recrear con oficio el genuino ambiente de cada una acercándose a ellas con respeto a sus singularidades teatrales, si bien con algunas concesiones escénicas en la pieza española de su casi siempre riguroso criterio.
En la obra del compositor americano (que se estrena en España en la presente producción), la atmósfera propiamente de musical se respira nada más destaparse el primer decorado en el que aparecen los dos hermanos Trevor, tras el que se presenta envuelto en todo el esplendor de la jet set neoyorquina el salón de la señora Josephine Vanderwater, anfitriona de la animada fiesta que allí se celebra, en la cual los sofás giratorios y los flexibles movimientos del servicio recrean, con el soporte de la vibrante y estilizada música jazzística de Gershwin, un torbellino de ritmo sincopado que irá in crescendo a lo largo de la obra y que alcanza uno de sus clímax de imparable y desenfrenado pulso rítmico en el número bomba del primer acto (“Fascinating rhythm”), entonado por un personaje secundario, el cantante, bailarín y pianista de cafetín Jeff Thomas, cuyo pegadizo tema, junto a la canción que da título al musical entonada poco después por Watty Watkins, llegaron a convertirse en hits indiscutibles en la época dorada de los felices 20.
Y es que por encima de todo, la gran mayoría de las pegadizas melodías de Gershwin que ensamblan el musical, más que servir en sí mismas a un argumento banal y repleto de enredos al más puro estilo operetista, son vía libre para el exhibicionismo vocal de los cantantes solistas y más aún, en las partes que cada número siempre suele encomendar a la orquesta en solitario, como puro pretexto musical para un trepidante ritmo coreográfico y una perfecta simetría visual, aquí conseguido sobresalientemente por medio de los elaborados pasos de baile americano que aporta la siempre experta coreógrafa Nuria Castejón, sin sombra de duda uno de los trabajos con mayor grado de elaboración de todo el montaje en su conjunto, por ser principio orgánico y vehículo vital del mismo.
Ya en la opereta de Alonso, Sagi y Castejón encuentran lugares comunes con el musical de Gershwin, pese a llevarlo a una escala mucho más pequeña (el contexto de ensayo de la propia opereta) y con el obligado y bien llevado componente oriental o exótico del segundo acto (materializado sobre todo en el sofisticado vestuario, de la más tradicional y pintoresca estética vedette, de Jesús Ruiz) del argumento, obra éste del avezado libretista José Muñoz Román (por cierto y sin importarnos la ausencia de modestia por nuestra parte, muchísimo más conseguido que el de Guy Bolton y Fred Thompson para los hermanos Gershwin).
En Luna de miel en El Cairo las similitudes de rasgos estilísticos con el musical americano se evidencian en los ritmos utilizados y en los añadidos instrumentales de corte jazzístico en forma de jazz bands, que se combinan con influencias musicales del music hall, el cabaret y la opereta centroeuropea, ésta por lo general de corte más nostálgico y sentimental. Frente a la fastuosidad y las fórmulas estereotipadas del musical (revividas por Sagi al espectador de hoy con suma dignidad) la pieza de Alonso se nos hace mucho más familiar y accesible a nosotros por proximidad geográfica y por la presencia de otros ritmos netamente españoles como el pasodoble, elemento musical tan propio del compositor granadino en toda su obra lírica.
Para defender el musical de Gershwin se ha contado con voces autóctonas, que casi siempre suelen ser las que mejor se conocen su repertorio, definidas en su gran mayoría por una gran ligereza vocal, con escaso o inexistente vibratto, y unas mayores o menores dosis de swing, destacando sobre todo la de la soprano Jeni Bern como Susie Trevor, sencillamente magistral y muy aplaudida en el bello hit “The man I love” que desarrolló con intensidad creciente en el acto segundo. La cantante encontró un sólido partenaire en el bajo-barítono Nicholas Garret como su hermano Dick. Ambos combinaron sus voces en distintos dúos con las del barítono Troy Cook en Watty Watkins, que con su halagadora presencia en escena de auténtico gentleman deleitó al respetable en el otro hit “Oh, lady be good”; y con las del barítono Sebastià Peris, de voz más atenorada, y la aflautada de la mezzo Letitia Singleton. Igualmente hay que resaltar la singular aportación del actor-cantante Carl Danielsen, que aparte de ofrecer su piano y su rústica vocalidad a los temas “Fascinating Rhythm” y “Little Jazz Bird”, realiza una ostentosa exhibición de claqué a lo Fred Astaire en primer término del escenario. Por su parte, el siempre estupendo Coro titular del Teatro dio señaladas muestras de saber adaptarse sobresalientemente a un repertorio al que ha cogido el pulso rítmico como si de una agrupación coral autóctona se tratase.
En la segunda obra las voces jóvenes de nuestra gran cantera vocal llevaron la representación a niveles de una más que elevada calidad. Ello se debe en gran medida a la perfecta complementación y entendimiento entre la pareja protagonista. Comenzando por la soprano ligera Ruth Iniesta como Martha, la gran protagonista femenina de la función de Alonso, que ofreció una atrayente personalidad escénica, haciendo uso de una depurada técnica vocal por medio de su voz dulce y homogénea, de fina tersura, brillo inmaculado, grácil coloratura y cuidada dicción vocal (algo que siempre se suele echar en falta en cantantes de su cuerda), seduciendo en números de efecto como la marcha a ritmo de pasodoble “¿Está llorando?” o los sentimentales dúos de estilo de opereta que mantiene con Eduardo (“Ven, compositor y “En la noche azul”). Ha sido una gran satisfacción que el teatro haya contado otra vez con la participación de la joven soprano zaragozana, a la que auguramos un imparable ascenso en el mundo de la lírica española. El barítono David Menéndez (de nuevo por estos lares) encarnando a su enamorado compositor, caballero y seductor en escena, exhibe siempre un timbrado instrumento en el que se aprecia un asentado centro, un estimable fraseo y una elegante línea de canto revestida de una gran musicalidad y estilo, como en su sensual y melodiosa canción que sirve de leitmotiv a toda la obra: “Ven que te espero en el Cairo”.
El resto de las voces del reparto ofrecen nuevas cualidades para terminar de rubricar el espectáculo, como por ejemplo los picados vocales de gran efecto que adornan el chispeante terceto marchiña “Tomar la vida en serio”, por parte de la soprano Mariola Cantarero, a la cual siempre es un placer verla en escena derrochando gracejo natural a los cuatro costados como granaína autóctona, y en verdad este montaje se lo sirve en bandeja, al entonar el recuperado pasodoble flamenco “Un mosito de Triana”; también la comicidad y el carácter amanerado que destilan los gags del tenor Enrique Viana, o el pícaro desparpajo que exhibe la desenvuelta mezzo María José Suárez en la ranchera “Canción tapatía” con aire de vodevil arrevistado, una pieza que se emparenta en cierta medida con la españolada que se incluye en el musical de Gershwin, un recurso turístico que resalta la comicidad y el enredo argumental a base de tópicos españoles.
La Orquesta de la Comunidad de Madrid, rotunda en sonoridad, no pierde nunca el compás bajo la batuta del maestro estadounidense Kevin Farrell, especialista en música ligera, a pesar de que parece poner en oposición a los cantantes con la orquesta desenfrenada, abusando del preponderante protagonismo de metales y batería, en ciertos momentos del musical de Gershwin. Y es que es casi imposible resistirse al irrefrenable impulso del ritmo fascinante que rezuman estas dos ligeras pero hermosas comedias que nos ha brindado el Teatro de la Zarzuela en este espectáculo integral de teatro musical.
Germán García Tomás @GermanGTomas