Critica de Nabucco de Verdi. Milán

Teatro alla Scala de Milán. 7 Febrero 2013.

 

El refranero castellano es muy rico y siempre encuentra uno alguna expresión  adecuada para cualquier situación. Saliendo de La Scala, me venía a la mente un refrán que solía utilizar mi padre y que viene como anillo al dedo para esta representación de Nabucco, tras la de Falstaff del día anterior: “Días de mucho, vísperas de nada”. Y así ha sido, o casi. Una producción escénica vacua, una dirección musical rutinaria y un reparto de altura, que no consiguió hacer subir la temperatura de la sala.

 

El argumento principal que se suele usar para explicar el protagonismo de los directores de escena modernos se basa en que el responsable ha de ofrecer su visión de la obra, su profundo pensamiento, su dramaturgia, para presentar un drama que sea inteligible para un público de hoy, tan alejado del de la época de composición de muchas óperas. Eso trae consigo que un director de escena no hace dos producciones sobre una ópera sino pasados bastantes años de su primera incursión en el título. No es éste el caso de Daniele Abbado, que ha sido el responsable de esta nueva producción, en colaboración con el Covent Garden, Chicago y el Liceu de Barcelona. Hace apenas 5 años Daniele Abbado hizo otra nueva producción de Nabucco, que pudimos ver el año pasado en Bilbao, caracterizada por la presencia permanente de un pseudo muro de las lamentaciones. Ahora hace otra nueva, en la que no se sabe bien qué es lo que quiere transmitir. No es la primera vez que esto ocurre con Daniele Abbado. También en la Flauta Mágica hizo dos producciones, no muy alejadas en el tiempo una de otra, y con concepciones muy distintas la una y la otra. Quizá lo que ocurre es que un regista moderno no se dedica a ofrecer un concepto profundo de su visión de la obra, sino a hacer lo que se le ocurre, cuando recibe un encargo de un teatro.

 

Daniele Abbado nos ofrece una escenografía más o menos minimalista, con un escenario desnudo, en el que al inicio parece que estamos en un cementerio judío, que va siendo derribado, para trasladarnos a algo que puede representar un desierto (arena hay en escena). Tanto la escenografía como el vestuario se deben a Alison Chitty y resultan bastante confusos, trayendo la acción quizá al asentamiento de los judíos en Palestina tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué ha pretendido decir Daniele Abbado en esta producción? Pues no es fácil saberlo, ni siquiera habiendo leído la entrevista que se publica en el magnífico programa de mano del teatro, en la que uno no entiende ni lo que dice ni lo que pretende decir. La iluminación de Alessandro Carletti no es particularmente destacable. En resumen, una producción confusa y sin interés. Si al menos hubiera apostado por la estética….

 

La dirección musical de Nicola Luisotti me resultó decepcionante. He asistido en otras ocasiones a representaciones dirigidas por este maestro y siempre me ha resultado un director apasionado y lleno de energía. Ocurre que aquí estamos en el primer Verdi y este derroche de energía no resulta adecuado para este tipo de óperas, donde todavía estamos en el belcantismo. Su prestación resultó ruidosa, precipitada y rutinaria. Así Nabucco no puede triunfar, ya que no se trata de una de las mejores óperas de Verdi, por más que fuera la que le abríó las puertas de la fama.  La Orquesta de la Scala siguió la batuta del maestro y su prestación fue un tanto irregular, alejada de la de Falstaff el día anterior. El Coro de la Scala es una estupenda masa y lo hizo francamente bien, aunque no pudo calentar la sala. Creo que es la primera vez que asisto a un Nabucco en Italia donde no se ha bisado el Va Pensiero.  No fue porque no quisieran, sino porque la reacción del público no fue la esperada.

 

Se suponía que esta representación la tenía que cantar Ambrogio Maestri, pero hace días que no se encuentra bien y fue Leo Nucci quien protagonizó el personaje de Nabucco. Llevo tiempo diciendo que Leo Nucci es un auténtico milagro vocal, pero habrá que matizar algo. Si me permiten el símil, no cabe duda de que lo que narra el Evangelio, alimentando Jesús a una multitud con unos pocos panes y peces, hasta llegar a saciar a todos, teniendo que recogerse numerosos cestos con sobras, es un auténtico milagro. Aunque no hubiera sobrado nada, el milagro sería el mismo. Me pregunto qué habría pasado si a unos cuantos no les hubiera llegado el alimento. Seguramente, sería un milagro, pero de tipo menor. Algo parecido ocurre con Leo Nucci. Tras esta representación, el milagro vocal existe, pero no es el mismo que hace un par de años. Es verdad que nunca me ha parecido que Nabucco es su mejor personaje, pero tanto en la emisión, como en el volumen y en los agudos empieza a  notarse el paso del tiempo. Cierto que no le ayudó la producción ni la dirección, pero hay un dato elocuente: su aria Dio di Giuda recibió un aplauso de 11 segundos.

 

 

En el papel de Abigail hubo una sustitución de última hora. La anunciada Lucrezia García se puso enferma y fue sustituida por Liudmyla Monastyrska, que fue quien hizo de Abigail en el estreno, triunfando en el personaje. Estamos ante una soprano dramática, en la mejor tradición de Ghena Dimitriva y Maria Guleghina, con una voz poderosa y uno tercio agudo brillante e infalible. A mí me recordaba mucho a Ángeles Gulín. Pocas pegas se le pueden poner en términos vocales, ya que no sólo exhibió un instrumento espectacular, sino que además sabe cantar piano y es capaz de hacer frente a agilidades.  También aquí hay que decir que ni la producción ni la dirección le ayudaron.

 

El bajo ucraniano Dmitry Beloselsky fue un Zaccaria aceptable, teniendo en cuenta la escasez de bajos en el repertorio italiano. A su voz le falta amplitud y autoridad, quedando un tanto blanquecino su registro agudo.

 

El tenor letón Aleksandar Antonenko fue un lujo en Ismaele, aunque poco tiene que aportar un tenor auténticamente spinto y casi dramático a un personaje como éste, que ni  siquiera aparee en escena en la segunda parte de la ópera.

 

Cumplió bien la mezzo soprano Nino Surguladze en la parte de Fenena, cantando con gusto su aria.

 

En los personajes secundarios hay que señalar el lujo de contar con Silvia Dalla Benetta en el personaje de Anna. Bueno será recordar que fue quien cantó la parte de Gulnara en Il Corsaro de ABAO hace un par de años. Ernesto Panariello (Sacerdote del Belo) y Giuseppe Veneziano (Abdallo) cumplieron, sin más.

 

La Scala ofrecía un lleno aparente, aunque no total. Seguramente, se habrá rondado el 99 % del aforo. El público se mostró frió durante la representación y los únicos sonoros bravos fueron para Liudmyla  Monastyrska. También los hubo para Leo Nucci, pero eso tiene que ver más con el reconocimiento a una carrera insuperable. Nicola Luisotti fue aplaudido, no faltando algún abucheo.

 

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 41 minutos, incluyendo un intermedio de 33 minutos y un par de breves paradas para cambio de escena (¿). La duración puramente musical fue de 1 hora y 59 minutos. Los tibios aplausos finales se prolongaron durante 8 minutos, pero fueron los aplausos más arrastrados que he visto en mi vida. En varias ocasiones pararon las palmas y salía alguien a saludar. Y así una y otra vez.

 

El precio de la localidad más cara era de 210 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 165 y 66, costando la entrada más barata con visibilidad   42 euros

 

Fotografías: Cortesía del Teatro alla Scala

 

 

Jose M. Irurzun