Crítica de Parsifal de Wagner

Parsifal- Deutsche Oper Berlín 21 de octubre de 2012

Rosalía Sánchez

Si lo que quería el director de escena, Philipp Stölzl, era provocar, lo ha conseguido. Pero ese triunfo le valió sonoros abucheos en el estreno de este Parsifal, que involuntariamente deslucieron el centenario de su inauguración, que la Deutsche Oper de Berlín pretendía celebrar. El director de cine se sirve de la pasión de Jesucristo para dibujar a los caballeros del Grial como una secta de templarios sanguinarios y lujuriosos que practican sacrificios humanos al estilo maya en una profundidades cavernícolas que más hablan del subconsciente que de los mitos germanos. Esa lectura intelectual de Parsifal hubiera sido aceptable si no hubiera sido sometida a un dudable gusto y reducida a una representación que recuerda a los Monty Python. El director de iluminación, Ulrich Niepel, resultó especialmente ofensivo, porque sus nublados oscuros ambientes impidieron ver los rostros de los cantantes hasta que se encendieron las luces para los aplausos finales. En este apartado, no merece la pena abundar más.

Musicalmente hablando, sin embargo, es absolutamente recomendable. La batuta de Donald Runnicles condujo a la orquesta con solemne lentitud, en una lectura seria y centrada en el concepto sinfónico de la partitura. En alguna ocasión aislada las voces del coro, especialmente las femeninas, no penetraban con suficiente intensidad, pero fue una dirección rigurosa y sólida, que gestionó hábilmente las posibilidades que ofrecían cada uno de los cantantes.

Celebrados sin restricción fueron el tenor Klaus Florian Vogt en el papel protagonista, Evelyn Herlitzius como Kundry y Matti Salminen como Gurnemanz . El gran bajo finlandés, una voz gigante, digna y paternal, suplía con profundidad y experiencia de vida la falta de flexibilidad que acusa por la edad. Vogt fue el Parsifal de los libros de cuentos, con un timpre en realidad poco wagneriano, pero puro e incluso ingenuo, portador de un sonido plagado de inocencia que caía como regalo del cielo, especialmente en la escena con Kundry, que ejecutó con brillo y sensualidad. Los tres lograron una ejecución excelente, íntima y majestuosa, completada por franca y nítida interpretación de Amfortas, por parte de Thomas Johannes Mayer, cuyo timbre de brillos de nobleza se desenvolvía, como volando, a través de la partitura. Thomas Jesatko, Klingsor, constituyó la aportación más discreta, junto con Albert Pesendorfen en Titurel, pero ambos estuvieron a la altura de una noche de ensueño musical