Crítica de Peter Grimes Por Majo Pérez
Esta nueva coproducción del Teatro Real, que ve la luz en Madrid, ha recibido una atención sin precedentes por parte de la prensa de todo el mundo. Si bien el llamado “milagro madrileño”, que ha mantenido los teatros abiertos casi ininterrumpidamente durante la pandemia, y las dificultades a las que deben enfrentarse tras el Brexit los artistas británicos (mayoría en el cast) han tenido algo que ver en dicha repercusión mediática, esta se justifica por el solo hecho de que hace cuatro temporadas Deborah Warner ya cosechara un éxito arrollador, refrendado por varios premios internacionales, con su magistral versión de Billy Budd.
En esta ocasión, la británica ha optado por hacer una lectura bastante literal del inquietante libreto de Montagu Slater, el cual encierra un dilema moral: ¿hay que perdonar al supuesto pescador de niños muertos? Así pues, Peter Grimes se presenta como un hombre embrutecido por sus calamitosas circunstancias que ha desarrollado un carácter huraño y es incapaz de adaptarse a las convenciones sociales. Por otro lado, los habitantes del pequeño pueblo costero donde vive el protagonista, gente zafia y necesitada de víctimas expiatorias para redimir sus propios vicios, no duda en mostrar su iracundo rechazo al diferente. La mala relación que hay entre el uno y los otros se retroalimenta incesantemente, convirtiéndoles a todos en culpables de las muertes de los niños, los únicos inocentes. Cuanto más acosado se ve el pescador, mayores son sus ansias de prosperar en la vida y demostrar su valía, lo cual se traduce en un peor trato a sus jóvenes ayudantes. En su aria “Now the Great Bear and the Pleiades”, se pregunta: “¿Quién puede hacer retroceder los cielos y comenzar de nuevo?”, consciente quizá de la espiral (auto)destructiva en la que está inmerso.
La puesta en escena de Deborah Warner nos brinda una primera mitad del espectáculo extraordinaria, gracias a la aportación del escenógrafo Michael Levine, con quien hace buen tándem. El lirismo simbólico del primer interludio, que muestra una barca hundida en el mar y un bailarín –el alma del marinero ahogado– buceando en sus profundidades, contrasta rabiosamente con la realidad sucia y desangelada del muelle donde amarran los barcos faeneros. El pub inglés El jabalí, en el que transcurre la segunda escena, también resulta un lugar inhóspito. A pesar de su estética costumbrista, con papel pintado en las paredes, parece estar excavado bajo tierra y los clientes se amontonan en él de manera claustrofóbica. Cuando llega Peter Grimes, ya no queda sitio para él, y asumiendo que sobra, no hace ningún esfuerzo por unirse al canon que entonan los demás. El modo en que está recreado su chamizo y el acantilado sobre el que se encuentra también resulta efectivo, al igual que el hecho de que los siguientes interludios se interpreten a telón bajado, a fin de que los espectadores puedan concentrarse en la belleza de la música y escapar por unos instantes de la historia.
La idiosincrasia de los personajes se perfila con precisión y el elenco en su conjunto realiza su trabajo satisfactoriamente, tanto en lo vocal como en lo actoral, sin que se le puedan atribuir grandes alardes ni carencias significativas. Sin duda se realizó un buen trabajo de selección. Allan Clayton da vida a un Peter Grimes atormentado y sabe transmitir su conflicto interno. Maria Bengtsson interpreta a una maestra de buen corazón, aunque un tanto ingenua, que se resiste a quedarse de moza vieja. Christopher Purves borda al compasivo capitán Balstrode; personalmente fue el que más me gustó de todos. John Graham-Hall, en el papel de Bob Boles, transmite el típico integrista religioso de dudosa catadura moral. Clive Bayley se mete en la piel de un funcionario de la justicia hipócrita y arbitrario. Rosie Aldridge, como Mrs. Sedley, es la divertida versión inglesa de la vieja del visillo. James Gilchrist materializa a un reverendo gazmoño y anodino, aunque su prestación vocal es de primera. Catherine Wyn-Rogers encarna a una tabernera reservada; es fácil adivinar que conoce bien la vida de todos y que por eso prefiere mantenerse un poco al margen. Las supuestas sobrinas de la tabernera fueron confiadas a Rocío Pérez y Natalia Labourdette, que dibujan dos chonis simpáticas y pizpiretas pero con pocas expectativas en la vida. Tanto el coro como los bailarines, bien manejados escénicamente, cumplen con pericia su rol de masa ejecutora con sed de violencia más que de venganza.
La dirección musical de Ivor Bolton consiguió transmitir el lirismo y la fuerza expresiva requeridos por la partitura, sin apartarse en ningún momento de las exigencias escénicas. La orquesta brilló en los seis interludios que separan las diferentes escenas, en los que Britten va describiendo indisociablemente el estado del mar y el estado de ánimo del atormentado pescador. Un teatro repleto en el séptimo día de función aplaudió a raudales a cantantes, músicos y bailarines, por lo que si tenemos en cuenta el éxito precedente de Billy Budd al que ya nos hemos referido y el hecho de que Peter Grimes se presentó en este escenario poco después de su reinauguración de 1997, podemos empezar a pensar que Benjamin Britten le trae suerte al Real. Mañana 10 de mayo se ofrece la última representación, así que les recomiendo que no se la pierdan si aún no la han visto y todavía quedan entradas.
Ficha artística
Teatro Real de Madrid, 5 de mayo de 2021. Peter Grimes, nueva coproducción del Teatro Real con la Royal Opera House, la Opéra National de Paris y el Teatro dell’Opera de Roma. Música de Benjamin Britten y libreto de Montagu Slater. Allan Clayton (Peter Grimes), Maria Bengtsson (Ellen Orford), Christopher Purves (capitán Balstrode), Catherine Wyn-Rogers (Auntie), John Graham-Hall (Bob Boles), Clyve Bayley (Swallow), Rosie Aldridge (Mrs. Sedley), James Gilchrist (Rev. Adams), Jacques Imbrailo (Ned Keene), Barnaby Rea (Hobson), Rocío Pérez (sobrina primera), Natalia Labourdette (sobrina segunda), Saúl Esgueva (John). Orquesta y Coro del Teatro. Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: Deborah Warner.