El retraso de un anillo
La fatalidad recorre la historia de la ópera igual que los celos, el poder o la religión para dar lugar a dramas que a pesar de ser absolutamente increíbles y rozando el subrealismo siguen provocando el entusiasmo de los operófilos y admirando a los neonatos al género.
Pero ¿cuándo se producen estas reacciones?: ¿con una puesta en escena tradicional o rompedora?, ¿con una regía llevando al límite a los cantantes?, ¿con una dirección musical respetuosa con la partitura o una lectura novedosa en tempi, dinámicas e incluso cambiando el orden diseñado por el compositor?
Todos son ingredientes que bien dosificados y con el justo tiempo de cocción pueden dar un plato gustoso, pero la materia prima base es un buen elenco de cantantes que con técnica y buenos instrumentos hacen que a veces sin apenas condimentos la experiencia sea inolvidable.
Eso ha pasado la noche de la premier del Robert Devereux en el Real.
La última ópera de la trilogía Tudor donizettiana se saldó con un éxito arrollador. Sin lleno de público el teatro (tal vez por el excesivo precio de las localidades) los asistentes no difrutaron de una puesta en escena espectacular, ni de unos figurines de Galliano,… Bastó la música del bergamasco, la historia de amor y celos de una reina traicionada y servida por unos intérpretes que se creyeron lo que cantaban y pusieron su técnica, su teatralidad al servicio de un drama en versión concertante en el que no importó si alguno miraba más de la cuenta a la partitura, ya que fue la voz la que trasmitió el discurso dramático, fue el topos musical quien nos traslado a la época de la poderosa y desdichada Gloriana.
Esta reflexión nos hace preguntarnos por qué vivimos en una época donde se imponen en la ópera criterios más allá de lo musical, de lo canoro, con más fuerza que lo propiamente musical., por qué se busca lo dramatúrgico por encima de la calidad canora y musical.
La ópera es el Arte Total y así ha de ser, donde todas las artes sirvan a una expresión musical.
Tal vez vivimos en momentos donde los sobreagudos, las arias da capo, los ornamentos no expresen para los snobs de la ópera la esencia de la ópera, y efectivamente no lo es, pero de ahí a anteponer a la música y al canto a sus hermanas (discursos suprateatrales, apariencia cinematográfica, diseños de pasarela, etc…) no es sino desvirtuar y seguir en una época de un pensamiento post-moderno trasnochado y mal entendido, donde todo vale porque al gestor de turno le parece y además lo impone a los demás para educarlos en la Verdad de la ópera.
Sin embargo Gruberova, Ganassi, Bros, Stoyanov y Orfila junto con el resto de los buenísimos comprimarios nos regalaron una velada belcantista inolvidable.
Si se quiere sacar punta…efectivamente los portamentos de la señora Gruberova, sus abusos de lo parlatos en el registro grave inexistente y su afán desmedido por los sobreagudos no escritos podrían ser criticados, pero ¿quien puede ofrecer su credibilidad canora e interpretativa? Muy pocas sopranos se atreven con estos roles tan de cuerda floja y tan exigentes, así que gracias a la Diva eslovena que nuevamente nos recrea las delicias donizettianas.
El tenor Josep Bros fue un Roberto de antología ofreciendo una línea de canto pura, inmaculada, con un legato envidiable y una proyección generosa haciendo disfrutar al público de un personaje que tiene más que asumido a pesar de su dificultad.
La mezzo Sonia Ganassi, que ha grabado recientemente el papel de Sara, fue ganando en intensidad a medida que se desarrollaba la representación, dando lo mejor de sí en el dúo final del primer acto con el tenor y el del inicio del tercero junto con el barítono Stonayov quien por su parte supo estar a la altura de sus colegas desde su primera aria con un timbre redondo, voz siempre colocada y expresiva.
El coro cuya participación en este tipo de repertorio es más de acompañamiento que de protagonista cumplió con creces estando atento a las indicaciones y ricas matizaciones que desde la batuta se hacían ya que al cantar de memoria, cosa inusual para una versión concertante, permitieron un mejor resultado musical, sonoridad compacta en las partes masculinas y un inmejorable empaste en las partes concertadas.
La orquesta titular supo adaptarse a este repertorio que no por más simple de escritura es menos complejo de ejecución, atentos a los solistas, sabiendo seguirlos en sus rubatos y creando las atmósferas adecuadas al drama romántico escrito por Donizetti.
El capitán de todo este buque insignia belcantista fue el joven ucraniano Andriy Yurkevich que con pulso firme y batuta dúctil supo concertar las delicias que esta partitura posee en su justa medida, con energía en una obertura vigorosa hasta la delicadeza más sublime en algunas de las arias o el dramatismo del concertante del segundo acto.
Nadie enseña nada a nadie, sino que todos ayudamos a mostrar la realidad, la belleza y la verdad, por eso tal vez los gestores de los teatros de ópera tendrían que saber ver lo que todo un público ovacionando una ópera belcantista en concierto y puestos de pie braveando a un reparto estelar de cantantes quiere decir.
Es triste que un teatro como el Real que siempre ha cuidado sus programas de mano ofreciera uno en el que la información fuera tan pobre, y más teniendo en cuenta, sino me equivoco que este título era todo un ESTRENO para este teatro que tanto valora estos aspectos de marketing.
Una gran velada que difícilmente se podrá repetir.
Roberto Devereux, tragedia lírica en tres actos con música de G.Donizetti y libreto de S.Cammarano. Intérpretes: E.Gruberova (Elisabetta), J.Bros (Roberto Devereux), S.Ganassi (Sara), V.Stoyanov (Duque de Nottingham), S.Orfila (Gualtiero). Coro y orquesta titulares del Teatro Real. Dir. Musical: Andriy Yurkevych. Opera en concierto, Teatro Real de Madrid, 3 de Marzo de 2013.
Nicolás Piquero- RB