Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 5 Marzo 2013.
No es muy frecuente ofrecer óperas de Kurt Weill en nuestro país, aunque en los últimos años se hayan ofrecido algunas de ellas, entre las que cabe destacar El Ascenso y Caída de la Ciudad de Mahagony (Teatro Real, 2010) y Los Siete Pecados Capitales (Teatro Arriaga, 2008). Las dos mencionadas corresponden a la época alemana del compositor, que, como es bien sabido, hubo de huir de su país por la persecución de los nazis. Street Scene es la ópera más importante de su época americana, suponiendo estas funciones el estreno de la obra en España. La ópera se estrenó en Filadelfia en 1946, como paso previo a su paso por Broadway unos meses más tarde. No tuvo un gran éxito de público en Nueva York, siendo retirada del cartel tras 148 representaciones, lo que no impidió que recibiera el mismo año el Premio Tony al mejor musical. No deja de ser curioso que estos prestigiosos premios teatrales americanos se estrenaran concediendo su primer premio a una ópera, lo que nunca ha sido repetido.
Lo primero que uno se pregunta es si estamos ante una ópera o ante un musical, teniendo en cuenta que la frontera entre un género y otro es particularmente difusa, ya que en ambos géneros existe una orquesta, teatro y cantantes. Creo que fue Stephen Sondheim quien zanjó la cuestión, cuando se le hizo la pregunta, contestando que ópera es lo que se representa en un teatro de ópera. Para mi gusto se trata de una ópera de calidad superior a muchas otras que circulan por los escenarios.
La ópera está basada en la obra teatral de Elmer Rice, autor también del libreto, que obtuvo el Premio Pulitzer por esta obra en 1929, habiendo sido llevada al cine en 1931 por King Vidor. La acción se desarrolla en los años de la Gran Depresión en uno de los barrios más pobres de Nueva York, el Lower East Side de Manhatan, barrio entonces habitado por inmigrantes de todo tipo llegados a América en busca de una vida mejor. La trama recuerda mucho a Porgy and Bess. Si en la ópera de Gershwin la acción se desarrolla en un barrio de gentes de color en Nueva Orleáns, en la de Kurt Weill, se ofrecen los problemas y aspiraciones de inmigrantes de distintas nacionalidades, con presencia de pobreza, injusticias y violencia. Este ambiente deprimido y con gran carga política tuvo que ver con que la obra de teatro se estrenara en Madrid en 1930, de la mano de Margarita Xirgú.
La producción escénica ofrecida por el Liceu es una colaboración de The Opera Group y el Young Vic, ambos de Londres, y tiene dirección escénica de John Fulljames. Se estrenó en Londres y ha viajado en algunas ocasiones por Europa, la última vez visitó el Chatelet de París hace un mes. La producción es de las que podemos considerar como low cost, colocando a la orquesta en escena en dos niveles, la cuerda en la parte inferior y el viento en una especie de terraza superior. Estos dos niveles forman una estructura simple, unida con dos escaleras, que es donde transcurre la acción. Por tanto, escenografía muy simple de Dick Bird, que se ocupa también del adecuado vestuario de los numerosos personajes, ambientando la acción en los años 30. La iluminación de Jon Clark no tiene mayor interés. La dirección escénica la ha llevado adelante en Barcelona Lucy Bradley, que hace un buen trabajo en una producción escénica que llega bien rodada. En resumen, una producción eficaz dentro de su gran simplicidad.
Tim Murray fue el responsable musical y llevó la obra con buen ritmo, sin crear problemas a los cantantes, a los que tenía que dar la espalda por problemas de ubicación escénica. La Orquesta del Liceu no pasó de la corrección, pero hay que tener en cuenta que esta música, con grandes influencias de jazz y blues, no es precisamente su más habitual campo de batalla. Bien el Coro del Liceu en sus intervenciones en interno. Hay que destacar la estupenda actuación del Cor vivaldi-Petits Cantors de Catalunya.
El reparto vocal venía ya formado de origen por The Opera Group y las voces eran todas muy modestas, sin excepción. En todos los casos el reparto ofrecía mejores actores que cantantes.
En los personajes principales el barítono Geoffrey Dolton era, posiblemente, el más conocido del reparto, haciendo una convincente interpretación del violento Frank Maurrant, con una voz sonora. La soprano Sarah Redgwick estuvo francamente bien en su interpretación de Anna Maurrant, aunque vocalmente no tiene mayor interés. La joven Susanna Hurrel dio vida a Rose Maurrant, la hija de los anteriores, y también fue más convincente en escena que cantando. El tenor Paul Curievici fue el soñador Sam Kaplan, enamorado de Rose, más bien deficiente como cantante.
El resto de los numerosos personajes hicieron bien su labor escénica, sin mayor importancia vocal, pero consiguiendo que el espectáculo se viera con agrado.
El Liceu ofrecía un lleno casi absoluto, con presencia de espectadores más jóvenes que lo habitual en este teatro. El público se mostró cálido con los artistas, que siempre saludaron en grupo.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total 2 horas y 55 minutos, con un intermedio de 32 minutos. Los aplausos finales no llegaron a los 5 minutos.
Los precios eran mucho más asequibles que en otras óperas, costando la entrada más cara 90 euros, mientras que la butaca de platea no llegaba a los 80 euros.
Fotografías: Cortesía del Liceu
Copyright: A. Bofill
José M. Irurzun.