Crítica de «Tosca». Munich

TOSCA (G. PUCCINI)


Nationaltheater de Munich. 24 Julio 2012.


Esta producción de Tosca alcanzó cierta fama por el escándalo que se formó en su estreno en el Metropolitan de Nueva York en septiembre de 2009, aunque es cierto que en las sucesivas reposiciones el escándalo no volvió a aparecer. La producción del suizo Luc Bondy es una coproducción de Munich con el Metropolitan y La Scala.  La verdad es que esta producción puede gustar más o menos, pero difícilmente puede provocar un escándalo. Seguramente, la reacción del público neoyorquino tuvo más que ver con la desaparición de la fastuosa y antigua producción de Franco Zeffirelli, que parecía formar parte integral de la estructura del Metropolitan. Digamos para empezar que se trata de una producción tradicional y de formato menos grandilocuente que la de Zeffirelli antes mencionada. La escenografía de Richard Peduzzi no es precisamente espectacular, pero sigue fielmente al libreto. La escena consiste en una Iglesia un tanto pobretona en el primer acto, un Palacio Farnese en el segundo, que podría ser más bien la habitación de un hotel, ya que los lujos eran escasos, y, finalmente, una terraza elevada en una supuesta fortaleza, aunque faltaba el famoso Ángel. El vestuario de Milena Canonero responde a la época del libreto y resulta adecuado, particularmente en lo que se refiere a la diva. La iluminación de Michael Bauer es mejorable, sobre todo en los dos primeros actos.


Escena. El Te Deum.


La dirección escénica de Luc Bondy ofrece algunos detalles interesantes y otros menos conseguidos. En cualquier caso, los tres protagonistas son lo que siempre han sido en tantas producciones. Los toques más personales aparecen en el acto segundo, que arranca con Scarpia rodeado de algunas putillas, siendo asesinado por Tosca no de una, sino de repetidas cuchilladas. Luc Bondy prescinde de candelabros y crucifijos en el final del acto, quedándose Tosca en los últimos compases tumbada en el sofá de al lado, dándose aire con el abanico de la Atavanti (nada más natural, tras el esfuerzo realizado).  No parece tener prisa la diva, ya que  todavía tiene tiempo  de pasar por casa y aparecer en la fortaleza con un nuevo modelo, por cierto muy poco apropiado para salir en calesa hacia Civitavecchia. El tercer acto sigue dentro de la más pura tradición, mientras que el Te Deum del primer acto es muy pobre y bastante mal realizado. En resumen, este trabajo no responde en absoluto al famoso “eurotrash” que condenan los americanos y muchos aficionados a la ópera,  sino a una producción clásica y tradicional, un tanto pobretona y con poco interés.


Cuando vi esta producción aquí hace dos años,  Marco Armiliato estaba al frente de la dirección musical. En aquella ocasión Armiliato fue despedido con sonoros abucheos, cosa que no ha ocurrido ahora, pero tampoco puedo decir que su dirección  haya sido particularmente brillante. Ha llevado bien la obra, ha cuidado a los cantantes y no mucho más. Una dirección correcta, de las que no dejan un recuerdo duradero. Buena, como siempre, la prestación de la Bayerisches Staatsorchester.

Catherine Naglestad y Massimo Giordano.

La soprano californiana Catherine Naglestad fue la encargada de dar vida a Tosca y su actuación resultó buena, sin excesiva brillantez. Desde luego, me quedo con su Brünnhilde en Siegfried  hace unas fechas.  La voz es adecuada al personaje y tiene temperamento para dar credibilidad al rol. Sus notas altas bordean en ocasiones el grito y su dicción deja mucho que desear, resultando ininteligible en muchas ocasiones. Su momento más esperado, el Vissi d’Arte, estuvo bien resuelto, aunque no hubo exceso de emoción.


El tenor Massimo Giordano me parece un producto que responde a  lo que hoy impera en el mundo de la ópera. Una figura de estrella de la pantalla en escena, acompañada de una voz atractiva  forma el activo de este cantante.  A partir de ahí, poco más de interés queda. Su atractiva voz responde a un tenor puramente lírico, por tanto más bien corto para Cavaradossi, con un centro de escasa proyección y unas notas altas mejor timbradas, aunque siempre emitidas en forte y con frecuencia empujadas. Hay la misma emoción en su canto que en los piani que nos ofreció. Es decir, nada. A mis amigos de Bilbao les diré que Massimo Giordano es el Cavaradossi que tendremos la próxima temporada en el Euskalduna. Aparte de gustos personales, el dato objetivo es que su Recondita Armonia obtuvo 10 segundos de aplausos y E lucevan le stelle se quedó en 7 segundos.


Lo mejor del reparto fue el Scarpia de Bryn Terfel, seguramente el mejor de la actualidad. Su voz no es la de hace unos años, habiendo perdido algo de volumen, pero el artista sigue estando presente y su segundo acto fue magnífico. Fue una pena que dejara un cuchillo por ahí para permitir que lo usara tan mal Floria Tosca.

Bryn Terfel y Catherine Naglestad


En los personajes secundarios el croata Goran Juric mostró una voz interesante como Angelotti. Christoph Stephinger fue un Sacristán bastante deficiente.  Cumplidor Francesco Petrozzi en Spoletta, sin pena ni gloria Christian Rieger como Sciarrone, mientras que Tim Kuypers  fue un sonoro Carcelero. El Pastorcillo fue interpretado por un niño de los Tölzer Knabenchor, de quien no se facilitó el nombre.


El teatro ofrecía el lleno de costumbre y el público se mostró muy cálido, como suele ser habitual en Munich en la ópera italiana. Bryn Tefel fue recibido en triunfo, pero no faltaron bravos para Naglestad y Giordano.


La representación comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración total de 2 horas y 42 minutos, incluyendo un intermedio de 37 minutos y una breve parada de 5 minutos entre los actos II y III. La duración estrictamente musical fue de 1 hora y 59 minutos. Los aplausos finales se prolongaron durante 7 minutos.


El precio de la localidad más cara era de 163 euros, habiendo butacas de platea también entre 92 y 142 euros, dependiendo de su alejamiento del escenario. En los pisos superiores había localidades desde 39 euros, que pasaban a 15 y 11 euros en el caso de escasa o nula visibilidad.


Fotografías: Cortesía Bayersiche Staatsoper.

José M. Irurzun