Crítica de Tristan e Isolda de Wagner. Berlín

tristan-e-IsoldaDeutsche Oper de Berlín. 23 Marzo 2013.

Es una pena – por no decir una vergüenza – que una notable versión musical de esta obra maestra de Richard Wagner, acompañada además de una buena interpretación vocal, quede ensombrecida por una producción escénica incomprensible y gratuita, que no hace sino poner en evidencia el concepto de eurotrash, con el que los americanos han bautizado a todos estos excesos escénicos tan comunes en Europa.

Esta producción del británico Graham Vick se estrenó aquí hace ahora un par de años y fue recibida con una lluvia de abucheos, que, seguramente, le habrán producido un placer sublime. Hay producciones de muchos tipos, que básicamente se pueden reducir a dos: buenas y malas. La que nos ocupa pertenece casi a una tercera categoría. Hoy estamos acostumbrados a que el director de escena se tome enormes grados de libertad, lo que me parece perfectamente adecuado, ya que su labor no es otra que la de narrar la historia desde su propia visión y con la intención – en muchos casos loable –de hacer la trama más comprensible para el público de hoy. Lo que un director de escena debería tener siempre presente es que hay dos elementos intocables en una ópera, que son el libreto y la música, a los cuales tiene que servir su labor. Cuando un director de escena no se pone al servicio de la ópera, sino que prescinde de ella, está asumiendo un rol protagonista que no le corresponde. Y esto es exactamente lo que ocurre en los últimos tiempos con el británico Graham Vick, quien con tantos homenajes y alabanzas por parte de los llamados críticos de vanguardia, ha debido de llegar a convencerse de que el auténtico genio no es Wagner sino él.

Graham Vick se basa en una escenografía de Paul Brown, que es única a lo largo de los tres actos, ofreciendo una gran sala dividida por una pared, con un gran ventanal en  el centro y habitaciones a los lados. En cada uno de los actos no cambia sino la disposición de la pared divisoria, o por mejor decir el ángulo en que se nos ofrece la misma. En la parte próxima al espectador tenemos una gran sala en los tres actos, con muebles de Ikea y la presencia permanente de un ataúd. En la parte que podemos llamar exterior deambulan personajes que nada tiene que ver con la ópera, al menos para quien esto escribe. El vestuario se debe al mismo Paul Brown y está traído a tiempos actuales, aunque no se habrá roto la cabeza para diseñar el “no vestuario” de algunos figurantes.

Hay producciones escénicas que a uno le hacen pensar, pero lo deseable es que le hagan pensar al acabar la representación, ya que, si lo que se ofrece en escena, resulta incomprensible, existe el riesgo evidente de que el espectador desvíe su atención de la música, y eso es lo peor que puede hacer un director de escena. Suponiendo que Graham Vick haya hecho una producción llena de símbolos, uno se pregunta qué es lo que quiere decir y no encuentra respuestas. Haría falta un auténtico tratado del regista en algún sitio para llegar a adivinar sus ideas. ¿Es realmente inteligente un director de escena a quien no se le entiende? Quizá sea un genio, pero su inteligencia deja mucho que desear.

En el primer acto Graham Vick no tiene mejor idea que tener siempre en escena a Tristán, aunque no canta hasta el final, y también al Rey Marke, éste sentado en una butaca, de la que se levantará en los últimos compases para recibir a la Princesa de Irlanda. ¿Qué significado tiene una joven desnuda deambulando por la sala? ¿Por qué hay un ataúd siempre en escena? ¿Qué significa un niño haciendo barcos de papel, a quien se lo lleva fuera la joven en porretas? ¿Qué pinta una joven ataviada con velo y portando una maleta, que se esconde tras el sofá de Tristán? ¿Quién es la viuda de negro que coloca flores en el ataúd? ¿Qué aporta a la historia que la pareja protagonista se inyecte heroína en vena en lugar de beber el filtro de amor? ¿Qué significa en el segundo acto un joven desnudo y bien armado cavando una fosa? ¿Y la joven desnuda que se pasea por la escena para sentarse en una butaca a ver los enamorados para retirarse a continuación?  ¿Y la misma joven y con el mismo atuendo, pero apoyada en el quicio de la habitación, durante la última media hora del segundo acto? ¿Es un hallazgo que Tristán este recluido en el último acto en una especie de asilo de ancianos, con signos evidentes de alzhaimer? ¿Y que Tristán no muera en brazos de Isolde, sino que simplemente se va, hasta el punto de cantar su última frase, no en brazos de Isolde sino en interno? ¿Qué profunda idea hay detrás de que aparentemente Isolde no llegue a Kareol, sino que también parece vivir en el asilo? Siempre he creído que Isolde muere de amor ante el cadáver de su amado. Aquí no. Simplemente, Isolde  se va, aunque no puedo descartar que quienes le acompañan no sean sino La Santa Compaña. No hay que olvidar que Graham Vick fue objeto de un homenaje en La Coruña, al que asistí, y alguien le debió hablar de las leyendas gallegas.

Me parece muy bien que un director de escena haga pensar al espectador, pero, por favor, una vez que acabe la representación. Si además de pensar, uno no entiende nada, lo único que se consigue es distraerse de la música. Para eso prefiero mil veces una versión de concierto, que además tiene un precio más reducido.

Volvía al  podio de la Deutsche Oper su titular, Donald Runnicles, y ha sido un feliz retorno. Su lectura de la ópera ha sido magnífica, sacando un gran partido a la excelente Orquesta de la Deutscheoper, que mejoró notablemente su actuación en Meistersinger. Ya desde el preludio se notaba que aquello iba a ser diferente y así fue. Se ha tratado de una dirección delicada y apasionada, que invitaba a cerrar los ojos ante el cúmulo de incongruencias y tonterías que se mostraban en el  escenario. No encuentro más pega a su actuación que el hecho de haberse excedido algo en sonido en el último acto, cuando Tristán estaba ya al límite de sus posibilidades y no como consecuencia del alzhaimer. Una magnifica actuación la de Donald Runnicles.

Nunca ha habido muchos tenores capaces de enfrentarse a la parte de tristán y hoy no es una excepción a la regla. El americano Stephen Gould es un tenor poderoso. con una voz atractiva y que está aquí al límite de sus posibilidades. Su inhumano monólogo del tercer acto casi le supera. Ante un tenor que es capaz de superar tan terrible prueba no hay más remedio que mostrar admiración, aunque la emoción no existiera.

Violeta Urmana fue una Isolde un tanto irregular, pero mucho más convincente aquí que en sus incursiones en el repertorio italiano. Lo primero que tengo que decir es que su actuación escénica fue mucho más convincente que otras suya recientes y, especialmente, su lamentable Tosca en Bilbao. La voz no cambia, funcionando aquí mejor que en el repertorio antes indicado, pero sus notas altas resultan excesivamente metálicas y en el segundo acto recurre al grito. Para mí lo más convincente de prestación vocal fue el Liebestod, uno de los pocos momentos emocionantes que se vivieron en el escenario.

Samuel Youn fue un Kurwenal de voz atractiva y joven, que llega perfectamente al auditorio. Hizo un buen personaje, aunque para mi gusto su timbre resulta excesivamente ligero. La mezzo soprano británica Jane Irwin fue una adecuada Brangaene, siempre musical, aunque queda algo corta de amplitud y algo apretada por arriba. El bajo británico Peter Rose fue un buen intérprete del Rey Marke, con voz amplia y bien timbrada, algo corto de emoción.

Los personajes secundarios fueron bien cubiertos por Jörg Schörner (Melot), Peter Maus (Pastor), Yosep Kang (Marinero) y Seth Carico (Timonel).

La Deustsche Oper presentaba una entrada que no llegaría al 90 % del aforo. El público se mostró muy calido con los artistas, recibiendo las mayores ovaciones Donald Runnicles y los dos protagonistas.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 4 horas y 47 minutos, incluyendo dos intermedios. La duración estrictamente musical fue de 3 horas y 37 minutos. Los intensos aplausos finales se prolongaron durante 9 minutos. Graham Vick no estaba en el teatro, lo que muchos lamentamos.

El precio de la localidad más cara era de 88 euros, habiendo butacas de platea desde 50 euros. La localidad más barata costaba 30 euros.

José M. Irurzun