Crítica de Werther en el Teatro Colón de Buenos Aires

 

Escena de Werther en el Teatro Colón de Buenos Aires
Escena de Werther en el Teatro Colón de Buenos Aires

Esta versión de Werther en el Teatro Colón de Buenos Aires que inauguró su temporada 2015, nos dejó el sabor agridulce de las esperanzas frustradas.

Jules Massenet es uno de los tantos compositores que la crítica fue variando de categoría conforme soplaran los vientos de la cambiante moda. Genial, exitoso, popular, exquisito, inspirado, fácil, sensiblero, comercial, fueron algunos de los epítetos que acompañaron su biografía y, paradójicamente, estos eran sustentados en las mismas razones que se volvían elogios o críticas al compás de los tiempos.

De su producción que se extiende entre las décadas finales del siglo XIX y la primera del XX, muchos títulos cayeron en un obstinado olvido tras haber vivido sus años de gloria y de ser representados con asiduidad en cualquier teatro que tuviera pretensiones de considerarse serio. Hoy poco conocemos de Sapho, de Le Jongleur de Notre Dame, de Therese, de La Navarraise, de Le Roi de Lahore, de Cleopatre, de Esclarmonde.

Un poco más afortunadas han sido últimamente Thaïs, Don Quichotte, y Herodiade, repuestas en estupendas versiones en Europa y América de la mano de artistas de campanillas.
Este variable sino tuvo sus excepciones con dos títulos a los que la mayoría asocia el nombre de Massenet y le brindan su inmortalidad: Manon y Werther.

En 1884 estrena la primera. En la década siguiente Massenet encara la composición de Werther, partiendo de la novela epistolar de Goethe, pero el libreto de Blau, Millet y Hartmann deja de ella sólo las líneas básicas del argumento generando una versión muy libre que difícilmente hubiera reconocido el genial autor alemán.
Los roles, si los comparamos con Manon, han crecido en profundidad y sus personalidades tienen una carnadura trascendente, aún en el caso de los coprotagonistas. La complejidad psicológica de Werther y de Charlotte los vuelve dos de los personajes más ricos del repertorio. Ambos han sido pintados con una vastísima paleta de grises ofreciéndonos sus conflictos y sus reacciones en toda su multiplicidad sutil.

Es interesantísimo el juego de dos caras que se genera al contraponer a Charlotte con su hermana Sophie. Ésta tiene toda la luz, la gracia, los sueños y la ingenuidad que la vida supo apagar en Charlotte, quizá con su propio e inconciente consentimiento.

De la misma manera Werther y Albert resultan antagónicos y complementarios. Toda la poesía, exaltación, pasión y autodestrucción del primero son realismo, autocontrol, racionalismo y supervivencia en el segundo.
¿Aman ambos? Probablemente sí. Aunque para cada uno amar signifique una cosa distinta. Massenet escribe para esta historia una partitura que asombra por su riqueza armónica y tímbrica. Su capacidad como orquestador se pone de manifiesto creando climas que parecen nacer de la propia situación dramática, la acentúan o resaltan. No recurre al leit motiv al menos en el sentido wagneriano, sino que prefiere temas identificables con personajes o sentimientos acercándose a las corrientes post-románticas en las que también se inscribe entre otros su contemporáneo Puccini, cada cuál con la impronta de su origen.
Sin perder melodismo la partitura crece en riqueza armónica y las expansiones líricas aparecen engarzadas en un tejido orquestal y se alejan de las formas cerradas tradicionales.

A pesar de sus méritos la obra no fue muy reconocida originalmente en Francia por lo que debió ser estrenada en Viena y traducida al alemán.

Escena de Werther en el Teatro Colón de Buenos Aires
Escena de Werther en el Teatro Colón de Buenos Aires

Werther en el Teatro Colón tuvo memorables versiones, protagonizadas por nombres míticos de la lírica, que se conservan en el recuerdo de los amantes del género y frente a las que las nuevas producciones deben medirse cada vez que se vuelve a programar el título y, lamentablemente, en esta ocasión el desafío no fue superado.

La puesta que firmó Hugo De Ana para su Werther en el Teatro Colón resultó fría y monótona, alejada de clima romántico que la trama exige, sostenida en una escenografía que recreaba un pabellón de cristal cercano a los de las exposiciones universales de fines del S. XIX, de tan amplias dimensiones que deshacía toda sensación de intimidad a la par que el exceso de vidrio y metal sumía a la acción en una frialdad ajena al espíritu del texto.

La idea de sumar figurantes o generar acciones de los personajes secundarios paralelas a las de los protagonistas resultó un elemento distractor de lo central sin aportar nada a cambio.

Algunas marcaciones actorales resultaron caprichosas: Werther es más un depresivo que un histérico hiperactivo como lo presenta esta versión del Teatro Colón; otras fueron totalmente convencionales y los personajes más trabajados parecieron ser los secundarios más que los protagonistas.

Tal vez lo más destacable de esta puesta hayan sido las proyecciones que acompañaron al preludio e introducían a cada Acto, citando el texto de Goethe, pero estos aciertos no nos pueden hacer olvidar sus gaffes, como hacer transcurrir la última escena – la de la muerte de Werther- en un cementerio, al que terminan cruzando los niños mientras cantan un villancico navideño!

Mickael Spadaccini es un cantante que aún no puede hacerle justicia a un rol tan complejo como el de Werther. En su encarnación faltaron, tanto en lo vocal como en lo escénico, profundidad y sutileza. Se mantuvo constantemente por encima del forte y omitió las medias voces imprescindibles para hacer del protagonista un poeta y no un guerrero. Pocos matices y un desborde constante hicieron que, hacia el final de la función, la fatiga haciera mella en su material.

La cancelación del Vargas llevó al Teatro Colón a recurrir a este bisoño elemento del que, lamentablemente, no nos pudimos llevar una mejor opinión.

Anna Caterina Antonacci pareció ajena al drama de Charlotte y cantó displicentemente y sin alma… Desilusionó a quienes supimos aplaudir su talento en otras ocasiones, en este y en otros escenarios, al cumplir apenas con un rol que para ser bien servido requiere de una entrega y una compenetración completa. Su voz resultó opaca, inexpresiva, por momentos poco audible. Una verdadera pena!

Hernán Iturralde cumplió con su Albert, aunque la tessitura no sea la que le permita lucir mejor sus valores, que son muchos.

El resto del elenco de Werther en el Teatro Colón tuvo una destacada labor, particularmente Fernando Grassi y Santiago Burgi como dos bohemios y cómicos Johann y Schmidt.

Un párrafo aparte merece Jaquelina Livieri quién creó una deliciosa Sophie, toda gracia y frescura, cantada con un timbre gratísimo, una voz que corre sin problemas y supera las dificultades que le plantea la partitura con solvencia y talento. Realmente… de lo mejor de la noche!

La orquesta respondió a una batuta poco sutil, como la de Ira Levin que supo dirigir con oficio… y poco más.

Cuando cayó el telón sentimos que “Las desventuras del Joven Werther” continúan aunque el tiempo haya pasado…

Prof. Christian Lauria